Burdeos en primera persona con Fernando Valenti

El vino en el pensamiento

Fernando Valenti (36) es mendocino, sin embargo, hace casi una década que vive afuera del país. Washington, San Francisco, Nueva York, Roma y Valladolid son algunas de las ciudades en las que ha vivido desde entonces.

“Todos mis destinos son vitivinícolas o con mucho consumo de vino” revela –medio en chiste, medio en serio- a través del chat. A Burdeos, donde vivió por dos años, también llegó guiado por su pasión por el vino.

Esta vez, para hacer un Master en Enología y Viticultura en la Universidad de Burdeos. Hoy vive entre Francia y España según su trabajo -ligado al universo vitivinícola- se lo demande.

Sobre Burdeos: cuando uno escucha el nombre de Bordeaux o Burdeos, no puede evitar pensar en vino. Y sí; es la carta de presentación más importante que tiene la ciudad. "Aunque, luego de pasar un tiempo acá, descubrís lugares casi secretos y muy interesantes", confiesa.

Lo que más le gusta: disfrutar de una arquitectura única, todo en bicicleta.

Lo que menos le gusta: que todo cierra a las 19 y, algunos lugares, parecen abandonados apenas oscurece.

Su calle preferida: Rue du Loup, angosta, poco transitada, en pleno centro y con todo lo que puedas querer.

La mejor época del año: desde setiembre a diciembre, es decir, desde la cosecha al Mercado de Navidad.

Fernando recomienda:

Los mercados de domingo: son una imagen típica del primer día de la semana por la mañana. Probablemente, los más representativos y grandes sean el de Chartron o el de Capucin.

Pero hay uno que permanece casi oculto y es súper atractivo: es en Palais Gaillen, en pleno centro de Bordeaux. Palais Gaillen es un anfiteatro romano del siglo segundo, considerado un monumento histórico y del que hoy sólo quedan sus ruinas. No hay que dejar de probar un crepe salado y acompañarlo de una copa de vino.

Arcachon y la Duna de Pilat son lugares que no se pueden obviar. El plan es sencillo y se necesita un auto. A sólo una hora de Bordeaux -hacia el sur y en la costa- se encuentra este pequeño pueblo y también la duna más grande de Europa.

“Estacionás el auto en el parque a la entrada de la duna y caminás hacia ella. Te tocará subir unas escaleras interesantes pero tendrás una vista excepcional del océano, vale la pena. Más tarde, ir directo a Arcachon, por unas ostras y vino blanco del mejor”, dice.

“La noche por Quartiers Saint Pierre, Saint Paul y Saint Michel es para mí un atractivo obligado. Se puede comenzar con queso y vino por Aux 4 coins du vin para después ir por cervezas o gin tonics en cuanto bar se te ocurra. Luego -cuando te dé hambre otra vez- rematás con un kebab de Cappadoce (Rue des Bahutiers, 5). Todo en un marco único de Iglesias y arquitectura única y típica de la ciudad”, concluye.

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