En la principal esquina del centro mendocino, la Peatonal Sarmiento, entre pasos apurados y el ruido del tránsito, Carlos Rodríguez mantiene viva una tradición que parece desvanecerse con el tiempo: lustrar zapatos. Con 37 años y una caja que habla por sí sola, lleva más de dos décadas dedicando sus días a este oficio que hoy es prácticamente una rareza.
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Carlos Rodríguez, lustrador por mandato familiar.
“Desde los 13 años, hace más o menos 24 años. Tengo 37”, explica Carlos. “Ya venimos de una familia que hacía esto. Todo parte de seis hermanos, entre ellos mi viejo, que falleció hace casi 10 años. Él y sus hermanos lustraban acá en la peatonal. Salían los hijos de todos y éramos seis sobrinos, pero lustrábamos por las laterales de la Sarmiento, o sea Espejo, Rivadavia, 9 de Julio. Hacíamos San Martín, pero no podíamos entrar a la peatonal porque estaban los seis hermanos y había discusión entre ellos. La Peatonal abastecía a todos los hermanos y nadie más. Y a los sobrinos les tocaban las laterales”.
Carlos no siempre tuvo a este trabajo como su principal ingreso. Un accidente de tránsito cambió su vida. “En realidad, estudié un oficio: mecánica del automotor, pero hace 18 años perdí una pierna en un accidente de tránsito y me quedé sin laburo por mi discapacidad. Por eso me puse a lustrar en esta esquina; en principio pasaba por las mesas. Trabajaba también en la municipalidad, en Servicios Públicos, pero siempre hice esto”. Carlos no siempre tuvo a este trabajo como su principal ingreso. Un accidente de tránsito cambió su vida. “En realidad, estudié un oficio: mecánica del automotor, pero hace 18 años perdí una pierna en un accidente de tránsito y me quedé sin laburo por mi discapacidad. Por eso me puse a lustrar en esta esquina; en principio pasaba por las mesas. Trabajaba también en la municipalidad, en Servicios Públicos, pero siempre hice esto”.
El punto de vista de los clientes
La pandemia fue otro giro en su historia: “La economía fue cambiando el sistema y después cuando nos agarró el Covid lo poco que quedaba de formal se terminó de cambiar totalmente”. El lustrador estuvo sustentádose a través de créditos para poder sobrellevar la situación. Eso fue hasta septiembre del 2020, cuando tuvo la posibilidad de salir a trabajar de nuevo. “Ahí nomás volví a lustrar y ya habían algunos acá trabajando, así que hicimos eso”, recuerda.
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A pesar de los obstáculos, entre ellos su discapacidad, Carlos no pierde la pasión. “Es algo muy hermoso, muy lindo. A mí me encanta el trabajo porque puedo conversar con diferentes clientes; todos tienen su punto de vista. Te puedo lustrar de un juez a un albañil, un verdulero, médicos, cualquiera. Entonces ves el punto de vista de todos esas personas que son de diferentes rubros”, explica.
La herencia del respeto
Carlos tiene dos hijos, de 18 y 20 años, a los que les quiere enseñar a creer en el valor de aprender un oficio: “Me gustaría que estudien, pero si no estudian tienen que trabajar. Pero bueno, me gustaría que aunque sea estudien un oficio”.
Reconoce que el trabajo le ha enseñado algo muy importante: el respeto. Algo que dice haber aprendido de un amigo. “Me ha enseñado cómo portarme en la vida, cómo encarar, porque acá en la calle encontrás cosas buenas y malas, por lo que tenés que saber seleccionar siempre las cosas buenas. Es cuestión de uno qué hace y qué no para dónde agarrar el rumbo”.