“Eso es lo que hago: bebo y sé cosas” dice Tyrion Lannister en Juego de Tronos, la mítica serie de HBO. El personaje, interpretado por Peter Dinklage, fue uno de los más populares y queridos de la serie que fue fenómeno de audiencia durante sus ocho temporadas.
El actor nació con acondroplastia, la alteración genética y causa más frecuente del enanismo, y sobre esa condición dijo en algún momento que “en un momento te das cuenta de que solo debes tener sentido del humor y que no es tu problema, es de ellos”.
Un poco más cerca, en los “Reinos del Este” de Mendoza, reinos quizás tan fantásticos como los creados por George R.R. Martin, específicamente en el Reino de San Martín, Carlitos Campi casi no bebe pero también sabe cosas. La mayoría de esas cosas las calla porque, dice, “metería en problemas a varios”. Lo dice con la picardía de ese Tyrion Lannister de la serie.
Nació en San Martín y nunca se fue, por más que ahora aclare que vive en La Colonia, cruzando el canal.
Este año cumplirá 64 y, a pesar de que desde hace un tiempo tiene la salud un tanto afectada, ya ha superado los 51 con los que murió su padre, que “era verdulero y murió en el 83, por problemas de estómago”. Después, en el 2012, “falleció mi mamá y seguí con mi hermana y mi cuñado”.
Relata una historia breve, como él. Hay que tironear para sacarle algo de su vida infantil. “Jugaba al futbol, después me dediqué a trabajar en la zapatería Bahamonde, cuando tenía 15 años”.
-¿Qué hacías en ese trabajo?
-Abría las zapaterías, que eran cuatro. Uno en la calle 25 de Mayo, frente a la Afip y otro frente a la Plaza Italia. Después había uno en Las Heras y Tomas Thomas y el otro en la calle 9 de Julio. Cuando cerraron los negocios en San Martín, me fui a Mendoza y hacía lo mismo, en el local que tenían en 9 de Julio y General Paz. Desde ahí me quedé en el comercio, atendiendo al público. No estudié ni nada.
De pueblo
Carlitos es un personaje de pueblo, quizás el último que queda en San Martín después de la muerte del Beto Micheli, ocurrida otro enero, el de 2018.
Es cierto, su condición física es determinarte para que esto suceda, pero también porque la vida de Carlitos transcurre en la calle. Allí se gana la vida y allí ha cultivado sus afectos.
“Comencé a vender quiniela y litería en el 86, ahora también vendo el Telekino. También hago trámites, voy a los bancos, a la Bolsa de Comercio, esas cosas. Con todo eso y la pensión que tengo, voy tirando más o menos”, cuenta.
No es difícil encontrarlo. Ronda “la cuadra de los cafés”, esa de la avenida principal. Allí vende y charla, charla y vende.
“Tengo más amigos que Roberto Carlos”, afirma. “Tengo un millón de amigos y dos enemigos”, y deja picando esa frase, sin dar detalles por más que uno insista.
Entre esos amigos está Francisco Medina, que se define como “el pintor de la historia” y que, por su cuenta, se suma a la entrevista. Parece como si montaran un show a las apuradas, pero que tienen bien ensayado. “Nos conocemos de chicos”, dice Medina, que retrató a Carlitos utilizando una técnica digital y dice que hace lo mismo con todos los personajes populares.
La muerte, esa cobarde
Hace siete años que Carlitos usa un andador. “Me caí en mi casa. Estaba solo y quedé tirado en el piso durante tres días, sin comer, sin tomar nada, pero consciente”.
Es difícil entender con claridad el cuadro médico. Carlitos dice que “fue un problema en cuatro vértebras” y agrega que “no se pueden operar ni nada, por riesgo de tocar la médula”.
Fue el 10 de noviembre de 2017. “Me caí de repente. Quedé tirado. Mi hermana justo se había ido unos días a San Rafael. No tenía fuerzas para levantarme. Solo me podía arrastrar un poco, pero no podía llegar a ningún lado. Me acuerdo que estaba el televisor prendido y había una ventana abierta”.
Dice que no pensó en la muerte. “No sé, no pensé en nada”.
Al tercer día su hermana regresó. “Me encontró tirado y me llevaron al Sanatorio Argentino. Me revisaron, me hicieron un montón de estudios y me metieron a esa máquina en donde no ves nada. Después me medicaron y me mandaron a mi casa. Estuve solo dos días internado. Dijeron que no se podía operar. En mi casa estuve cuatro meses en cama, sin poder levantarme. Después, tuve que aprender a caminar de nuevo”.
Cuenta que no tiene dolores, que apenas se cuida con las comidas. “Solo tengo prohibida la sal y el chimi churri. Después nada más, todo normal”, y confiesa que “mi hermana es la que cocina. Cuando ella no está yo pido la vianda. No me gusta cocinar”.
Parte de la leyenda
Carlos Campi es parte de las leyendas pueblerinas de San Martín. Sus características físicas y su costumbre callejera, han hecho que se tejan alrededor de él decenas de historias. Algunas tienen cierta lógica, otras son totalmente disparatadas.
En parte esto sucede porque Carlitos ha incursionado en los ambientes más diversos. “Trabajé doce años con el Perro Videla”, confiesa.
A veces ha estado en el programa de TV de los sábados, pero también en los distintos locales bailables. “Yo no me disfrazaba, estaba así nomás, como soy”, dice. Cuenta eso porque en la TV, disfrazado de perro, trabajaba José Ferreyra, otro hombre con acondroplastia que, años más tarde, terminaría detenido en Las Heras cuando transportaba más de un kilo de cocaína en su mochila. También había un perro más alto. Era José Luis Uño, que todavía sigue estando cerca de la familia Videla y que, además de disfrazarse, cumplía otros roles, como el de colaborador cercano del jefe y plomo de las bandas que creaba Videla.
Carlitos dice que, antes del accidente, le gustaba viajar. “Fui a Chile. También al norte de Argentina. Fui a Paso de la Patria a pescar… Me gustaba viajar”.
Ahora no. Ahora su andar está limitado y no se siente seguro, por más que siga discurriendo por las calles de San Martín.
Es parte del paisaje. Una leyenda. Hay montones de historias incomprobables de Carlitos que no están escritas aquí. Tal vez, cada quien, tenga la suya para contar.