Enrique y Gloria tienen más de 70 años, se conocieron en la fila del banco y se casaron
Se cruzaban en la fila de la sucursal bancaria en San Martín donde cobraban su jubilación. Ella tiene 77 años es viuda y tiene hijos, nietos y bisnietos; él 79. Dicen que la soledad no es buena y que se enamoraron.
Gloria y Enrique sólo se vieron en la cola del banco una vez
al mes durante un año, hasta que se animaron a conocerme más. | Foto: Enrique Pfaab / Los Andes
En esta época individualista, agresiva, en donde sólo interesa sobresalir, la historia de Gloria y Enrique rompe el impersonal formato actual. Él tiene 79 años, ella tiene 77 y este sábado se casaron, después de seis años y medio de relación previa, dividida en noviazgo y en una primera convivencia.
Se los ve plenos. Gloria dice que fue ella quien le enseño a él a ser feliz. Y Enrique dice que permaneció soltero hasta ahora "porque no la encontré antes".
Viven en la manzana con más historia, la que se confunde entre la ciudad de San Martín y la de La Colonia, la que se formó junto a la estación de tren, la encerrada entre Espejo, 25 de Mayo, Las Heras y Defensa.
Esa casa, que aún conserva un gran jardín fresco, repleto de árboles y jazmines, es de Enrique Rodríguez y de su familia de origen, pero se ha transformado también en la casa de Gloria Robira, su flamante esposa.
Se conocieron en la cola del banco donde cobraban su jubilación. Durante un año sólo se vieron allí, una vez al mes, hasta que se animaron a conocerme más, a entrelazarse.
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Enrique y Gloria tienen más de setenta, se conocieron en la cola del banco y se casaron. (Enrique Pfaab - Los Andes)
Primero vivieron cada uno en su casa, pero después la necesidad de compañía, la mayor seguridad de estar juntos, el cariño las 24 horas, los decidió a convivir.
Ahora, decidieron casarse. Por civil y con fiesta. "Si hubiera sido por Enrique, no hubiera habido fiesta, pero somos muchos en la familia los que queremos divertirnos, los que queremos bailar", sostiene Gloria, y acota que le hubiera gustado también casarse por Iglesia, pero respetó la decisión de Enrique de no concurrir al altar.
Los dos han sido gente de trabajo. De muchísimo trabajo durante toda la vida ya vivida.
Enrique
Enrique Rodríguez cuenta que, después de hacer tres años en la Escuela Industrial y tener el primer título de experto mecánico, ingresó a Ferrocarriles Argentinos. "Estuve trabajando cinco años y medio, mientras seguía estudiando en las noches. Me recibí de técnico mecánico y mandé una solicitud a la destilería de YPF. A los dos años me llamaron. Me hicieron la revisación médica, por entonces no era tan sordo como ahora (indica una reducción de la audición que le resulta incómoda) y entré. Trabajé 33 años allí, hasta que me echaron en el 98, cuando tenía 52 años", rememora en una charla con Los Andes.
Ironiza, diciendo que "tardaron 33 años en darse cuenta de que yo no servía para el trabajo", pero le ve un costado favorable al despido y los 13 años siguientes hasta llegar a la edad de la jubilación: "Gracias a que me echaron, pude atender a mi mamá y a mi hermano, que estaban mal de salud".
Gloria
Gloria Robira es oriunda de Montecaseros y allí pasó la mitad de la primera parte de su vida. "He trabajado muy mucho. No le puedo decir cuánto, porque no quiero volver la vida atrás", avisa.
Dice que fue la mano derecha de su padre, trabajador rural, y trabajó en la finca haciendo todas las tareas de labranza, desde cosechar a pasar el tractor.
Ya casada y con dos hijos, decidió con su marido, "un gringo de tierra y surco", mudarse al centro de San Martín para darles a sus hijos la posibilidad de estudio.
