Las pantallas forman parte del paisaje cotidiano de la infancia y la adolescencia. Celulares, tabletas, videojuegos, redes sociales y plataformas educativas están presentes en los hogares, las escuelas y los espacios de ocio. Y es necesario que niños y adolescentes transiten estos espacios digitales y desarrollen competencias para la ciudadanía de este tiempo.
Sin embargo, cabe preguntarnos ¿cómo? Porque el uso indiscriminado y sin control tiene impacto en el desarrollo de habilidades clave, como las lingüísticas y comunicativas, entre otras.
El lenguaje en tiempos digitales
El lenguaje se desarrolla en la interacción: escuchar, hablar, preguntar, narrar, argumentar son todas formas de entrar en contacto con otros. En los primeros años de vida, esas experiencias compartidas son el cimiento del pensamiento y de la comunicación. Pero cuando el tiempo frente a la pantalla reemplaza la conversación cara a cara, el desarrollo lingüístico puede verse afectado.
En 2024, un estudio danés, realizado con más de 31.000 niños de 2 y 3 años, mostró que aquellos que usan dispositivos móviles más de una hora al día tienen un rendimiento significativamente más bajo en comprensión y expresión del lenguaje. De forma complementaria, una investigación australiana publicada en JAMA Pediatrics 2024 hizo un seguimiento a 220 familias con niños de entre 12 y 36 meses.
Mediante grabaciones de audio de 16 horas diarias, los investigadores observaron que cada minuto adicional de pantalla se relacionaba con 7 palabras menos escuchadas, 5 vocalizaciones menos del niño y una conversación menos con el adulto. En promedio, esos niños estaban expuestos a casi tres horas diarias de pantallas, lo que supone hasta más de mil palabras “perdidas” por día.
Estos hallazgos se repiten en distintas partes del mundo. En América Latina, un informe encabezado por Lucas Gago Galvagno (2024), investigador del Conicet, parte del análisis de más de 5.000 niños de entre 0 y 3 años en 19 países de la región, además de casos en América del Norte y Europa. El estudio encontró una correlación clara entre la cantidad de horas frente a pantallas y un menor desarrollo del vocabulario y del habla.
Los niños con exposición prolongada mostraron retrasos en los hitos lingüísticos, como por ejemplo, la emisión de las primeras palabras o frases, y un uso más limitado del lenguaje para expresar deseos, emociones o narrar experiencias.
Esto demuestra que el problema no es solo cuantitativo, sino cualitativo: no solo importa cuántas horas se pasa frente a una pantalla, sino qué se hace con ella. Los contenidos pasivos, sin mediación adulta, no promueven el diálogo ni la construcción de pensamiento. Y esto nos interpela a todos los que acompañamos el crecimiento de niños y adolescentes, desde el rol que nos toque (docentes, padres, abuelos).
Cuando la tecnología reemplaza la palabra se empobrece la posibilidad de expresión y, con ella, el pensamiento. Hablar, escuchar y leer son actos que nos constituyen como seres humanos; sin ellos, se debilita la posibilidad de comprender y de ser comprendidos.
Claves para acompañar el crecimiento con pantallas
No se trata de resistirse a las pantallas. Anularlas o prohibirlas genera otros problemas porque también es necesario que niños y adolescentes desarrollen alfabetización digital. Sin embargo, cómo acompañar ese uso, para que sea responsable, crítico y equilibrado para que el desarrollo de lenguaje y de pensamiento, no se vean afectados.
Acá van algunas recomendaciones que podemos poner en práctica.
1. Recuperar la palabra compartida
Conversar, leer juntos, contar historias (impresas o digitales) y escuchar activamente son prácticas insustituibles. La palabra humana sigue siendo el principal motor del pensamiento y la empatía.
2. Elegir contenidos de calidad y acompañar su uso
Las aplicaciones educativas o los videos narrativos pueden ser aliados del lenguaje siempre que haya mediación adulta. La conversación sobre lo que se ve o escucha convierte la experiencia digital en aprendizaje significativo.
3. Establecer límites y rutinas
El uso sin regulación interfiere con el descanso, la atención y la comunicación familiar. Las organizaciones pediátricas recomiendan evitar pantallas en menores de 2 años y limitar su uso a una hora diaria entre los 2 y 5 años.
4. Fomentar la lectura y la escritura
Leer en voz alta, escribir historias, jugar con rimas o inventar diálogos fortalece la comprensión y la expresión. En la adolescencia, sostener hábitos de lectura profunda ayuda a contrarrestar la fragmentación del discurso digital.
5. Ser modelo de uso equilibrado
Los adultos enseñan más con lo que hacen que con lo que dicen. Si los niños ven que el teléfono ocupa la atención de los padres, aprenden que lo digital vale más que la conversación. Desconectarse también educa.
Un compromiso compartido
El crecimiento con pantallas es una realidad. Lo que está en juego no es su presencia, sino el modo en que los adultos acompañamos su uso. Las investigaciones coinciden: cuando la tecnología sustituye el diálogo, se empobrece el lenguaje y con él, el pensamiento. Pero cuando la mediamos, dialogamos y le damos sentido, las pantallas pueden convertirse en herramientas poderosas para aprender, comunicarse y crecer.
Educar en tiempos digitales implica enseñar a hablar, escuchar, leer y pensar con profundidad. Solo así la tecnología ampliará las voces de niños y adolescentes en lugar de silenciarlas tras una pantalla.