Algunas reescrituras mendocinas del Martín Fierro

Autores locales han abordado la obra maestra de José Hernández para reformularlas en obras propias. Entre ellos, Mauricio Domínguez y Ángel Salvat.

Autor del Martín Fierro.
Autor del Martín Fierro.

El 10 de noviembre se celebra en la República Argentina el Día de la Tradición, en recuerdo del natalicio de José Hernández, autor de la obra magna de la literatura gauchesca: Martín Fierro. Hernández nació en Chacras de Perdriel, Provincia de Buenos Aires, en 1834, y falleció en 1886. Tras iniciarse como militar en defensa de la autonomía del Estado de Buenos Aires, entre 1852 y 1872 desarrolló una intensa actividad periodística, enrolado en el partido federal.

En su infancia, y por razones de salud, pasó una larga temporada en una estancia del sur de la provincia de Buenos Aires. Allí tuvo oportunidad de familiarizarse con la vida del campo, las costumbres y valores del gaucho. Y ante la diatriba sarmientina contenida en Civilización y barbarie, y en plena posesión de los instrumentos que le brindaba la literatura gauchesca, publicó en 1872 su poema El gaucho Martín Fierro, y en 1879, cuando el libro ya había sido reeditado gran cantidad de veces, apareció La vuelta de Martín Fierro. La obra total, que en la actualidad se publica unida bajo el título de Martín Fierro y dividida internamente en dos partes, “Ida” y “Vuelta”, puede ser considerada “el anti Facundo”, alegato político o episodio de una polémica mantenida con Domingo Faustino Sarmiento, a través de la palabra escrita (recordemos, por ejemplo, que ambos escribieron sendas biografías del Chacho Peñaloza, aunque con ópticas muy diversas).

Tal como el autor expresa en su “Carta Prólogo” a la primera edición, dirigida a su amigo José Zoilo Miguens, se propone “documentar la fisonomía moral del gaucho y los accidentes de su vida llena de peligros y de inquietudes”. Es decir que en este poema van a confluir la literatura gauchesca y la denuncia social. En efecto, en el poema hernandiano “del contexto general surge límpida la intención política de defender a sus paisanos, los gauchos, y de atacar a los gobiernos que los habían oprimido. A la par que es una exaltación de las virtudes y costumbres del pueblo nativo, es una requisitoria contra los políticos e intelectuales enemigos suyos [...] Es al MITRISMO COMO FORMA DE GOBIERNO y al SARMIENTISMO COMO IDEOLOGIA a lo que apunta el combate de este poema” [con mayúsculas en el original] (Díaz Araujo. La política de Fierro; José Hernández ida y vuelta, 1972). Y para ello, asume las convenciones payadorescas, con consumada maestría.

Este aspecto ideológico del Martín Fierro, “libro insigne cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones”, como afirma el narrador de la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (Jorge Luis Borges, Ficciones, 1949), es retomado, por ejemplo, en Lisandro Fierro; el lado oscuro de la realidad (2012), del escritor mendocino Juan Mauricio Pablo Domínguez, nacido en 1969, periodista (dirigió la revista Somos Mendoza) y autor de Doce Cuentos Mendocinos y Quince Cuentos del Oeste, entre otros títulos.

Su Lisandro… se inscribe perfectamente dentro del compromiso con lo social que lo caracteriza: el relato, que está ambientado en la década del 90, cuenta la historia de un descendiente de Martín Fierro: un hombre pobre, de barrio, que vive las mismas desgracias que este, aunque un siglo y medio después, aunque en similares condiciones de marginalidad.

El autor tomó la estructura de las estrofas de Hernández, y comienza la obra de la siguiente manera: “He de advertirle al lector / que se encuentra ante un umbral. / Si traspone, verá un mal / que a la humanidad acecha / y es la ponzoña en la flecha: / Acusar que no es igual / al que parece distinto, / sin sentirnos hermanados / los huérfanos y olvidados / con los ricos y pudientes” (p. 9). El final del poema descree de cualquier esperanza, e invierte las peripecias narradas por Hernández, aunque, de algún modo, subsiste la amistad: “Entonces vi el infinito / en la hornilla de rastrojos. / Queriendo aire a manojos / supe estaba sentenciado. / Cuando me sentí finado, / cerró el gaucho Cruz mis ojos” (p. 171).

Justamente, los valores implícitos en la figura del gaucho son rescatados por Ángel Salvat en Al modo del Martín Fierro 2 (2006), poema que, como señala Liliana Pinciroli de Caratti en el prólogo, buscar llamar la atención sobre lo que Eduardo Mallea llamó “la Argentina invisible”: “la Argentina que no tiene ‘mercado’, la que aún no ha olvidado su estirpe e hidalguía” (Pinciroli, 2006, p. III).

Como también señala la autora en un opúsculo titulado Un juglar en el siglo XXI, “Don Ángel Luis Miguel Salvat fue un cantor entrañable de San Rafael, que nació en Cañada Seca el 22 de abril de 1927 y falleció en San Rafael en 2008. Realizó sus estudios secundarios en la Escuela Normal ‘Mercedes Tomasa San Martín de Balcarce’–donde fue alumno de Alfredo Bufano, de quien aprendió ‘a mirar la realidad en otra dimensión’- y los completó en el Colegio Nacional ‘Manuel Ignacio Molina’ […] en 1945″.

Estudió Ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata y, de regreso a San Rafael, dictó clases de física y de matemáticas en el Instituto del Carmen. En un círculo de amigos del que formó parte junto a muchos otros estudiantes sanrafaelinos, “descubrió la riqueza espiritual del folclore y sus raíces hispánicas” y “cómo los diversos ritmos de nuestro folclore pueden acompañar todos nuestros sentimientos”. Así “descubrió su vocación poética, que es más bien vocación de cantor”, en tanto “El folclore sirve para expresar todos los estados del alma y la música debe salir del alma” (Pinciroli, [s. f.], p. 2).

“Uno de sus grandes amores – sigue Pinciroli- fue el amor a la Patria, y como ‘una manera de amar a la Patria es nombrarla’, […] tiene seis libros cantados en los que nombra de mil modos a esta Patria por la cual se ha desvelado a lo largo de muchos años en un afanoso intento por conservar la verdadera faz de un país que día a día se nos aparece desfigurado y sufriente” (ídem). Esas obras son Alma de pie de gallo (1975); Al modo del Martín Fierro (1982); Bajo tu signo (1991); Verdad y coraje (1994); Corazón en bandeja (2004) mas la ya mencionada segunda parte de Al modo del Martín Fierro.

Y los versos finales de este poema pueden servir para caracterizarlo, del mismo modo que al cantor hernandiano que declara su voluntad de cantar hasta el fin de sus días: “Yo no he de morir en prosa, / que yo he de morir cantando, / al Redentor alabando / y sirviendo a mi Bandera; / ha de ser mi acción postrera / agonizar tarareando” (Salvat, 2006, p. 4).

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