El pasado que no pasa

En Argentina, como en otras latitudes (Francia, Alemania, España, Chile o Uruguay entre otros), los historiadores profesionales enfrentan desafíos semejantes: deben lidiar con el pasado que no pasa en lo que hace a la violencia de los años 70.

Junta: Emilio Massera, Rafael Videla y Orlando Agosti, los militares de las tres armas que se hicieron con el poder en 1976.
Junta: Emilio Massera, Rafael Videla y Orlando Agosti, los militares de las tres armas que se hicieron con el poder en 1976.

La campaña electoral ha vuelto a instalar las formas antagónicas del recuerdo sobre la espiral de violencia de los años 60 y 70, y la última dictadura militar poniendo en evidencia los riesgos que afectan los cimientos de la democracia constitucional refundada en 1983, y el ejemplar juicio impulsado por el presidente Raúl Alfonsín, y llevado a cabo por la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital a las juntas militares por su responsabilidad en la violación de derechos humanos.

Se trata no sólo de un tema de coyuntura, sino que mantiene plena vigencia en el debate público a raíz de posiciones divergentes sobre responsabilidades, prácticas y resultados dramáticos de la etapa más sombría del pasado nacional. Un fenómeno memorial y político que mirado en perspectiva global no es solo argentino, sino que involucra a diferentes comunidades nacionales acuciadas todas por experiencias traumáticas que imantan diferentes clivajes del recuerdo u olvido, distinguen víctimas y verdugos, y gravitan en la eclosión de memorias sociales con mayor o menor capacidad de intervenir la memoria publica, estatal u oficial.

Tales problemáticas han interpelado en particular a los historiadores en su doble carácter: como especialistas y como expertos del pasado radicado en un presente que organiza la mirada, observación e interpretación de la experiencia social y política pretérita convertido en objeto de sus pesquisas. En Argentina, como en otras latitudes (Francia, Alemania, España, Chile o Uruguay entre otros), los historiadores profesionales enfrentan desafíos semejantes: deben lidiar con el pasado que no pasa, tomar decisiones, hacer explícitos sus puntos de vista y evitar anacronismos con el fin de reconstruir y comprobar las motivaciones y prácticas de actores de carne y hueso del pasado historizado. En lo que atañe a nuestra propia experiencia histórica, allí debe ubicarse la batería de publicaciones académicas, militantes o testimoniales que vienen abonando sin pausa y sin tregua las ideologías y proyectos políticos en pugna, el accionar de las organizaciones armadas, el papel de las FFAA y grupos paramilitares, el montaje de la maquinaria represiva y de los centros clandestinos de detención y tortura previos y posteriores al golpe militar, el desolador y tenaz reclamo de madres y abuelas de sus familiares desaparecidos y de los nietos nacidos en cautiverio, la denuncia de las asociaciones de derechos humanos en el país y en el exterior. Quienes asumen ese desafío apelan a la memoria de los sobrevivientes, testimonios fragmentarios y archivos dispersos que han permitido consolidar un espacio académico no ajeno a tensiones de distinto tenor. Al respecto, como ha señalado Vera Carnevale, la historia sobre la última dictadura militar “cabalga necesaria u obligadamente sobre la tensión entre el gesto crítico, propio de la disciplina, y el enfoque empático, tributario de la voluntad de intervención política”.

En ese conglomerado de memorias e historias plurales, se inscribe la reciente publicación de “La verdad los hará libres”, el proyecto editorial coordinado por Carlos Galli, Luis Liberti, Juan Durán y Federico Tavelli, que exhuma miles de documentos depositados en archivos eclesiásticos con el doble propósito de analizar el papel de la Iglesia católica en la espiral de violencia en Argentina entre 1966 y 1983, y la actuación, pasividad o silencios de la Conferencia Episcopal y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado. Quien repose en los dos gruesos volúmenes publicados por Planeta (que anticipa el tercero de próxima aparición) se enfrentará a los preceptos u objetivos del plan editorial realizado por un calificado comité académico de la Facultad de Teología de la UCA, a pedido de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina. El mismo tiene como objetivo primordial contribuir a la “verdad histórica en cuanto sea posible” evitando incurrir en relatos parciales o apologías ideológicas, promover “auténtica justicia” ante los violentos conflictos padecidos por la sociedad, y hacer expreso el pedido de perdón por las omisiones, decisiones y acciones en vista a “promover el encuentro entre argentinos y argentinas”.

Como se advierte en la introducción, la factura de la obra tiene genealogía propia que no sólo abreva en documentos emitidos entre 1983 y 2000, la revisión exhaustiva de archivos eclesiásticos y la encíclica bergogliana Fratelli Tutti. La interpelación sobre el pasado de la Iglesia católica enlaza de manera interdisciplinaria los fundamentos o tradiciones teológicas, la historia de la iglesia, la vida pública nacional del atribulado siglo XX argentino enancado en el antagonismo entre peronismo y antiperonismo que dividió y amalgamó el mundo católico, los golpes militares de 1966 y 1976, y la lacerante etapa del terrorismo estatal hasta 1982. Pero ese trayecto de investigación original en su género, compuesto por un equipo diverso de especialistas, reconoce antecedentes de relieve que atestiguaron el drama vivido por víctimas de la violencia política, y de quienes alzaron su voz en defensa de los derechos humanos, y los desaparecidos. Allí la figura de Monseñor Angelelli se erige en historia trágica del alcance de la barbarie en las filas de la Iglesia, y de la misma división que operaba en su interior. A su vez, la reconstrucción del protagonismo de sacerdotes diocesanos, y de las monjas interpelados por los preceptos del Concilio Vaticano II o ideologías de izquierda, juegan un papel relevante junto al no menos importante accionar de obispos y laicos que asumieron roles fundamentales en organismos de defensa de derechos humanos. Por su parte, el segundo tomo escruta con precisión documental hasta la víspera celosamente preservada, la actuación del Episcopado, su cuerpo colegiado, del Papa y la Santa Sede en los años de plomo, es decir, ofrece información de primera mano en torno al papel activo o pasivo de la jerarquía eclesiástica durante la dictadura, y la relación entre el gobierno militar y las víctimas del terror estatal. Dicho propósito condujo a los editores distinguir tres periodos: 1976-1977, 1978-1981 y 1981-1982. Esto es, el lapso comprendido entre la etapa en que la maquinaria represiva adquirió institucionalización escalofriante, el momento en que la violación sistemática de derechos humanos en el país adquirió estado público e internacional y la coyuntura en la que la jerarquía eclesial se vio compelida a purgar culpas ante una sociedad desolada por la omisión, el silencio o el olvido, la derrota de Malvinas, el colapso del régimen militar y la revitalización de la confianza en el Estado de Derecho como único garante de convivencia ciudadana.

Con ese ejercicio documental y hermenéutico, “La verdad los hará libres” – el título que bien vale recordar recoge el versículo de Juan- pone en escena tres experiencias del recuerdo que dialogan con lo señalado por Koselleck: el científico que explica lo ocurrido y que por tal puede ser sometido a nuevos planteos; el juicio moral por el que toma posición frente a los horrores vividos, y el religioso que hace de la fe y el perdón la razón de unidad y paz entre los argentinos.

* La autora es hstoriadora. INCIHUSA-CONICET-UNCuyo.

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