Por qué la prohibición de Caba le da razón de ser al lenguaje inclusivo

Con su decisión de prohibir el uso del lenguaje no sexista en las aulas, el Gobierno porteño reenciende el debate y potencia –de manera involuntaria– uno de los objetivos de la discusión.

El uso del lenguaje inclusivo seguirá permitido en diálogos informales en los recreos o en las salas de profesores.
El uso del lenguaje inclusivo seguirá permitido en diálogos informales en los recreos o en las salas de profesores.

¿E, a, @, o, x? La prohibición del Gobierno porteño en torno al uso del lenguaje inclusivo en las escuelas de Caba no sólo no conseguirá lo que busca, sino que, por el contrario, vuelve a poner sobre la mesa el debate con renovados argumentos.

Desde el escritor Mario Vargas Llosa, para quien el lenguaje inclusivo es “una especie de aberración”, hasta el presidente de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, para quien ese desdoblamiento gramatical altera la economía del idioma y su belleza, los rechazos son variados, recurrentes y generalizados.

Para la escritora, antropóloga y activista feminista Rita Segato, en la modernidad la estructura binaria –como la del lenguaje– organiza el mundo y establece jerarquías, por lo que el esfuerzo pasa por la desestabilización del lenguaje binario y de la universalización de artículo y de sustantivos masculinos, precisamente, para “desbinalizar” el mundo.

"Les romanes": así enseña un profesor de Historia con lenguaje inclusivo
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El comunicado de escritores y de escritoras a propósito de la decisión del Gobierno porteño contiene una de las claves de la discusión. Menciona que el lenguaje inclusivo tiene la potencia de reconocer y de visibilizar: “Que el lenguaje nos incluya y nos nombre a todes, a todas, a todxs, a todos, en las aulas, en todas las reparticiones oficiales, es la manera que ganamos en y como comunidad. La riqueza de nuestra lengua nos permite expresarnos de muchas maneras. Nadie está obligado a usarlo si no se siente representado”.

Justamente de eso se trata. Más allá de que muchos no usaremos jamás el lenguaje inclusivo, y de que el español contiene innumerables recursos de neutralidad para no caer en la binarización, no tenemos por qué cercenar el derecho de otra gente a utilizarlo.

Y es que, en el fondo, quizás no tenga tanta importancia para los movimientos feministas la meta de instaurar la oficialidad del lenguaje inclusivo como la de poner sobre la mesa todo lo que conlleva ese debate. Es decir, las estructuras que discute, la forma de ver el mundo que pone en cuestión, la visualización de la diversidad por fuera del binarismo, la interpelación de un sistema que también se construye con el discurso.

El debate hace tambalear nuestras miradas heredadas y adquiridas, más allá de si utilizaremos o no la “x” en algunos sustantivos colectivos.

Se trata de un camino que lleva sus tiempos, que va por delante del canon de la lengua y también –por ahora– de lo que pueden asimilar la mayoría de los hablantes.

La prohibición del lenguaje inclusivo es una irrupción en ese debate –debate “natural”, en algún sentido– con dos consecuencias. La primera es que fortalece los argumentos sociales y políticos de quienes promueven su uso, porque les da la razón acerca de la naturaleza represiva y conservadora de quienes se oponen.

La segunda consecuencia es que fortalece el objetivo de embarcar a la sociedad en el cuestionamiento de sus mandatos, de sus prejuicios, sus discriminaciones y sus limitaciones, más allá de la decisión de decir “todos” o “todes”.

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