Hacia una nueva institucionalidad

La actual pandemia es un riesgo global anunciado, pero ignorado por casi todos los países.

Imagen Ilustrativa / Archivo.
Imagen Ilustrativa / Archivo.

La actual pandemia es un riesgo global anunciado, pero ignorado por casi todos los países. Afectó la salud pública, la economía, la política, las relaciones sociales, transformó la vida en el mundo. Aún no es posible hacer un balance del impacto en esos campos, pero podemos preguntarnos ¿Por qué estábamos tan mal preparados? y lo más importante ¿Como nos preparamos para después?

Enfrentamos un dilema: recuperar la estabilidad lo más rápido posible; activando la economía y el trabajo, con pequeños ajustes que configuran la “nueva normalidad”, o ver al covid19 como un evento que rompe con todos nuestros preconceptos y que nos plantea un cambio de paradigmas, que modificará la condición humana en adelante: Recomenzar con los mismos protagonistas e iguales percepciones, o abrirnos a pensar que los riesgos globales no van a terminar y que tras los cambios tecnológicos y económicos que aceleró el covid19 se asoman otros políticos y sociales de no menor importancia.

Hubo problemas previos a la pandemia desatendidos: globalización descontrolada, urbanización extrema, poca y mala infraestructura social, déficit de vivienda, saneamiento, educación, exacerbación del consumo. Verificamos también un claro déficit de comprensión gubernamental del humor social y ello repercute sobre la viabilidad de la democracia como forma de representación política.

En lo inmediato, cuando se supere la crisis de salud lo prioritario será la economía, seguramente bajo sus pretendidas leyes. Pero veamos lo que trajo la pandemia a más de muerte y enfermedad. La destrucción de empleos, de buena parte de las actividades productivas y estilos de vida. Nuevos compromisos financieros que afectan la capacidad de recuperación, mercados restringidos y una vuelta a las economías cerradas.

También producto de las restricciones impuestas por la pandemia las tecnologías se han mostrado apropiadas para digitalizar muchas de las funciones sociales: trabajo, educación, comercio, salud, en una transformación que hubiera requerido décadas sin aquella . La epidemia fue un acelerador de tendencias. No sabemos como cambiará la vida, pero si, que éstas tecnologías no tienen vuelta atrás. Cuando se supere la pandemia la veremos como un evento de ruptura que abrió paso a una nueva era.

Los mismos gobiernos que no atendieron una amenaza enunciada desde fines del milenio, ¿podrán resolver los desafíos sin cambiar? Falta información y análisis de la situación, y una inteligencia política que anticipe estos escenarios de conflicto. Parece ilusorio esperar respuestas precisas y oportunas de esa élite, será preciso un renovado liderazgo político, económico y social, y una visión de futuro que nos guie en la incertidumbre y la complejidad.

Vale recordar que los tiempos previos al Covid en el mundo distaban de ser pacíficos: convulsionados, cruzados por protestas sociales impulsadas principalmente por clases medias transversales a partidos, reclamando a los gobiernos. El Secretario General de la ONU afirmaba “Es claro que hay un déficit creciente de confianza entre la población y el establishment, además de que aumentan las amenazas al contrato social”.

El contrato social tradicional, en su mínima expresión garantiza la vida y libertad de sus ciudadanos: circular, trabajar, expresar sus ideas y disponer de sus bienes a cambio de seguridad externa e interna; esta última incluiría la salud. El Covid-19 demostró que las sociedades eran mucho más frágiles de lo pensado y ello se vuelve contra la capacidad gubernamental para garantir esos derechos . La amenaza potencialmente más peligrosa sería la desintegración política, si se percibe que este contrato social se desmorona porque el gobierno no puede cumplir su parte del trato.

La cuestión de la gobernabilidad de las democracias en la sociedad digital no ha sido suficientemente considerada por la política, la academia o la intelectualidad. En nuestro caso, se quiso ver la superación de la grieta, porque el presidente convocó gobernadores de otras expresiones políticas, pero esa foto no es suficiente.

Si no es posible acordar sobre la coyuntura, si lo es el mediano y largo plazo, donde los intereses sectoriales pueden visualizarse dentro de los comunes y en especial considerando las generaciones futuras. Pero este ejercicio no puede quedar limitado a la voluntad gubernamental sino que debe encarnar en la propia sociedad y en sus personalidades más representativas. Para alcanzar un gobierno que de respuestas se necesita también una ciudadanía responsable. Solo así podremos identificar los obstáculos y oportunidades que pueden surgir.

* Graduado en Ciencias Políticas. Doctor en Historia. Dirige el Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva, nodo del Millennium Project

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