14 de diciembre de 2025 - 08:00

Juan Carlos Jaliff, el último 'viejo zorro': "Soy de la generación de antes de Twitter, cuando hacer política era cara a cara"

A cuatro años de haberse retirado de la política formal, y habiendo sido testigo directo de crisis, motines, gobernadores y reconstrucciones, repasa su vida. Su infancia en Palmira, la militancia clandestina y las decisiones que marcaron su destino.

Tiene 74 años y es el último “viejo zorro” de la política mendocina. “Eso es un elogio”, dice. Se retiró hace cuatro años de la actividad formal y todos los exgobernadores con los que trabajó fueron a despedirlo, pero hoy, todavía, va casi diariamente a la Legislatura para dar algún asesoramiento, para atender las dudas de algún correligionario y hasta colabora para armar proyectos de ley que presentarán en el Congreso de la Nación.

Juan Carlos Jaliff es de esos políticos antes de Twitter, cuando las discusiones se daban cara a cara, donde los debates eran reales, con gente de verdad y no perfiles en las redes.

“Trabajé con los cinco gobernadores radicales: fui director del IPV con Llaver; ministro de Gobierno con Iglesias; vicegobernador con Cobos, y presidente provisional del Senado con Suárez y Cornejo. Siete veces fui elegido presidente provisional del Senado, algo que nunca había ocurrido antes y no ha ocurrido después”, repasa.

Cuénteme cómo fue su infancia, dónde transcurrió y si esa infancia influyó en el resto de su vida.

—Nací en la Isla Grande, un pueblo que hay en la costa este del río Mendoza, cerca de Palmira y de Barriales, en una finca. Mi papá era el almacenero del pueblo, como todo turco. Hasta los 10 años tuve una infancia de campo, hasta que nos fuimos a vivir a Palmira.

Fui a la primaria en el colegio Don Bosco, de Rodeo del Medio, y a la secundaria en San Martín. Fue una infancia feliz. Sigo vinculado a Palmira. Todos mis hermanos viven ahí.

—¿Cuándo y cómo supo qué quería ser en la vida? ¿Fue una idea que se fue gestando de a poco?

—Quería ser abogado, siempre lo pensé. De hecho, apenas terminé la secundaria (reconoce que en esa etapa no fue un alumno brillante) me fui a estudiar a Santa Fe, donde me recibí en cuatro años en la Universidad del Litoral.

La política llegó a mi vida precisamente una vez recibido, en el año 75, cuando volví a Palmira. Ahí me invitaron a una reunión con un dirigente del radicalismo, porque mi hermano mayor ya militaba. En esa reunión conocí a grandes dirigentes del radicalismo: Raúl Baglini, José Genoud, Alfredo Mosso, Fernando Armagnague… Ahí me empezó a gustar, empecé a participar. Después vino la dictadura y continuamos militando de forma clandestina, mientras ejercía mi profesión de abogado, primero con un estudio en Palmira y después otro en la ciudad.

—¿Pensó alguna vez ser otra cosa? ¿Lo deseó, lo imaginó?

—Lo que imaginé creo que lo concreté, y eso es una gran satisfacción.

—¿Puede mencionar a tres personas que lo hayan marcado en su vida, fuera o dentro de la política?

—Yo tenía 15 años cuando el golpe de Estado que derrocó a Arturo Illia (28 de junio de 1966) y me impactó ver cómo lo sacaban de la Casa de Gobierno, cómo Illia se tomaba un taxi y se iba a su casa. Eso fue, en parte, lo que me llevó a ser radical.

Después, empezar a trabajar con Raúl Baglini y José Genoud me marcó para siempre. Estuve trabajando muchos años con ellos y fui aprendiendo todo lo que uno tiene que ir aprendiendo en la política.

—¿Cuál fue el personaje de la política que más le impactó conocer?

Raúl Alfonsín, sin ninguna duda. Yo lo había visto por primera vez en un acto, en la Facultad, donde fue a dar una charla al bar de la Universidad. Éramos cuarenta o cincuenta nomás. Pero no me hice alfonsinista. Fue después cuando me di cuenta realmente de lo que fue Raúl Alfonsín. Después estuve muchas veces con él. Charlamos e intercambiábamos ideas, pero sobre todo yo lo escuchaba.

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Juan Carlos Jaliff con Raúl Alfonsín, una relación que duró muchos años.

Juan Carlos Jaliff con Raúl Alfonsín, una relación que duró muchos años.

—¿Usted recuerda algún momento de extrema tensión política que haya vivido, del que haya sido protagonista?

—Sí, muchos. En mi casa, en 2001, fue el primer escrache a un funcionario en democracia. Fue cuando tuvimos la necesidad imperiosa de bajar los sueldos de la administración pública. Fue un grupo de sindicalistas; hicieron un escrache en mi casa. Yo no estaba en la Casa de Gobierno: tuve que volver a mi casa y lo enfrenté. Pero bueno, yo quería dialogar con ellos; ellos no quisieron, pero después recompusimos toda esa relación. Y, por supuesto, ese momento —no solo el escrache sino el anterior, cuando tomamos la decisión— fue muy doloroso para todos; fue un momento muy tensionante.

