La odisea de una madre para conseguirle audífonos a su hijo: Malargüe-San Rafael en 13 horas

Noelia Maya y su hijo Dylan tiene que viajar desde el remoto paraje de Agua Escondida para conseguir ayuda profesional.

La travesía de una madre y su hijo.
La travesía de una madre y su hijo.

Noelia Maya, nacida y criada en esta población de 300 habitantes, debe hacer miles de peripecias cada vez que sortea los 280 kilómetros hasta San Rafael para que su hijo hipoacúsico reciba tratamiento. Cuando su hijo Dylan nació con una hipoacusia severa, en 2013, Noelia Maya sintió que el mundo se le venía encima.

Llena de temores y preguntas, se cuestionó por qué siempre a ella: la vida ya le había dado una enorme lección cuando perdió un hijo a punto de nacer.

Por primera vez en su vida, Noelia, oriunda de Agua Escondida, población de 300 habitantes en el distrito de Malargüe, pudo dimensionar lo que implicaría sobrellevar la discapacidad de su hijo en un sitio bello y natural pero inhóspito y con caminos intransitables.

Porque quien habita en Agua Escondida debe ser consciente de que está limitado con la atención de especialistas y que la escuela, por ejemplo, carece de docentes para chicos especiales. Mientras Dylan no existía, ella no se daba cuenta.

Pero luego, debió vivir en carne propia distintas odiseas, como demorar más de 10 horas para transitar 280 kilómetros que la separan hasta San Rafael y así cumplir con un turno médico.

Como si los caminos difíciles fueran poco, se le sumó esta cuarentena eterna que no hizo más que complicar las cosas y aislar aún más a la localidad. El transporte, que deja mucho que desear, se limitó al extremo.

Nadie mejor que ella para relatar en primera persona uno de sus tantos viajes a San Rafael junto al nene.

“Salimos a las 4 de la tarde y a las 10 de la noche el micro quedó en el camino. Muertos de frío, esperamos en la terminal de General Alvear hasta las 3 de la madrugada, cuando llegó el refuerzo. Llegamos a destino a las 5 de la mañana”, rememora.

“Sí –reitera--: casi 13 horas para transitar menos de 300 kilómetros”.

Complicaciones por demás

En febrero último, cuando fue necesario cambiar el equipo de su hijo, decidió viajar sola. Lo hizo aprovechando la camioneta de un familiar. Le dijeron que regresara en marzo.

Así fue que, en pleno aislamiento obligatorio, primero perdió un turno en Mendoza capital. Luego, con un permiso especial viajó a San Rafael junto a docentes que distribuían cuadernillos para alumnos sin conectividad.

“Fue interminable porque acompañamos todo el recorrido y algunos tramos se deben hacer a paso de hombre”, relata.

Más allá del afecto que siente por su pueblo de origen, al que asegura amar, reconoce que en materia sanitaria y educativa, al menos para chicos especiales, la localidad está olvidada.

“Cuando un hijo presenta un problema genera gran impotencia no otorgarle con rapidez lo que necesita”, reflexiona. Tanto es así, rememoró, que cuando el Dylan tenía dos años, decidió instalarse en San Rafael. Estaba cansada de ir y venir en medio de complicaciones.

“Me mudé con una hermana y mi hijo pudo acceder semanalmente a todos los especialistas. Fue un año fructífero, pero luego empezaba el jardín y volvimos a Agua Escondida”, recordó.

A Noelia la apena pensar en todas las posibilidades que Dylan pierde, como sesiones de Fonaudiología.

“Ojo, no me quejo de vivir aquí, simplemente considero que se dificulta para quienes tenemos hijos con dificultades. El transporte, los caminos y la falta de señal de Internet no ayudan en nada”.

Siempre con el dinero justo –su marido se desempeña en el campo y ella trabaja como empleada doméstica—advierte que no pretende dar lástima.

“Nada mejor que trabajar, sacrificarse y darle lo mejor a nuestros hijos, sé el valor del esfuerzo y no pretendemos que nadie nos regale nada”, dice.

“Es más: quisiera ser yo la hipoacúsica, así Dylan no debe pasar por todo esto”.

Un “guerrero” que da la mejor lección

La evolución de su hijo en la escuela es muy rápida y de a poco aprende a leer y escribir.

“Como puede escuchar, comprende las consignas y se pone muy feliz. Es él quien me enseña todos los días, me ayuda a enfrentar la situación y a no bajar los brazos. Es un guerrero que siempre sonríe”, lo define y aclara que, como toda madre, ella también necesita apoyo y contención.

“Cuenta nació fue tal el golpe que me encerré en mí misma. Creí que era la única. Después entendí que las cosas suceden y que estas historias deben visibilizarse para poder ayudarnos entre todos”, reflexiona.

Como evangélica, la familia cree profundamente en “el propósito de Dios”. Concluye: “Hoy, solo agradezco. Dios tiene un objetivo para Dylan y a mí me dio una gran lección”.

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