“La incertidumbre de no saber qué pasó”. Éste es el sentimiento que une a los deudos de las víctimas del avión DC 54 Skymaster matrícula TC 48, perdido en vuelo entre Panamá y El Salvador, en la mañana del 3 de noviembre de 1965. Hace 60 años.
Muchos familiares de los 68 viajeros del TC 48 de la Fuerza Aérea Argentina, desaparecido en Costa Rica en 1965, han fallecido sin saber el destino de los 54 cadetes y catorce integrantes de la tripulación del DC 54.
“La incertidumbre de no saber qué pasó”. Éste es el sentimiento que une a los deudos de las víctimas del avión DC 54 Skymaster matrícula TC 48, perdido en vuelo entre Panamá y El Salvador, en la mañana del 3 de noviembre de 1965. Hace 60 años.
Seis décadas y ninguna noticia certera sobre su paradero, y sí una vasta difusión informativa.
La máquina era un pesado y antiguo cuatrimotor de la Segunda Guerra Mundial, que llevaba a 54 cadetes de la Promoción 31ª de la Escuela de Aviación Militar de Aviación Militar, de Córdoba, en viaje final de instrucción a Estados Unidos. En otro avión DC 4, un poco más moderno y mejor equipado, el T 43, viajaba el resto del curso, en general jóvenes de entre 19 y 23 años.
El resto de los ocupantes del TC 48 era su tripulación, encabezada por el comandante de la aeronave, Renato Humberto Felippa, los dos pilotos, capitanes Miguel Ángel Moyano y Esteban José Viberti y otros miembros de la dotación. Además, iban cinco pasajeros, componentes del personal ejecutivo de la delegación, los comandantes José Alberto Fonseca, Mario Nello Zurro y José Carlos Lozano, el capitán Miguel Ángel Álvarez Paz y el primer teniente Jorge Eduardo Olocco. En total 68 personas: 54 cadetes, 9 tripulantes y cinco pasajeros.
La historia es bastante conocida. Los Andes la contó en muchas oportunidades, desde el momento en que ocurrió. Las dos aeronaves, con pocos minutos de diferencia, partieron de la base Howard de los Estados Unidos en Panamá, en dirección al aeropuerto de Ilopango de El Salvador. El punto terminal de la travesía era la Base Militar de la USAF, en San Francisco, California (EEUU), donde los cadetes de las dos aeronaves realizarían tareas de instrucción. En pocos meses más iban a recibir sus despachos de alférez aeronáuticos.
Vuelo final. El trayecto que hizo la aeronave hasta perderse; en punteado, el destino de ese tramo de la travesía, el aeropuerto de El Salvador, donde nunca llegó. Fuente: Fundación TC 48.
A 40 minutos de la partida, el TC 48 reportó fuego en uno de sus cuatro motores, declaró la emergencia y se perdió el contacto. Sesenta años después del incidente, nada se sabe qué ocurrió, pese a las más de cuarenta expediciones, oficiales y privadas, realizadas en procura de su localización. Las primeras, inclusive contaron con la participación activa de la Marina norteamericana (US Navy). Cuando el operativo oficial se clausuró, causó el primer enojo de los familiares con la Fuerza Aérea, quienes demandaban más tiempo de búsqueda. Los operativos de rastreo se hicieron por tierra y en el mar. La superficie líquida (Mar Caribe) fue escenario de operaciones de la Fundación TC 48, hace pocos años. Su líder, el argentino Mariano Torres García, porteño, contó que el grupo escaneó más de 25.000 hectáreas de plataforma submarina. “Descartamos espacios para localizar la aeronave y queremos seguir”, dijo desde Miami. Su hipótesis es que el TC 48 se precipitó al mar y no hubo sobrevivientes, conclusión también apoyada por la Armada estadounidense.
Los parientes de las víctimas, en líneas generales, han tenido una relación muy tensa con la Aeronáutica nacional, en especial por la forma en que se encaró el tema del cuatrimotor desaparecido y el olvido que achacan del caso, como planteó Cecilia Viberti (Ver nota aparte: Una despedida necesaria).
Alistados. La delegación de cadetes que viajaba en el TC 48, en la pista de la IV Brigada Aérea; atrás el avión siniestrado. Fuente: Fundación TC 48
Otra posición crítica sobre este misterio está expresada en el libro “TC-48: el viaje final de los cadetes”. Su autor es Guillermo Alonso Sarquiz, comodoro retirado de la Fuerza Aérea, excomando y paracaidista, quien reside actualmente en España. Tiene 60 años, es decir nació en 1965, año del extravío del viejo carguero y sus pasajeros.
Los anteriores impresos sobre el caso fueron “TC-48, el avión de los cadetes. La razón de una esperanza”, de Ricardo José Becerra (ya fallecido), hermano de uno de los jóvenes, y “La desaparición del TC-48, una verdad incómoda” de Víctor Ferrazzano.