—¿Se arrepintió en ese momento de estar en política?

—No, nunca me lo replanteé. Por supuesto, lamento mucho el mal rato que pasó mi familia en ese momento, pero bueno, también me comprendieron y entendieron cuál era mi trabajo. Fueron momentos difíciles.

—¿Hubo otro momento así?

—Sí, y realmente fue impactante: el motín vendimial (marzo de 2000).

Yo tuve que ir porque Iglesias no se podía mover de la Casa de Gobierno. Sábado en la mañana seguía el motín, el sábado vendimial. Tuve que ir a recibirlo a De la Rúa al aeropuerto y explicarle la situación. Incluso el palco estaba a ocho cuadras, diez cuadras del motín, en la calle Emilio Civit.

Bueno, de todas maneras, mientras yo le explicaba en un salón aparte, los dos solos —yo era muy amigo de De la Rúa, tenía mucha confianza con él—, en el momento en que estábamos charlando me llamó Roberto Iglesias: se había solucionado. Pero eso fue un momento muy difícil que pasamos.

—Y en esos momentos tan tensos, tan complejos, ¿usted se replanteó? ¿No pensó “qué hago acá, quién me mandó”?

—No, nunca. Porque, bueno, la responsabilidad de gobernar es eso: hay que tomar decisiones, y a veces son decisiones que le traen profunda satisfacción, como cuando uno inaugura una obra, como cuando entrega una vivienda, cuando yo era director del IPV. Y hay momentos en que hay que tomar decisiones que, bueno, son complicadas, difíciles.

De eso se trata gobernar, o ser funcionario público con poder de decisión.

—¿Podríamos decir que usted es de la generación de políticos anterior a Twitter, en donde los debates todavía eran cara a cara?

—Sí, efectivamente, nosotros somos la generación antes de Twitter. Hacer política era totalmente diferente. Era cara a cara. El gran problema de la política por Twitter es, en muchos casos, el anonimato. Y también los impulsos que llevan a alguien a escribir y enviar mensajes sin recapacitar, sin razonar, sin evaluar lo que va diciendo. Antes la actividad política se hacía casa por casa, cara a cara; se tomaba contacto con la gente en forma real, no como ahora, que todo es a través de una plataforma o de las redes sociales.

—Referido a lo anterior, ¿qué piensa de estos tiempos, con tantas declaraciones y acusaciones destempladas en las redes?

—La verdad, no me gusta. A veces hasta me da vergüenza ajena escuchar las declaraciones de dirigentes importantes de la política argentina. Además, esa forma de razonar, de enviar mensajes sin tener el tiempo suficiente para reflexionar… Me viene a la cabeza una frase del presidente uruguayo José Mujica, que decía que en la democracia y en la política hay que usar más la oreja que la boca. Hay que escuchar más y hablar menos. Esa es una frase que realmente es muy buena y refleja lo que debe ser la actividad política.

—Entonces, ¿qué piensa del último acto de jura en el Congreso de la Nación?

—Hace rato que venimos viendo estas cosas, pero nunca como ahora. Yo siempre digo que todos estos juramentos son nulos, pero nadie se anima a plantearlo formalmente. Están incumpliendo desde el arranque con la Constitución.

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Juan Carlos Jaliff (Marcelo Álvarez - Los Andes)

Juan Carlos Jaliff (Marcelo Álvarez - Los Andes)

—¿Le quedó alguna cuenta pendiente en la política?

—La verdad es que tuve muchos cargos que me dieron muchas satisfacciones, que también me obligaron a tomar muchas decisiones, aun cuando algunas tuvieron un gusto amargo. Podría decir que me hubiera gustado ser gobernador de la provincia; es lo único que quedó pendiente. Porque he sido ministro de Gobierno, director del IPV, vicegobernador, senador provincial… No quise ser legislador nacional pese a que me lo propusieron un par de veces...

—¿Cómo le gustaría que lo recuerden?

—Como me recuerdan ahora. Siento en la calle, en la gente, el respeto que me tienen, más allá de cualquier diferencia política. Todo el mundo siempre tiene una palabra amable. Creo que me recuerdan como a mí me hubiera gustado que me recuerden después de que dejé de ser senador, cuando abandoné la función pública. En la última sesión —se dieron las circunstancias de que la presidiera yo— mis pares me hicieron sentir el respeto y el afecto. Estuvieron presentes todos los gobernadores con los cuales trabajé. Y yo dije que eso era lo que había querido para mi vida, y que mi vida política terminaba de la manera que yo quería que terminara.

—Borges, en el cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, encara una de sus obsesiones. Allí, en el párrafo clave, cuenta lo que siente Cruz al enfrentarse a Fierro. Dice que Cruz supo quién era, cuál era el sentido de su vida, en ese instante. Juan Carlos Jaliff, ¿tuvo un momento así? ¿Cuál?

