Quién se atreve a matar a un niño

A partir del asesinato de Lucio por parte de su mamá y la novia de ella, se impone la necesidad de abordar sin sesgos el problema de la violencia.

Lucio Dupuy, el niño asesinado. Su mamá y la novia son las las principales acusadas.
Lucio Dupuy, el niño asesinado. Su mamá y la novia son las las principales acusadas.

De todos los temas que son difíciles de publicar tanto en medios masivos como pequeños y que resultan casi imposibles de abordar en redes sociales sin padecer una shitstorm como las que menciona el celebrado filósofo coreano Byul Chun Han, la violencia ejercida por las mujeres figura entre los primeros.

A partir de las luchas feministas de los últimos años, la perspectiva de género fue copando la agenda pública y las instituciones con la declamada finalidad de terminar con la violencia patriarcal de la que, según el grueso de las activistas y funcionarias dedicadas a esta problemática, han sido víctimas mujeres y minorías sexuales a lo largo de toda la historia.

En este estado de cosas, se hizo difícil para muchos de los que intervienen públicamente sobre estos temas detenerse a considerar otra violencia que aquella que no sea patrimonio de un solo grupo. Hoy, la muerte de un niño de cinco años a manos de su mamá y la novia de ella, nos enfrenta, en primer lugar, a un dolor y a un espanto que difícilmente encuentren equivalentes y, en segundo lugar, a un sinnúmero de preguntas que deberíamos intentar respondernos antes de caer en la fácil catarsis a la que empuja la información que circula por muros y timelines.

Según todos los peritos que intervinieron en el caso, Lucio padeció tormentos inconcebibles prácticamente a lo largo de toda su vida. Algunas voces se han concentrado, con una lógica más que aceptable, en discutir el rol de la justicia, mientras que otras han decidido hacer foco en el padre y su debilidad a la hora de proteger a su hijo o de “hacerse cargo” pese a que parecen abundar pruebas de lo contrario.

Más allá de estas objeciones, hasta ahora no se ha reflexionado con la calma necesaria en el papel de las pedagogías feministas a las que, tanto Magdalena Esposito Valiente como su pareja, Abigail Páez, aparentaban suscribir a pie juntillas. Según Mayra Arena, la mujer que se hizo conocida por visibilizar los entretelones de la vida en las villas, la violencia materna no es fenómeno excepcional, y se relaciona, como también señala la feminista mexicana Marta Lamas, a factores múltiples que incluyen pobreza, abuso y adicciones.

Magdalena y Abigail, sin embargo, no son tan representativas de esos sectores, por lo que la pobreza extrema no jugaría un papel en este caso, haciendo aún más difícil de comprender la crueldad que ejercieron sobre un nene que tenía parientes dispuestos a acogerlo. ¿Cómo legitiman dos mujeres de menos de 30 años abusar de un nene hasta matarlo mientras despliegan discursos admonitorios contra la violencia masculina en sus redes sociales?

Este asesinato, a diferencia de otros cometidos contra la infancia -tanto por hombres como mujeres-, no fue una explosión repentina de ira, sino un proceso, largo y gradual, en el que las torturas se complementaban con exposiciones feministas públicas, como si el martirio de un niño pudiera, de alguna forma, compensarse.

Algunas voces señalan que estamos ante un caso excepcional, pero la excepcionalidad no invalida el síntoma social que este episodio representa. Otras voces recurren al argumento, aparentemente válido, de adjudicar el crimen al “comportamiento patriarcal” tanto de aquellas que lo ejecutaron como de la justicia que lo avaló. Pero, si eliminamos el nominalismo que hace que cualquier acción de signo negativo sea automáticamente clasificada como “patriarcal”, podemos ampliar el panorama para ver como el sadismo “privado” de los actores se disuelve colectivamente en el amparo que ofrece el clima de época, organizado muchas veces en torno a una serie de dogmas que por su misma naturaleza no pueden interpelarse o discutirse.

Así como algunos femicidios fueron tomados como ejemplo y bandera por los activismos de género, este infanticidio quizás marque el punto de partida para abandonar, de una vez por todas, los supuestos que tantas personas sostienen de manera axiomática.

Quizás sea el momento de aceptar que las mujeres son capaces de ejercer la violencia con la misma brutalidad que se adjudica exclusivamente a los hombres, que son capaces, como ellos, de aparentar una “buena conducta” que sólo existe de la puerta para afuera, que no somos traidores a una causa si nos permitimos dudar de quienes se presentan como víctimas o portadores de una única verdad y que ninguna justicia que proteja realmente tanto a hombres como a mujeres (de cualquier edad) podrá consumarse a la sombra de frases cada vez más carentes de valor como “yo te creo, hermana”.

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