23 de junio de 2025 - 18:18

Luciana Sabina en Aconcagua Radio: los próceres y sus enfermedades

Detrás de la épica de la independencia argentina se esconde una historia de cuerpos debilitados por enfermedades y dolores.

Cuando evocamos a los próceres argentinos, solemos imaginarlos como figuras de bronce, casi mitológicas, dueños de una salud de hierro y una voluntad invencible. Pero una lectura más profunda de sus vidas permite revelar otro costado: el de los hombres comunes, vulnerables, acosados por enfermedades crónicas, dolores constantes y hasta adicciones. Una humanidad que no los disminuye, sino que realza aún más su determinación.

Ese es el enfoque que propone la historiadora Luciana Sabina, quien en una reciente entrevista rescató el costado físico, emocional y médico de José de San Martín y otros líderes patrios. “Nos enseñaron a verlos desde una óptica idealizada, casi divina. Pero eran profundamente humanos, con todas sus limitaciones. Lo admirable es que, a pesar de eso, hicieron lo que hicieron”, explicó.

Un cruce épico… y doloroso

El caso de San Martín es tal vez el más impresionante. El Libertador arrastró durante décadas una úlcera gástrica que terminó siendo la causa directa de su muerte: una hemorragia digestiva masiva. Pero ese no era su único padecimiento. También sufría de asma, reumatismo, insomnio crónico y, en su vejez, cataratas. Durante su estancia en Europa contrajo cólera y fiebre tifoidea. Y se sabe que fue tratado por tuberculosis.

Para calmar los intensos dolores, San Martín consumía opio. “Era un consumidor habitual, al punto que en las cartas entre Pueyrredón y Tomás Guido se menciona la preocupación por su uso repetido del opio. Algunos historiadores lo definen como una adicción”, contó Sabina.

A pesar de ese cuadro clínico, San Martín lideró la campaña libertadora y cruzó los Andes. En una de sus últimas travesías por la cordillera, de hecho, San Martín tuvo que ser trasladado en camilla.

La soledad del héroe

Pero el cuerpo no fue su único frente de batalla. San Martín enfrentó también el desgaste emocional y la traición. Fuera de Mendoza —a la que llamaba “mi isla”— encontró resistencias, sospechas e incluso la deslealtad de algunos de sus propios granaderos. El agotamiento mental no hacía más que retroalimentar sus males físicos.

Sus últimos días estuvieron marcados por una lucidez dolorosa. En París, ya casi ciego, sintió que la muerte se acercaba. Le pidió a su hija Mercedes que le leyera los diarios. Luego, al sentirse mal, pidió que lo dejaran solo para morir sin que su hija lo viera. Un gesto que resume la dignidad con la que enfrentó la vida —y la muerte.

Belgrano: batallas en la guerra y en el cuerpo

Manuel Belgrano no tuvo mejor suerte. Murió a los 50 años, enfermo y en la pobreza. Sus dolencias fueron múltiples: sífilis contraída durante su juventud en Europa, hidropesía (una acumulación anormal de líquidos), problemas cardíacos y vómitos de sangre antes de las batallas. Incluso mandó construir un carro especial para trasladarse al frente, aunque nunca llegó a usarlo.

Su final fue tan indigno como doloroso: su familia no tenía dinero para una lápida y usaron partes de un artefacto de baño para su tumba. Años más tarde, sus restos fueron trasladados sin el debido cuidado. Cuando se exhumaron, solo se encontraron dientes. Dos ministros se los robaron y se los entregaron a Bartolomé Mitre, quien los mostraba en reuniones sociales. Recién tras la presión de un sacerdote y de la prensa fueron devueltos a su lugar de descanso definitivo.

Castelli, Moreno, Güemes: la enfermedad como destino

La lista continúa. Juan José Castelli murió de cáncer de lengua, al punto de que debieron amputársela. En sus últimos días enfrentaba un juicio político. Mariano Moreno falleció en altamar, enfermo y débil. Martín Miguel de Güemes arrastró varias dolencias crónicas. “Las enfermedades eran propias de la época —dijo Sabina— pero también es cierto que muchos de ellos terminaron sus días en condiciones terribles, de exilio, persecución y abandono”.

Las divisiones políticas no daban tregua. “La grieta ya estaba. Cornelio Saavedra, por ejemplo, escribió que Dios había librado al país de ‘ese ser maligno’, refiriéndose a Moreno. Las peleas internas eran tan feroces como las externas”, relató Sabina.

Un reconocimiento más completo

Comprender que nuestros próceres eran seres humanos vulnerables, que obraron bajo presión, dolor y traiciones, no los hace menos admirables. Al contrario, resignifica su gesta. La verdadera heroicidad radica en haber hecho historia mientras el cuerpo les pedía descanso y la salud se deterioraba sin remedios eficaces.

“Nos acostumbramos a verlos en mármol y bronce. Pero fueron de carne y hueso. Sufrieron, enfermaron, murieron en la pobreza o perseguidos. Y aun así, cambiaron el rumbo de América Latina”, concluye Sabina.

Escucha la nota completa acá y podés escuchar la radio en vivo en www.aconcaguaradio.com.

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