El suceso del TC 48 tuvo y tiene repercusión en Mendoza. Cuatro integrantes del pasaje eran mendocinos, tres cadetes y un miembro de la tripulación, el capitán José S. Horta. Los alumnos eran: Enrique Miguel Páez, hijo del experiodista de Los Andes, José Miguel Páez Herrero; Juan José García, ambos de capital, y Juan Domingo Alguacil, de San Rafael. Del recuerdo de este último se ocupaba el arquitecto Mariano Alguacil, fallecido en mayo pasado a los 57 años, y a quien pertenece la frase con la que comenzamos esta crónica.
Despedida. En la base de El Plumerillo, el cadete Enrique Miguel Páez, de 22 años, junto a su padres, Inés Araujo y el periodista José Miguel Páez Herrero, el 31 de octubre de 1965.
También nuestra provincia tuvo el privilegio de despedir a la delegación completa el 31 de octubre de 1965 y es bien conocida la foto del entonces presidente Arturo Umberto Illia saludando a la comitiva en la losa de El Plumerillo.
Otra hubiera sido la historia, si se hubiese aceptado el ofrecimiento de Aerolíneas Argentinas, que había puesto a disposición dos de sus máquinas comerciales para hacer el viaje y suplantar al antiguo medio aéreo que se utilizó.
Este caso está lleno de dudas. Una de las más potentes y persistentes surge de la pregunta sin respuesta ¿por qué el T 43, que iba unos seis minutos adelante del TC 48 en dirección de El Salvador, no regresó cuando en su radio se escuchó el pedido de auxilio de la máquina en problemas. Ese retorno, obviamente, no hubiera podido evitar el siniestro, pero seguramente habría permitido determinar el lugar del accidente, e iniciar más rápido el rescate.
Se han sucedido décadas de búsqueda, en general impulsada y solventada por los deudos, primero por los padres de los alumnos y luego por hijos de la tripulación, hermanos y hasta amigos. Varias mujeres participaron de esas acciones como la ya fallecida Clyde Pereira Zurro, esposa del comandante Mario Nello Zurro; la hija de ambos, Regina Zurro, y Cecilia Viberti, descendiente del segundo piloto, quien tenía 9 años cuando despidió a su progenitor.
Las últimas acciones de la Fuerza Aérea se realizaron a través de los operativos Esperanza (años 2008, 2009, 2010, 2012 y 2013). En esas oportunidades se envió en cada expedición a dos integrantes altamente capacitados en estas misiones con el propósito de localizar al cuatrimotor. En uno de esos desplazamientos, hallaron vestigios de una civilización precolombina.
El acto evocativo por 60 años de desparecido del TC 48 y su pasaje, realizado ayer en la escuela "Cadetes de Aeronáutica" de El Zapallar , Las Heras.
Modernamente, un tenaz ‘buscador’ en tierra fue el geólogo Wilfredo Rojas, lamentablemente fallecido en 2021, a los 61 años, durante la pandemia de Covid.
En los últimos tiempos, otro hombre de Costa Rica, el rescatista José Campos, ingresó varias veces a la intrincada y salvaje selva de Talamanca tras el rastro del avión, sin éxito. Confesó que “a inicios de este 2025 pensé que, por cumplirse el 60 aniversario, se podría haber hecho algo interesante, al menos una expedición conmemorativa, pero no hubo nada”.
Tampoco hubo demasiada repercusión en Fuerza Aérea, cuyo departamento de Prensa, contestó, ante una consulta de Los Andes: “En respuesta a su solicitud, le informamos que al momento la institución no tiene nada que difundir oficialmente sobre el caso al que usted hace referencia. No obstante, en el caso que surgiese alguna información oficial al respecto, se lo estaremos comunicando por este medio”.
En cambio, la Legislatura provincial de Córdoba realizó un homenaje donde se descubrió una placa conmemorativa con los nombres de los 68 argentinos. El reconocimiento legislativo tuvo por cometido visibilizar “la extraordinaria cruzada cívica de las familias, cuya perseverancia es un ejemplo para la sociedad argentina”. A esta convocatoria asistió la mendocina Graciela Jalaf, como prima del cadete Ricardo Salomón García.
En Mendoza, hubo actos escolares evocativos del suceso en los dos turnos de la escuela Nº 1-509 “Cadetes de Aeronáutica”, de El Zapallar, Las Heras, al que fueron invitados deudos de los cadetes mendocinos, concurriendo en representación de ellos Inés Páez, hermana del cadete Enrique Miguel Páez, quien hoy tendría 82 años.
