Destinos poco conocidos suelen atraer a quienes buscan playas tranquilas, arena fina y paisajes naturales. Jericoacoara, en el estado de Ceará, Brasil, es un pequeño pueblo que combina dunas doradas, aguas cristalinas y un ambiente de paz total, ideal para desconectarse del bullicio cotidiano.
Un paraíso escondido en el noreste brasileño
Jericoacoara, conocido localmente como “Jeri”, es un poblado remoto que se hizo famoso por sus playas infinitas y un entorno prácticamente intacto.
Llegar al lugar requiere cruzar caminos de arena, lo que limita el turismo masivo y mantiene un ambiente de calma.
El clima es cálido y seco, ideal para disfrutar del sol y practicar deportes acuáticos como kitesurf y windsurf.
Además, sus aguas claras y poco profundas convierten al pueblo en un destino seguro para familias y viajeros que buscan tranquilidad.
Dunas y atardeceres que parecen postales
Entre los grandes atractivos de Jeri están sus dunas doradas, donde los visitantes pueden caminar, hacer sandboard o simplemente contemplar la puesta de sol.
El famoso Sunset Dune se ha convertido en un ícono: ver cómo el sol se oculta detrás de la arena es una experiencia única que combina naturaleza y silencio absoluto.
Además de las dunas, la playa principal ofrece kilómetros de arena blanca y mar transparente, sin aglomeraciones.
Es un lugar perfecto para practicar yoga, meditar o leer mientras se escucha únicamente el sonido del mar.
Vida local y gastronomía auténtica
A pesar de ser un pueblo pequeño, Jericoacoara mantiene una vida local activa. Sus restaurantes y bares ofrecen mariscos frescos, tapioca y jugos naturales típicos de la región de Ceará.
Las calles de arena y las casitas coloridas crean un ambiente pintoresco que combina la autenticidad brasileña con comodidad para turistas.
El pueblo también es famoso por su espíritu sostenible: la mayoría de los alojamientos son ecológicos y promueven el turismo responsable, conservando la naturaleza y la tranquilidad que caracteriza a Jeri.