6 de septiembre de 2025 - 19:10

De la competencia al ecosistema: por qué las empresas crecen cuando colaboran

En un mundo incierto, colaborar ya no es una opción: es la estrategia que define qué empresas y territorios logran crecer y proyectarse.

Para quienes gestionan una empresa o llevan adelante un emprendimiento, los desafíos pueden parecer conocidos: ¿cómo llegar a nuevos mercados?, ¿cómo atraer y retener talento en un contexto de fuga constante?, ¿cómo sostener la innovación cuando los recursos siempre parecen escasos? Y ni hablar de la coyuntura cambiante que atraviesa nuestro país. Bueno, si alguna certeza hay, es que difícilmente la respuesta llegue más rápido en soledad. La colaboración abre caminos más eficaces, porque suma recursos, conocimientos y contactos que ningún actor posee por sí mismo.

A escala global, la evidencia lo confirma. La OCDE estima que más del 50 % de las patentes de alta tecnología se generan hoy en proyectos internacionales de colaboración, un dato que habla por sí solo: sin alianzas, incluso las economías más desarrolladas perderían dinamismo innovador. La ONU, por su parte, subraya que la cooperación tecnológica permite reducir costos y riesgos en las empresas, y el Banco Mundial calcula que aquellas que forman parte de redes colaborativas tienen una tasa de supervivencia un 30 % mayor que las que operan de manera aislada.

En ese marco, el Objetivo de Desarrollo Sostenible 17 (ODS 17) cobra un valor central: los grandes desafíos (tecnológicos, ambientales o sociales) sólo pueden enfrentarse con alianzas sólidas y horizontales. No se trata de una declaración aspiracional, sino de una estrategia de supervivencia en un mundo hiperconectado.

Mendoza: cuando las empresas descubren que solas no alcanza

En Mendoza, este espíritu se refleja en experiencias como el Polo TIC, donde empresas, organismos públicos y espacios de formación confluyen para generar un ecosistema más robusto. Como explica su director ejecutivo, Juan Cepparo, la clave está en que “trabajar en red permite a las pequeñas y medianas empresas acceder más rápido a conocimientos, tecnologías, contactos y talentos que de otro modo les costaría mucho desarrollar de forma aislada”. Esa interacción, agrega, acelera tiempos de aprendizaje, reduce riesgos y hasta baja costos: compartir servicios o contratar proveedores locales que antes eran externos son ejemplos concretos de cómo la colaboración genera eficiencia y nuevas oportunidades. Y más aún, cada nuevo actor que se suma a la red aumenta el valor para todos, multiplicando las posibilidades de innovar y abrir mercados.

El giro que define la innovación

La posibilidad de encontrarse con otros, de intercambiar ideas, problemas y soluciones, se traduce en proyectos concretos que vinculan investigación y producción, convierten la demanda tecnológica en oportunidades de negocio y muestran cómo las ideas se potencian cuando circulan en red.

La pregunta entonces es inevitable: ¿qué futuro tiene una empresa que decide gestionar sus desafíos de manera aislada? ¿cómo competir en un mercado global si se prescinde de la cooperación con otros actores?

Estas experiencias invierten la lógica dominante: del individuo a la red, de la competencia aislada a la inteligencia compartida. Y aunque el camino aún esté lleno de desafíos, la dirección es clara.

La cuestión de fondo es otra: ¿seremos capaces (como país, como provincia) de asumir esta lógica colaborativa como política estratégica o correremos el riesgo de quedar atrapados en el espejismo del esfuerzo individual?

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