Sergio Roggerone abre su casa para exhibir sus últimas creaciones

El artista mendocino abrió su taller a Los Andes en los días previos a su próxima exposición. La crónica de un mundo maravilloso.

Sergio Roggerone abre su casa para exhibir sus últimas creaciones
Sergio Roggerone abre su casa para exhibir sus últimas creaciones

Con el temple del sello propio. Detrás las flores y caligrafías acompañadas de la pluma de Claudia Bertini. | Orlando Pelichotti / Los Andes
Con el temple del sello propio. Detrás las flores y caligrafías acompañadas de la pluma de Claudia Bertini. | Orlando Pelichotti / Los Andes

Hay algo de atemporal en La Alboroza, la fascinante casa de inspiración morisca que Sergio Roggerone construyó desde cero en Rodeo del Medio (Maipú). Allí, cuando no viaja, el artista vive y crea. Allí tiene todo lo que más quiere: "La Alboroza" (o "Morada del amor o la felicidad") es el refugio de él y Marina Ferrary Day, su esposa.

Pero hablábamos de que está fuera del tiempo. Separada por un muro blanco de cuatro metros de alto, coronado por almenas de otra época, este santuario tiene una extraña fuerza barroca. En sus jardines crecen, entre las mayólicas y los azules, las palmeras, las lavandas, los jazmines, cipreses y enredaderas. La señal del teléfono a veces no está. Así Roggerone, en largas sesiones de trabajo que pueden extenderse desde el mediodía a las cinco de la mañana, va devanando un largo y paciente aislamiento entre sus cosas.


    Orlando Pelichotti / Los Andes
Orlando Pelichotti / Los Andes

Miles de ellas. Trabaja intensamente entre presencias silenciosas. Entre la lenta gravitación de las cosas.

Cientos de óleos, envases de pigmentos, espátulas, pinceles en todas sus formas, lienzos, marcos y pedazos de ellos, frascos con cera virgen, betún de Judea, decenas de cajones con antiguas maderas y ornamentos, herrajes, caireles, latas, papeles, plumas, telas, manuscritos antiguos, cientos de libros y más cosas, o fragmentos de ellas, sin nombre ni clasificación. Un gabinete de las maravillas. 

Roggerone, uno de los más renombrados artistas de Mendoza y del país, dejó que Los Andes entrara a su taller, donde cuenta con la disposición de dos ayudantes. En este momento, mientras termina las piezas para montar su próxima muestra (ver recuadro), reflexiona sobre su obra.

¿Reconoce una evolución artística, desde la imaginería religiosa que lo hizo famoso hasta las flores que expondrá en breve? "La evolución es continua, porque el pintor necesita 20 años como mínimo para aprender a pintar. Entonces, mientras más viejo te ponés más ciego te quedás, pero mejor pintás. La creatividad aumenta", nos confiesa. 
Entonces nos señala una pintura en gran formato, que es un "revival" de otra que hizo hace 25 años. "Me dije que quería hacer el sol de nuevo, pero repintarlo. El pintor necesita ese tiempo de maduración. Aunque dicen que un pintor siempre pinta el mismo cuadro en distintas versiones, que es verdad", reflexiona. "Excepto Picasso", apunta con astucia.


    Orlando Pelichotti / Los Andes
Orlando Pelichotti / Los Andes

Una biblioteca y un jardín: nada más pedía Cicerón para ser feliz. Roggerone hizo suyo el precepto, pues desde su mesón de trabajo puede ver el jardín (un placer heredado de su abuela) a través de grandes arcos vidriados. Y en el otro flanco, una inmensa biblioteca ocupa toda la pared. El imponente mueble, antiguamente una vitrina de farmacia, lo adquirió hace poco tiempo y allí guarda algunos de sus tesoros.