—Ese cuento de Borges es realmente muy bueno, especialmente por lo que supone ese instante. Yo recuerdo un día, un momento así. Fue cuando, después de Malvinas, la dictadura entendió que se debía ir. Ahí tuve la sensación de que ya sabía lo que quería para mi vida. Arranqué siendo secretario de bloque. Fue muy poco tiempo, porque después me fui de director del IPV, donde tuve una gran experiencia. Hicimos 20.000 casas en cuatro años, cosa que nunca se había logrado ni se ha vuelto a lograr. Esa satisfacción de ver a la gente recibir su casa no se me borró nunca. De hecho, hay muchos todavía que me encuentro por ahí y me recuerdan que recibieron su casa en mi gestión. Esas son grandes satisfacciones.

—¿Qué siente una persona, un hombre de este tiempo, teniendo la seguridad, a esta altura de su vida, de que es parte de la historia?

—Realmente… bueno, estoy orgulloso de lo que he hecho. Y terminé mi carrera política de la manera que yo quería. Yo me fui cuando yo quise irme. Tenía 70 años. Y yo dije: “Ya, hasta acá”. Voy a seguir trabajando. De hecho, lo hago. Y gracias a Dios que lo hago, porque me mantiene ocupado. Asesoro, colaboro. Me mandan proyectos. Voy a la Legislatura. Hablo con los legisladores, me consultan. Voy a la Casa de Gobierno. Y eso me produce la satisfacción de la confianza que me tienen y, además, la satisfacción de estar ocupado y seguir militando. Y seguir militando.

Para Jaliff, no es necesario que Pérez reglamente las PASO
Jaliff, corazón caliente.

Jaliff, corazón caliente.

Decisiones, amistades y un récord insólito

Jaliff dice que abrazó tanto la política que incluso rechazó ofertas para ocupar altos cargos en la Justicia, tanto federal como provincial. Lo cuenta sin nostalgia ni vanidad, como quien repasa una decisión que no le pesó: “Yo elegí quedarme en Mendoza”, repite. En 1999, después de doce años trabajando en Buenos Aires, sintió que había dejado demasiado a su familia al margen y tomó una determinación que marcaría todo lo que vino después. Nunca más aceptó propuestas para ser legislador nacional ni funcionario en un gobierno central. Su anclaje sería definitivo: Mendoza como territorio y como destino.

Recuerda también un momento que, sin saberlo, anticipaba el derrumbe del país. En diciembre de 2001 acompañó a Fernando de la Rúa en la inauguración de Potrerillos, última visita presidencial al interior antes del estallido. Hablaron a solas. “Lo vi abatido, muy mal”, rememora. Diez días después, la crisis explotó.

Cuando analiza el presente político, sostiene que Mendoza alberga hoy “el radicalismo más poderoso del país”. Los números parecen acompañarlo: de los últimos siete gobernadores, cinco han sido radicales; y en los últimos cuarenta años, seis administraciones de la UCR y cinco del PJ se repartieron la provincia. Menciona también el caso de Corrientes, como un espejo similar, pero enfatiza el peso particular que adquirió Mendoza dentro del mapa nacional.

En lo personal, afirma que la política nunca lo enemistó con nadie. Cultiva amistades dentro del justicialismo, entre ellas la de Adolfo Bermejo y Patricia Fadel. “Siempre supe separar lo político de lo personal”, asegura.

Y se ríe cuando recuerda el comentario de una funcionaria que lo sorprendió un día: le dijo que era “el no gobernador que más decretos firmó” en la historia provincial. Entre sus firmas como vicegobernador de Cobos y como presidente provisional del Senado, acumuló un récord insólito que él todavía toma como una humorada.

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Juan Carlos Jaliff (Marcelo Álvarez - Los Andes)

Juan Carlos Jaliff (Marcelo Álvarez - Los Andes)

Ping Pong

¿Un libro? Muchos. Soy un gran lector, un gran lector. No hay noche en mi vida en la que no lea una hora y media. Elegiría La silla del águila, de Carlos Fuentes, pero también El general en su laberinto, de García Márquez, o Conversación en la catedral, de Vargas Llosa. Pero hay más, así que estoy cometiendo una injusticia.

¿Música preferida? Toda. Me gusta el tango, el bolero, el rock de mi generación. Con mi señora siempre escuchamos música, una o dos horas, buscando las canciones de antes en YouTube. Pero tengo una canción, un tema preferido: Himno al amor. Y, además de la versión de Edith Piaf, elijo la de Céline Dion. Cuando la escuché en la apertura de las Olimpiadas en París, me provocó una emoción muy grande.

¿Una comida? Una muy simple, muy sencilla: milanesa a la napolitana.

¿Le gusta cocinar? No. Antes hacía algún asado solamente. Ahora lo hacen mis hijos.

¿Un hobby? Leer. Y el fútbol. Soy un apasionado del fútbol, veo fútbol de todos los países, todos los días. Mis nietos saben que, cuando hay un partido, el televisor lo mira a él, al abuelo. Por supuesto, soy bostero de toda la vida, enfermo. Le hablo al televisor en los partidos, les hablo a los jugadores.

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