29 de diciembre de 2025 - 07:45

Decir gracias: una palabra, una historia y una emoción que nos sostiene

La importancia de expresar gratitud y el gran impacto que tiene en nuestra vida emocional y social.

Decimos gracias casi sin pensarlo. Lo hacemos de manera automática al recibir un favor, al cerrar una conversación o incluso como fórmula de cortesía. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar qué historia encierra esa palabra ni por qué expresar gratitud tiene un impacto tan profundo en nuestra vida emocional y social.

La historia de una palabra

La palabra gracias tiene un origen antiguo y significativo. Proviene del latín gratia, un término polisémico que reunía varios sentidos que hoy solemos separar: por un lado, una dimensión estética, agradable, elegante, armonioso; una dimensión psicológica, es decir, el reconocimiento por un beneficio recibido y, por último, una dimensión social (jurídica): el favor, un beneficio otorgado sin obligación, gratis, por pura gracia.

Con el paso del latín al romance y luego al español, gracias se consolidó como una forma fija para expresar agradecimiento. Con este gesto, reconocemos que el otro nos ha dado algo “gratis”, es decir, sin que nosotros tuviéramos el derecho de exigirlo. La lengua, una vez más, deja ver una concepción profunda de lo humano: agradecer es reconocer que no somos autosuficientes, que necesitamos de los otros.

A lo largo de los siglos, la palabra se fue ritualizando. En la modernidad, su uso se volvió cotidiano, casi invisible. Pero esa aparente simplicidad no le quita peso simbólico: cada gracias sigue siendo una forma de reconocimiento del otro y del lazo que nos une a él.

La gratitud como experiencia emocional

Desde la psicología, la gratitud no es solo una buena costumbre social, sino una emoción compleja con efectos comprobados sobre el bienestar. Las investigaciones en psicología positiva muestran que sentir y expresar gratitud se asocia con mayores niveles de bienestar subjetivo, mejores vínculos interpersonales y una disminución de síntomas como el estrés y la ansiedad.

La gratitud implica un cambio de foco: desplaza la atención desde lo que falta hacia lo que se recibe. No se trata de negar las dificultades, sino de reconocer que, aun en contextos adversos, existen gestos, apoyos y presencias que nos sostienen. Este reconocimiento fortalece la percepción de sentido y de pertenencia: a una familia, a un grupo, a la Creación.

Además, agradecer no solo beneficia a quien recibe el gracias. Quien lo expresa también se ve emocionalmente impactado: se activan emociones positivas, se refuerza la empatía y se consolida la conexión con los demás y con el entorno que nos rodea. Por eso, la gratitud es considerada una emoción vital.

Gratitud y salud: agradecer también cuida el cuerpo

En los últimos años, la investigación científica ha comenzado a mostrar que la gratitud no solo impacta en el bienestar emocional, sino también en la salud física. Estudios en el campo de la psicología de la salud y la medicina conductual señalan que las personas que se sienten agradecidas y practican de manera habitual el gesto de agradecimiento presentan mejores indicadores de salud general.

Sentir gratitud se asocia con niveles más bajos de estrés crónico, una de las principales amenazas para la salud en la vida contemporánea. Al agradecer, disminuye la activación sostenida del sistema de alerta (vinculado al cortisol) y se favorecen estados fisiológicos más estables, con efectos positivos sobre el sistema inmunológico y cardiovascular.

También se ha observado que las personas agradecidas tienden a dormir mejor, a registrar menos síntomas físicos asociados a la ansiedad y a desarrollar conductas de autocuidado más consistentes. Agradecer no funciona como una solución mágica, pero sí como un modulador emocional que influye en la forma en que el cuerpo procesa las experiencias cotidianas.

Desde esta perspectiva, la gratitud puede pensarse como un recurso interno de regulación: ayuda a interpretar los acontecimientos de manera menos amenazante, fortalece la resiliencia y amortigua el impacto del malestar. Así, una palabra tan breve como gracias se conecta con procesos complejos que involucran mente y cuerpo.

Una palabra necesaria en tiempos de urgencia

En un contexto marcado por la prisa, la incertidumbre y el desgaste emocional, volver a darle densidad a palabras como gracias es un gesto casi contracultural. Agradecer implica frenar, mirar al otro y reconocer lo recibido. Es una forma sencilla pero poderosa de humanizar los vínculos y, al mismo tiempo, de cuidarnos.

Tal vez por eso, aunque la usemos todos los días, la palabra gracias sigue siendo necesaria. Porque en su historia lingüística y en su impacto psicológico y corporal se condensa una verdad básica: vivir mejor también tiene que ver con reconocer que no estamos solos y que lo que recibimos importa.

Esta época del año, de balances y planificaciones, es un buen momento para recordar todas las razones y personas con las que estamos agradecidos, todos los momentos (los buenos y también los malos) que nos han dejado grandes enseñanzas, crecimiento, cambio. En lo personal, quiero agradecerle a usted, lector, lectora, que se hace ese tiempo para recorrer estas líneas, leer estas palabras y entablar conmigo este diálogo.

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