Cecilia Viberti (*)
El 3 de noviembre de 1965, el avión Douglas C-54 TC-48 desapareció en la selva montañosa de Costa Rica con 68 personas a bordo. Mi padre, el capitán Esteban Viberti, era uno de los pilotos. Él y mi madre, Tita, tenían 32 años, mis hermanos 7, 6 y 5, y yo, con 9, era la mayor. Desde hace 30 años, fui una de las personas que eligió buscarlo activamente en el lugar donde ocurrió la tragedia, sin esperar respuestas administrativas ni golpear puertas que sentí que nunca se abrirían. No fue solo la búsqueda del TC-48, sino principalmente encontrar la verdad oculta detrás del accidente. No fui obligada, nadie me empujó. Fue una misión personal, nacida de una deuda de infancia, y guiada por el deseo de encontrar no solo a mi padre, sino a los 68 ausentes.
Seguí los pasos de quienes me precedieron —Tomilchenko, Bravino, Guarnieri, Clyde Zurro— y sobre sus huellas construí un camino propio, con nuevas pistas, estudiar nuevos mapas, expediciones y preguntas, en el mismo lugar donde desaparecieron: la cordillera de Talamanca. No fue solo una búsqueda personal. Fue también una lucha entre los familiares desvalidos y una institución poderosa que se ocupó con esmero de ocultar la verdad, disfrazarla, amenazar a quienes nos ayudaban. Mientras algunos buscábamos entre árboles y quebradas, otros se esforzaban en enterrar el recuerdo. Con el paso del tiempo, entendí que el olvido no fue casual, era parte del plan. Pero la mentira duele siempre, la verdad solo una vez. Solo pretendía sentir ese dolor único para transformarlo en aceptación y resignación.
Personalmente participé en dos de las casi cuarenta búsquedas, adentrándome en la selva de Talamanca con un equipo de hombres extraordinarios, valientes, comprometidos, que no pedían ni un centavo por arriesgar su vida, solo que se cubrieran los gastos de combustible, víveres y botiquín. Sin helicóptero (porque nunca alcanzó el dinero para contratar uno), sin recursos oficiales, solo con voluntad, con alimentos disecados en casa y mapas húmedos, pusieron el cuerpo donde pocos se animaron a mirar. Hoy, 60 años después, seguimos buscando casi en las mismas condiciones que lo hicieron Tomilchenko, Bravino y Clyde, abriendo la selva a golpe de machete, agregando de nuevo la telefonía celular y por cierto un equipo más moderno. La tecnología necesaria es cara y no hay fondos, nunca los hubo. A seis décadas de aquel 3 de noviembre de 1965, decido dar por concluida mi búsqueda activa, mi duelo, y me retiro.
Cecilia Viberti es hija de uno de los pilotos del avión, capitán Esteban Viberti, Fuerza Aérea Argentina.
Me jubilo de buscadora de aviones perdidos y verdades sepultadas. Lo hago por motivos familiares y de salud, con dolor, pero en paz. La pandemia se llevó a Wilfredo Rojas, geólogo costarricense, mi jefe de equipo, persona de confianza, pieza clave en este camino, que nos dejó a todos huérfanos de conducción. Ese mismo año partió también mi madre y mi propia salud me lo ha reclamado. La vida también pide pausas. En este recorrido hubo gratitud y soledad. Agradezco a quienes me acompañaron de verdad, que fueron muchos, imposible mencionarlos a todos.
Muchos otros prefirieron mirar de lejos. Cuando pedí ayuda para costear expediciones, algunos respondieron con oraciones, otros con indiferencia. Ni helicóptero conseguimos. A veces ni Dios estuvo de nuestro lado, hasta el clima parecía darnos la espalda: bastaba poner un pie en la montaña para que el cielo se abriera en aguacero. A nada dediqué tanto como a esto: ni a mi familia, ni a mi trabajo, ni a mí misma. Invertí tiempo, recursos, energía, amor y años. No encontré el avión, pero rescaté la historia del olvido. En 2001, cuando nadie hablaba ya del accidente aéreo más grande de la historia argentina, logré que Telenoche Investiga viajara a Costa Rica. Ese informe encendió la memoria dormida de decenas de familias que creían la causa muerta. Me voy con el corazón sereno. Di todo. No tengo el consuelo de la respuesta final, pero sí la certeza de haber hecho todo lo posible. Este camino me enseñó sobre la dignidad de algunos, la mezquindad de otros, y la profundidad insondable del ser humano.
Me hubiera gustado dejar una nueva generación de buscadores que tomara la posta que yo tomé de quienes me precedieron, pero no veo motivación en las nuevas generaciones. Hoy digo adiós al monte, a las pistas, a las cartas, a las fotos, a los llamados a cualquier hora. El TC-48 sigue allí, en algún rincón escondido de la selva, esperando ser encontrado por casualidad. Buscar durante tantos años, sostener la memoria, seguir creyendo, incluso cuando el cuerpo y el alma se cansan, es una forma de amor tan profunda que se vuelve historia.
(*) Cecilia es hija de uno de los pilotos del avión, capitán Esteban Viberti, Fuerza Aérea Argentina.
(**) Documental “La última búsqueda” https://www.youtube.com/watch?v=UPA2Oh8nAQA&t=364s