Gloria trabajó 23 años en La Campagnola, cuidó ancianos e hizo mil tareas más. Su marido, mayor que ella, falleció hace años y Gloria pensó que su vida de mujer estaba completa… pero no.
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Enrique y Gloria tienen más de setenta, se conocieron en la cola del banco y se casaron. (Enrique Pfaab - Los Andes)
La conquista
Enrique, como muchos jubilados, concurrían a la sucursal de la avenida Boulogne Sur Mer, de San Martín, del banco Supervielle para cobrar su jubilación. Llegaba a tiempo para sacar su número y esperar tranquilo a que lo llamaran.
Pero un día se dio cuenta de que una señora llegaba siempre muy tarde, a veces a punto de quedarse sin número.
A Enrique le brillan los ojos cuando lo cuenta. "En esos días ella tenía todavía a su madre viva y la cuidaba. Entonces, la dejaba comiendo y se iba rápido para el banco. Yo la veía… Entonces, un mes decidí sacarle yo el número y entregárselo cuando llegara. Y ahí empezamos a charlar", repasa.
"Ahí empezó nuestra relación de amigos", completa Gloria. Esa etapa duró un año. Hablaban sólo ese día, en la fila del banco, y el encuentro recién se repetía un mes después.
Hasta que después del año empezaron a salir. "Él empezó a acompañarme a mi casa y empezamos a salir. Mi madre ya había muerto, yo estaba sola y, viendo que él también tenía soledad, nos empezamos a enamorarnos, a acompañar", dice Gloria.
Enrique afirma que permaneció soltero toda su vida, "porque no la conocí antes". Ella dice que la conmovió su bondad, su timidez, su calma. "Yo le enseñé a ser feliz", sentencia.
Por qué casarse
En estos tiempos parece extraño decidir casarse, máxime para una pareja como ellos, con sus vidas hechas, sin exigencias, sin hijos en común.
-¿Por qué lo decidieron?
-Porque yo vengo de un hogar donde el respeto es importante. En la zona rural era así antes. Cuando me vine a la ciudad empecé a conocer a otra clase de personas, de mujeres, de hombres. Acá se separaban porque sí. En la fábrica (La Campagnola) la mayoría era separado.
“Yo tengo el compromiso con un hombre. Lo voy a acompañar en cualquier circunstancia. A Enrique lo cuido, para mí él es lo más importante. Ahora que él es sordo, yo soy sus oídos, soy todo lo que él pueda necesitar", completa.
A la misma pregunta, Enrique asiente. Se lo ve feliz, satisfecho. Se le nota en los gestos, en la mirada.
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Enrique y Gloria tienen más de setenta, se conocieron en la cola del banco y se casaron. (Enrique Pfaab - Los Andes)
Qué fantástica esta fiesta
En la histórica manzana, esta que está cargada de historias ferroviarias, hay fiesta. Será para la familia, los hijos, nietos y bisnietos de Gloria. Para las sobrinas nietas de Enrique, para sus primas, para la parentela cercana. También para los amigos más cercanos, esos que están siempre.
Gloria es la que comanda la alegría. "Salimos a bailar cada tanto. Él no bailaba, no sabía bailar y yo a él le enseñé. Le enseñé muchas cosas, le enseñé a ser feliz. Porque Enrique era tímido. En cambio, yo soy de hablar, soy cordial con toda la gente, me gusta ser sociable. Creo que Dios me ha devuelto un poco de todo lo que difícil que yo pasé", cuenta.
El patio ya está regado. Hace un rato cortaron el pasto, podaron algunos rosales y jazmines que se habían desmadrado, acomodaron los sillones de jardín, limpiaron lo que había que limpiar. Porque aquí, en este patio, será la fiesta. No hará falta más.
Claudia, hija de Gloria, llega cuando ya está avanzada la entrevista y subraya cosas que ellos ya dijeron. Que está bueno acompañarse, que la felicidad está en las cosas simples, que la familia está feliz, que todos lo están. Se lo merecen.