“Un acto de fe y humanidad sobre el escenario”. Así puede definirse la llegada de Come From Away al Teatro Mendoza, una propuesta que apuesta fuerte en una plaza donde el género musical pocas veces se anima a títulos tan desafiantes. La sala no estuvo sold out en esta función, pero hoy el público mendocino tiene la última oportunidad para vivir en carne propia una experiencia teatral única.
La obra, dirigida por Carla Calabrese y producida por The Stage Company, se presenta con 15 actores en escena y ocho músicos en vivo, con un engranaje preciso que sostiene el pulso narrativo de principio a fin. Reconocida en Broadway, Londres y Argentina con premios Tony, Olivier, Hugo y ACE, esta versión local confirma que el material tiene la potencia suficiente para trascender cualquier frontera.
Lejos de ser un relato distante, Come From Away emociona porque toca fibras que generan solidaridad, empatía y la posibilidad de construir comunidad en medio del caos.
Come From Away-mza
Come From Away
La historia real de Gander, el pequeño pueblo canadiense que abrió sus puertas a miles de pasajeros varados tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, encuentra en esta puesta un relato profundamente humano que se vuelve imposible de ignorar. Ese día, tras el cierre del espacio aéreo estadounidense, 38 aviones comerciales aterrizaron de emergencia allí, dejando más de 7.000 pasajeros que fueron recibidos por una comunidad que duplicó su población en cuestión de horas.
Una partitura que transporta y actuaciones que deslumbran
El comienzo es netamente musical, con bastante actuación, pero desde los primeros compases se percibe una fuerza que conecta con el público. Los cuadros están perfectamente enlazados y las armonías grupales alcanzan una precisión admirable. La música en vivo crea atmósfera y traslada al espectador directamente.
El elenco, es muy grande y a medida que se va desarrollando cada actor y actriz encarna a mas de un personaje. Entre los destacados de la noche podemos nombrar a Gabriela Bevacquase, Mela Lenoir, Argentino Molinuevo, Manuel Victoria, Lucia Gandolfo y Silvina Nieto, sus apariciones no pasan desapercibidos.
En lo vocal, todos los artistas alcanzaron un nivel sobresaliente, con interpretaciones que se sostienen con exactitud y emoción de principio a fin. A mi ojo crítico, los mencionados supieron atrapar con una fuerza escénica particular, capaces de mantener la atención del público sin distracciones. Sin embargo, es justo decir que todo el elenco cantó y actuó con un nivel que dejó la vara muy alta.
La música, el canto y la danza como relato
La presencia de ocho músicos en vivo le otorga al espectáculo un pulso orgánico que se siente en cada número. La instrumentación folk, con raíces celtas, genera un clima particular que dialoga con la cultura del pueblo de Gander y envuelve al espectador en un sonido cálido y cercano.
Los intérpretes no se limitan a cantar, también construyen personajes a través de sus voces. Las armonías grupales alcanzan una solidez admirable y los coros transmiten la sensación de comunidad que la historia requiere. La precisión vocal y la energía escénica hacen que la música sea el verdadero motor narrativo de la obra.
Aunque no hay grandes coreografías de danza, el movimiento escénico está cuidadosamente diseñado. Hacia el final, la destreza física del elenco se potencia y transforma la escena en una celebración colectiva.
Humor y dolor en equilibrio escénico
Uno de los mayores logros del libreto es el equilibrio entre el humor y los temas más dolorosos. La obra aborda sin rodeos cuestiones como la religión, la homosexualidad, la soledad y el trauma que dejó el 11S en Nueva York. Sin embargo, lo hace con sensibilidad, permitiendo que la risa conviva con la emoción sin que una anule a la otra.
El toque de comedia funciona como un respiro frente a la intensidad de la historia real. La dramaturgia consigue que cada chiste tenga un sentido dentro del relato y nunca banaliza el trasfondo trágico. Esa construcción dramática hace que el público se sienta acompañado en un recorrido que no es sencillo, pero sí profundamente humano.
Arte por el arte, solidaridad en escena
La célebre sentencia Ars Gratia Artis (“Arte por el Arte”) cobra aquí un sentido. Come From Away no se propone como un entretenimiento pasajero ni como un producto útil en términos inmediatos. Su valor reside en la posibilidad de mostrar cómo, frente a la tragedia del 11 de septiembre, un pequeño pueblo desconocido se convirtió en refugio y símbolo de solidaridad.
Crítica Come From Away (2)
El musical nos recuerda que la creación artística no necesita excusas cuando conmueve y transforma. Los habitantes de Gander abrieron sus puertas a miles de extraños y esa decisión generosa les cambió la vida para siempre. De la misma manera, el espectador sale de la sala distinto de como entró, con la certeza de que el arte es capaz de amplificar lo humano y dar sentido incluso a las heridas más profundas.
Come From Away en Mendoza es un homenaje a la empatía, a la capacidad de volver comunidad lo que parecía fragmento y a la convicción de que el arte, cuando se entrega en su estado más puro, nos transforma sin pedir nada a cambio. Queda solo una función este 20 de septiembre en Teatro Mendoza, aún hay entradas para que vivas esta historia.