La película de un juicio de película

Esta película, sin tomar partido, sólo contando la historia tal como ocurrió en 1985, nos recuerda que en aquel entonces la bandera de los derechos humanos fue levantada de manera universal y no facciosa.

El fiscal Julio Strassera.
El fiscal Julio Strassera.

Más allá de sus reales valores cinematográficos, la película “Argentina, 1985″ está cumpliendo un rol de docencia cívica entre los argentinos. Como en España lo hizo el libro de Javier Cercas, “Anatomía de un instante”, donde el autor narra ese momento crucial del 23 de febrero de 1981 cuando el teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Palacio de las Cortes a los tiros, en pos de un intento de golpe de Estado. Todos los diputados, por lógicas razones de supervivencia, se refugiaron debajo de sus bancas, menos tres personas: el presidente Adolfo Suárez, su vicepresidente, el general Manuel Gutierrez Mellado y el jefe de la oposición comunista, Santiago Carrillo. Ellos -sabiendo el fundamental rol simbólico que cumplían en la democracia aún tan joven- no se movieron de sus bancas poniéndole el cuerpo a las balas, mientras todo el país veía por televisión ese enorme gesto de coraje cívico.

Cercas dice, con buen sentido, que esa actitud no sólo frenó el golpe, sino que consolidó para siempre la democracia española, aún más que los pactos de la Moncloa de 1977.

Adolfo Suárez había sido, antes de presidente, un personaje menor, un politiquillo franquista de provincias, que tuvo la oportunidad histórica de encabezar la transición. Y justo cuando renunciaba a la presidencia con grandes fracasos políticos a cuestas, le tocó pasar a la historia grande.

En la Argentina, según el film que hoy triunfa en el país, un papel similar le cupo al fiscal Julio Strassera, quien apoyado por el presidente Raúl Alfonsín y basándose en los testimonios y pruebas que produjo la Conadep, acusó a las cúpulas de las juntas militares de los crímenes de lesa humanidad que efectivamente cometieron. Contó, para ello, con jueces probos que también han pasado a la historia, como “los hombres del juicio”, tal cual se titula el libro de Pepe Eliaschev.

Strassera también era, como Suárez, un hombre común, el cual admitió que siendo funcionario judicial durante la dictadura no tuvo ningún gesto de rebeldía y más de una vez calló. Pero ese hombre ordinario en circunstancias extraordinarias, supo estar a la altura de su misión. Es eso lo que los argentinos en enorme mayoría aplauden de esta película que cuenta un momento muy diferente a la Argentina actual, pero que sin embargo sirve para que nos interpelemos hoy.

En aquel entonces, tanto los que hicieron el juicio como los que fueron juzgados, tanto Alfonsín, como la oposición y la sociedad en general estaban persuadidos que un nuevo golpe militar acechaba otra vez, como venía ocurriendo desde 1930. La intentona carapintada de semana santa de 1987 confirmaría esas presunciones. Sin embargo, gracias en gran parte a ese juicio que nadie se animó a hacer en otros países con experiencias similares, la democracia acá nació y creció con raíces muy sólidas, no en base al olvido o al pacto con el pasado del borrón y cuenta nueva, sino en base a la justicia y la verdad, aunque luego Menem indultó a los criminales, siguiendo la política que en 1983 sostenía el peronismo de apoyar la autoamnistía que los militares se dictaron antes de abandonar el poder. Pero de nada le sirvió a Menem esa injustificable concesión porque al año le intentaron otro golpe, que pudo ser superado porque se reprimió duramente a los insurrectos. Allí fue donde Menem acertó, no en los indultos.

Con el tiempo, el peronismo cambió drásticamente de posición y produjo con Néstor Kirchner el gesto de bajar los cuadros de los presidentes de facto y de proseguir los juicios. Lo cual causó muy buena impresión. Pero lamentablemente, Kirchner hizo todo eso pidiendo perdón porque la democracia desde 1983 a 2003 se había olvidado de los derechos humanos y él venía a recuperarlos. No dijo que los que se habían olvidado fueron los peronistas que apoyaron autoamnistías y produjeron indultos. Acusó a la democracia toda. Ofreció luego alguna disculpa privada a Alfonsín, pero fue falsa de toda falsedad porque siguió con la misma línea y su señora la profundizó. Siempre creyeron que la política de derechos humanos en la Argentina comenzó con ellos y que los que no piensan como ellos no forman parte de la misma. Sectarizaron y partidizaron el tema. Pusieron los derechos humanos al servicio de una facción, de su gobierno y de los que adherían o simpatizaban con la ideología de los militantes setentistas.

La más cercana en el tiempo expresión “simbólica” de esa degradación la sufrimos pocos días antes del estreno de la película, cuando el jefe montonero Fernando Vaca Narvaja osó decir que los argentinos le debían a ellos la recuperación de la democracia. Esa es la culminación burda y extrema de los que escribieron una nueva historia de los derechos humanos incorporándole otro prólogo al informe de la Conadep en vez de respetarlo tal cual estaba en tanto documento histórico. Y en 2010 desvalorizaron como fiscal del juicio a Strassera por haberse atrevido a criticarlos. También intentaron excluir de esta historia a personas que tanto tuvieron que ver con la realización de los juicios como Graciela Fernández Meijide o Magdalena Ruiz Guiñazú, quienes como Strassera cometieron el pecado de no ideologizar los derechos humanos ni ponerlos al servicio del poder.

Ahora esta película, sin tomar partido, sólo contando la historia tal cual ocurrió en 1985, nos recuerda que en aquel entonces la bandera de los derechos humanos fue levantada de manera universal. Se le ofreció a todos los argentinos y al resto de la humanidad. Nadie, ni siquiera el gobierno, se creyó su dueño. Por eso esta película no busca construir nuevas heridas o apoyarse en las existentes, sino que rememora un hecho fundamental, quizá el que más contribuyó simbólicamente a que la democracia se solidificara. El Nunca más a los represores asesinos fue también el Nunca más a los golpes de estado. Otra Argentina nacía aunque hoy se haya vuelto más facciosa y en muchos aspectos haya retrocedido institucionalmente.

No obstante, luego de 40 años, la democracia, aún con parches, sigue siendo el marco en que se desarrollan nuestras diferencias. Ni se pudo volver a los golpes de estado ni se pudo derruir la democracia desde dentro como en Venezuela o Nicaragua. Y para que eso sea así, los juicios del 85 fueron una de las raíces principales.

Por eso esta película gusta a todos, porque con ella todos nos volvemos a sentir parte de esa gesta fundacional, lo que indica los deseos de universalizar nuevamente el tema de los derechos humanos, evitando para siempre que ninguna facción se los apropie para sí. La Argentina del Nunca más es la Argentina de todos.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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