Los riesgos de confundir Estado con partido

Los representantes del Gobierno nacional repiten el error conceptual básico que cometen dirigentes peronistas desde hace tiempo: pensar el peronismo como un todo, por lo que deslegitiman a las demás corrientes ideológicas.

Imagen ilustrativa / Archivo
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En la conmemoración del 17 de octubre, en la Confederación General del Trabajo (CGT), el presidente Alberto Fernández realizó varias afirmaciones discutibles. Pero por sobre ellas se destacó una que resulta muy difícil de aceptar: “Menos mal que el peronismo está gobernando en este momento”, dijo.

Para no sacar sus palabras de contexto, habrá que subrayar que Fernández aclaró que reiteraba un comentario que le había hecho el gobernador de La Pampa. “Tiene razón Sergio (Ziliotto)”, señaló.

Por esa misma razón, habrá que recordar el también inaceptable comienzo de la afirmación: “Dios debe ser peronista”.

¿Por qué el presidente democrático de un país se expresa así cuando les habla exclusivamente a los miembros de su partido?

Hay países en los que un político, al llegar al Poder Ejecutivo, renuncia a su partido como una manera de simbolizar que ya no representa a una agrupación en particular sino a la Nación en su conjunto.

No pidamos tanto. Pero no olvidemos que, entre nosotros, el peronismo tiene por tradición ofrecerle la presidencia del partido al dirigente peronista que ocupa el Poder Ejecutivo.

De ahí a confundir partido con gobierno y gobierno con Estado, como nos tiene acostumbrados desde su misma fundación, hay un corto paso.

Ahora que Fernández se prepara para asumir la presidencia del partido peronista, parece haber olvidado la distancia que media entre ser el presidente de los peronistas y ser el presidente de los argentinos.

Dejemos a Dios a un lado, por razones obvias. Más allá de la pandemia y de la cuarentena, la crisis argentina no deja de expandirse desde la asunción de Fernández, sobre todo por la desconfianza que generan en los actores económicos y sociales la gestión oficial y las tensiones internas de la coalición que lo llevó al poder.

No hay un solo resultado favorable que pueda exhibir en ningún área. ¿Por qué sería entonces para el país una suerte –una bendición, en términos religiosos– que esté gobernando el peronismo?

La frase de Fernández ensalzando las supuestas bondades del peronismo es tan poco feliz como la que su jefe de gabinete, Santiago Cafiero, lanzó pocos días antes, para desestimar a los manifestantes del banderazo del 12 de octubre. “Esa” gente que salió a las calles del país, para Cafiero no era “la” gente, no era “el pueblo”.

De una o de otra manera, los máximos representantes del Gobierno nacional repiten el error conceptual básico que cometen dirigentes peronistas desde hace tiempo: pensar el peronismo como un todo, por lo que deslegitiman a las demás corrientes ideológicas, en vez de verse y asumirse como una fuerza más del sistema político.

La democracia es el mejor sistema de gobierno porque asegura la competencia entre varios, en igualdad de condiciones.

Una competencia que es permanente no se restringe a la jornada electoral en que elegimos gobernantes.

Es por eso que cierto peronismo, no todos evidentemente, debiera entender que esa regla es inviolable, en vez de insistir con discursos que la niegan y tratan de instaurar una supremacía que no corresponde en una democracia republicana.

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