Desde niño, Pascual Pérez cambió la guitarra por los guantes, iniciando un camino que lo llevaría a ser el primer campeón mundial argentino. Su épica victoria en Tokio y su carrera legendaria lo convirtieron en un símbolo nacional del boxeo.
Desde las viñas de Mendoza hasta coronarse campeón mundial, Pascual Pérez dejó un legado imborrable de talento y coraje, que aún inspira al boxeo argentino.
Desde niño, Pascual Pérez cambió la guitarra por los guantes, iniciando un camino que lo llevaría a ser el primer campeón mundial argentino. Su épica victoria en Tokio y su carrera legendaria lo convirtieron en un símbolo nacional del boxeo.
Cuando caía la tarde, cruzaba aquel mismo callejón que dividía las viñas de sus anhelos. Agarraba la guitarra y emprendía su viaje para estudiar. Todo hacía prever que se dedicaría a la música, dado su amor por las tonadas y el folclore. Pero, a mitad de camino, Pascualito cambiaba la guitarra por los guantes y la sala de estudio por el gimnasio. Sus padres se enteraron de estas historias recién con el tiempo; ellos estaban convencidos de que el pibe estudiaba música después de una larga jornada en la viña, a la que llegaba con el amanecer y de la que se retiraba con la caída del sol.
En ese trayecto lo esperaba su amigo Francisco Romero, quien lo entusiasmó con el mundo del boxeo. Cuentan que, entre risas, los dos rumbeaban hacia el gimnasio en una vieja bicicleta de reparto: Romero manejaba y Pascualito iba sentado en el canasto delantero, dejándose llevar por el entusiasmo que ya les corría por el alma. Así se fue sumergiendo en el atrapante mundo de los puños, un camino que años más tarde lo llevaría a brillar como el primer campeón mundial argentino y a ser reconocido como uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos.
Desde su debut en Rodeo de la Cruz, donde bajo la mirada de don Julio Romo aprendió los primeros golpes a la bolsa, hasta los días de travesuras con Francisco Romero, Pascual construyó un destino marcado por el talento y la pasión. Su campaña amateur, bajo la dirección de Felipe Segura, fue excepcional: campeón argentino novicio, campeón argentino, campeón panamericano y medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 1948.
El 26 de noviembre de 1954, a los 28 años, Pascual Pérez entró en la historia grande del deporte argentino al coronarse campeón mundial de la categoría mosca de la ANB (hoy AMB). Tras 15 intensos rounds, derrotó por puntos al ídolo japonés Yoshio Shirai en Tokio, ante un estadio Korakuen colmado por 20 mil espectadores.
Su vínculo con Juan Domingo Perón fue decisivo. El presidente le otorgó una casa y un puesto en la Legislatura tras su oro olímpico, y más adelante respaldó su oportunidad mundialista en Japón. El “Torito de las Pampas” se convirtió así en un símbolo de lealtad y un referente popular que trascendió el ring, encarnando el orgullo nacional.
Tras no poder clasificarse para los Juegos de Helsinki, Pérez dio el salto al profesionalismo. Bajo la dirección de su entrenador Segura y del mánager Lázaro Koci, hiló 18 triunfos consecutivos, todos por nocaut. En 1953 noqueó a Marcelo Quiroga y se consagró campeón argentino en un Luna Park repleto. Ese mismo año comenzaron las gestiones para enfrentar al campeón mundial Yoshio Shirai.
El primer duelo, sin título en juego, se realizó el 24 de julio de 1954 en Luna Park y terminó en empate. El japonés aceptó la revancha por el título en Tokio, inicialmente programada para octubre, pero una lesión la postergó hasta el 26 de noviembre. El mendocino terminó cobrando apenas mil dólares.
Ese día, el país entero se paralizó. Desde temprano, miles siguieron cada golpe a través del relato radial de Manuel Sojit. Mendoza vibró con cada round de su hijo pródigo. Pascual dominó el combate: en el segundo round derribó al campeón, y en los asaltos finales lo tuvo al borde del nocaut técnico. El árbitro Jack Sullivan lo vio ganar 146-139; los jueces Bill Pacheco y Kuniharu Hayashi fallaron a favor del argentino, 143-139 y 146-143, respectivamente. Exhausto, murmuró en la radio: “Cumplí, mi General”.
A su regreso, lo esperaron Perón, el histórico peso pesado Luis Ángel Firpo y una multitud que lo paseó en autobomba por las calles porteñas. Las sirenas de Diario Los Andes anunciaron la gesta: “En brillante forma conquistó Pérez el campeonato mundial”. El periódico destacó su superioridad, con Shirai “virtualmente noqueado en pie”.
Pascual Pérez consolidó su reinado con nueve defensas del título, combatiendo en el emblemático Luna Park y en canchas de Boca Juniors y San Lorenzo de Almagro, llevando la épica del ring al corazón de la ciudad y al contacto directo con la gente. Sus victorias trascendieron fronteras: Montevideo, Caracas, Panamá, Tokio y otros escenarios internacionales fueron testigos de su talento y potencia.
En una época en que ser campeón mundial era extraordinariamente difícil, con apenas ocho divisiones y una sola entidad, la ANB (hoy AMB), el “Torito de las Pampas” reinó durante seis años, enfrentando rivales más grandes y superando cualquier desventaja física gracias a su pegada, coraje y guardia zurda invertida.
El golpe de Estado de 1955 marcó un quiebre: sin respaldo estatal, Pascual debió exiliarse en República Dominicana. Aun así, siguió combatiendo y enviaba sus ganancias a Perón, cuyos fondos permanecían bloqueados. Siempre que podía, regresaba a la Argentina.
A lo largo de su carrera disputó 92 peleas: ganó 84 (57 por nocaut), perdió 7 y empató 1. Sus problemas sentimentales con Herminia Frech, su gran amor, marcaron sus últimos años en el deporte. Tras una serie de derrotas, se retiró en 1964.
En abril de 1960, con 34 años, perdió el título frente al joven Pone Kingpetch en Tailandia, cerrando un ciclo glorioso. Aquel mendocino de apenas 1,50 metros y 49 kilos, hijo de inmigrantes españoles y menor de nueve hermanos, nacido en el Valle de Uco el 4 de mayo de 1926, dejó un legado imborrable que marcó para siempre al boxeo argentino.
Murió prematuramente el 22 de enero de 1977, a los 50 años, víctima de insuficiencia hepatorrenal. En 2017, la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) lo reconoció como el mejor peso mosca de la historia de la entidad, al igual que su legendaria pegada. La huella del León Mendocino sigue viva: Pascual Pérez no solo fue campeón, sino símbolo de lucha, coraje y lealtad, un rugido eterno de una época dorada del boxeo argentino que él ayudó a construir, que aún retumba en las viñas de Rodeo de la Cruz.