Dos mujeres. Un premio y un castigo. Ambos merecidísimos. Y en el mismo puñado de horas. Como si la historia hubiera obrado para resaltar el reconocimiento de una y el derrumbe de la otra.
La persistencia de María Corina Machado en su lucha contra un régimen represivo que asesinó a cientos de manifestantes y colmó de presos políticos sus cárceles y centros de tortura, explican claramente el porqué de la decisión del Comité Noruego del Nobel.
Dos mujeres. Un premio y un castigo. Ambos merecidísimos. Y en el mismo puñado de horas. Como si la historia hubiera obrado para resaltar el reconocimiento de una y el derrumbe de la otra.
En las Américas, posiblemente la mayoría consideran justo y oportuno que María Corina Machado ganara el Premio Nobel de la Paz, mientras en Perú la casi totalidad de la población debe mirar con satisfacción la caída de Dina Boluarte.
La líder venezolana recibió la noticia de su premiación en la clandestinidad, y la presidenta peruana recibió la noticia de su destitución en el palacio presidencial, al que accedió por la caída de Pedro Castillo, de quien era vicepresidenta.
El Congreso que destituyó a Pedro Pablo Kuckzynski y a Martín Viscarra, tardó casi tres años en destituir a una arribista que, tras traicionar a Castillo, ordenar represiones que dejaron medio centenar de muertos, ostentar joyas carísimas sin declarar, hacerse una cirugía estética de anestesia total sin haber delegado el poder como indica la ley, y caer al piso de las encuestas con casi el cien por ciento de desaprobación.
Boluarte fue encumbrada en el partido marxista Perú Libre por su líder, Vladimir Cerrón, ex gobernador de Junín condenado por corrupción. Pero siendo izquierdista, fue sostenida en el poder por la derecha fujimorista y por otras expresiones conservadoras que, finalmente y cuando ya no les servía, unieron sus votos con fuerzas de centro y de izquierda en el juicio por vacancia que la destituyó.
María Corina Machado hizo un trayecto diferente. Comenzó su carrera política en un conservadurismo duro que daba la espalda a las mayorías de bajos ingresos, pero avanzó hacia el centro y desde allí combatió a una dictadura facinerosa.
Mientras otros notables disidentes se exiliaban o, como Henrique Capriles, se convertían en falsos opositores funcionales al régimen chavista, ella pasaba a la clandestinidad para seguir enfrentando a Nicolás Maduro y el poder narco-militar.
Fue ella la que dejó en total evidencia el indigno autoritarismo que se disfrazaba de gobierno mayoritario, al abatirlo en las urnas de manera tan abrumadora que fue imposible perpetrar un fraude y mostrar las actas de la votación.
Primero, Maduro proscribió su candidatura. Ella no se doblegó postuló en su lugar a Corina Yoris, una desconocida para los venezolanos pero demócrata, valiente y con dos rasgos que la ayudarían en las boletas electorales confeccionadas para confundir el voto opositor: ser mujer en una lista donde todos los demás candidatos son varones, y llamarse Corina.
Al entender la inteligente jugada de Machado, el régimen volvió a exhibir su vileza proscribiendo a Corina Yoris. Entonces, la líder que logró unificar la disidencia que los anteriores líderes dividían, sacó otra carta de la manga: Edmundo González Urrutia.
Como ese ex diplomático era también desconocido para el común de los venezolanos, Machado lo montó en un camión tarima, se paró a su lado y, siempre vestida con la misma ropa para que su imagen se consolide en las retinas del pueblo, recorrió todo el país para hacer conocido el rostro del candidato de la verdadera oposición.
A pesar de todas las trampas, Maduro no pudo evitar una derrota tan abrumadora que no pudo alterar para disimular medianamente el fraude.
Maduro siguió en el poder, pero al precio de exhibir obscenamente la naturaleza miserable de su dictadura.
Por cierto, había otros merecedores de ese Nobel. Por caso las organizaciones socorristas que actuaron en la guerra que arrasó la Franja de Gaza y las que aún actúan en la brutal guerra de facciones que desangra a Sudán. Pero la mujer que desnudó al rey (dictador) en las urnas venezolanas y sigue combatiendo por recuperar la democracia, es merecedora de la distinción.
Por cierto, la historia de María Corina Machado tiene muchas sombras. Incluso hoy asume posiciones cuestionables, como por ejemplo avalar el despliegue naval con que realiza hundimientos ilegales de lanchas con apariencia de llevar narco-mercadería, pero que en lugar de ser perseguidas, capturadas y requisadas para verificar lo que transportan, son destruidas desde el aire por misiles que matan a sus desconocidos tripulantes.
Aun así, la persistencia en su lucha contra un régimen represivo que asesinó a cientos de manifestantes y colmó de presos políticos sus cárceles y centros de tortura, explican claramente el porqué de la decisión del Comité Noruego del Nobel.
Una decisión que desnudó otra naturaleza miserable, además de la de los dictadores caribeños que querrían torturarla en sus mazmorras: la mezquina y egolátrica naturaleza del magnate neoyorquino que se auto-proclamaba merecedor de lo que terminó recibiendo la líder venezolana.
Como si un actor fuera mostrado en cámara maldiciendo desde su butaca que le hayan dado el Oscar a otro, al presidente de Estados Unidos se lo vio incapaz de disimular su malestar al anunciarse el destino que tuvo el premio. Debió felicitar a María Corina Machado y resaltar el acierto que corrige anteriores desaciertos, como no haber apoyado con la distinción luchas como la del finalmente asesinado Alexei Navalni en una cárcel siberiana de Putin.
En lugar de eso, lo que hizo Trump fue mascullar audibles rencores, diciendo que él lo merecía porque puso fin “a siete guerras”.
Su único valioso aporte a la paz fue plagiar el proyecto de la Fundación del ex primer ministro británico Tony Blair para pacificar Gaza. Una propuesta sumamente positiva. Pero si al mismo tiempo, el jefe de la Casa Blanca lanza una impiadosa cacería de inmigrantes y militariza ciudades norteamericanas, mientras le muestra al mundo como hunde lanchas que debiera en todo caso capturar y requisar, difícilmente se acerque al preciado premio nórdico.
* El autor es politólogo y periodista.