Todo ese espacio fue tomando forma con sucesivos viajes. Sobre sus materiales dice: "He viajado y viajo mucho, en general voy recolectando cosas. Si voy a México, voy a la escuela de restauración y pregunto dónde compran sus materiales y traigo pigmentos. Si voy a Italia hago lo mismo. Si voy a Estados Unidos traigo mis óleos. Así he ido trayendo mis diferentes materiales". Mientras, saca de un cajón unos óleos Old Holland: "los mejores", aclara.

Sobre la técnica es taxativo: "Es el abecé del arte. Para mí un artista debe saber recorrer todas las técnicas", asegura, mientras nos muestra uno de sus libros de cabecera: "Materiales y técnicas del arte", de Ralph Mayer. "¿Cómo uno sabe diferenciar lo qué es arte de lo que no lo es? Porque el artista conoce las técnicas".

Y lo asegura alguien que no se duerme en los laureles que cosechó con la pintura historicista, sino que indaga constantemente: inició por ejemplo el estudio del arte plumario (antigua técnica precolombina de los aztecas). 


Flores raras. La muestra se compone de flores imaginarias que trabajó con papeles. | Orlando Pelichotti / Los Andes
Flores raras. La muestra se compone de flores imaginarias que trabajó con papeles. | Orlando Pelichotti / Los Andes

En una pared lateral, entre antiguos grabados italianos, hay una fotografía que llama la atención y lo vigila siempre desde lo alto: es un retrato de Maga Correas. "Ella fue mi mentora", nos dice. Ella le enseñó a pintar y con ella, recordada anticuaria y decoradora mendocina, adquirió ese amor por los objetos con historia.

Recuerda especialmente la rutina que tenían los miércoles: cerraban las puertas de su casa antigua de Rivadavia y Patricias Mendocinas y estudiaban intensivamente, entre una y otra taza de té, la obra de arquitectos como Edwin Lutyens, Le Corbusier y Hassan Fathy. "Yo pude captar su esencia", dice él al pasar, mientras de fondo suena una zamba cantada por otra de sus musas: la Negra Sosa. Luego, la mención de los que considera buenos artistas de Mendoza es obligada: Fausto Caner, Selva Vega, Osvaldo Chiavazza, Fernando Rosas, entre otros. 

Para Roggerone, es un mismo espíritu el que anima todo su trabajo. El que lo llevó a pintar, a ensamblar objetos, a estudiar la escultura (con Vega) y la arquitectura, su primera vocación. Todo es el arte de unir cosas y resignificarlas. 

“El jardín pretérito” 

La próxima muestra de Sergio Roggerone toma la forma de un herbario imaginario. En el Camino de Santiago (que ha hecho siete veces) encontró antiguos manuscritos, entregas de herencia y similares documentos, tanto de España como de Portugal.


    Orlando Pelichotti / Los Andes
Orlando Pelichotti / Los Andes

Así llegó a reflexionar cómo los teclados desterraron el noble arte de la caligrafía.

Entonces rescató esos papeles y montó sobre ellos diferentes flores imaginarias, que trabajó con papeles, oro y pigmento. Además aplicó maderas, bordados antiguos y viejos pedazos de altares de iglesia, billetes antiguos y hasta ojos de vidrio.

El proceso creativo de algunas de estas flores estuvo acompañado de las palabras de la poeta Claudia Bertini, encargada de la descripción de las especies imaginarias.

La muestra se puede visitar en La Alboroza-Galería de Arte de la Casa Roggerone desde el 23 de marzo, acordando cita previa al siguiente mail: marina@sergioroggerone.com.ar

Perfil

Nace en 1968 y a los 20 años gana la medalla de plata de Asociación Internacional de Críticos de Arte.

Su primera muestra individual la realiza en 1991, y luego expuso en el Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza, el Museo Fader (Mendoza) y el Espacio Contemporáneo de Arte (Mendoza) en varias ocasiones.

Le siguieron una larga lista de muestras y estadías en varios lugares como Estados Unidos, México, Italia, Chile, España, Inglaterra, entre otros países.

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