Estamos en la bella Mendoza, donde todos se vuelven buenos

Ayer el presidente no dijo nada, pero lo dijo calmo. Era ese Fernández del Consejo Económico y Social y de los zapatitos blancos de Beliz, al que Cristina no lo deja ser.

Alberto Fernández se mostró conciliador en su breve paso por Mendoza. Foto: Nicolás Ríos / Los Andes
Alberto Fernández se mostró conciliador en su breve paso por Mendoza. Foto: Nicolás Ríos / Los Andes

A juzgar por lo ocurrido en los jardines del INTA, hay algo particular en Mendoza que calma a las personas, las hace más bohemias, con más ganas de apreciar las bellezas de la naturaleza que los conflictos de la sociedad. En un bello paisaje que hacía acordar alguna pintura de Renoir retratando la campiña francesa, presidente, gobernador y viticultores se halagaban mutuamente, alejados de sus rutinas de todos los días.

Es como que en Mendoza existiera un clima espiritual que pacifica las almas. Basta con decir que cada vez que Néstor Kirchner venía a la provincia se convertía en un pacífico ciudadano que sólo quería dar buenas ondas como un honorable gentilhombre de delicados modales.

Ayer Alberto Fernández se comportó igual. No dijo nada, pero lo dijo bonito y se sintió como aliviado, como que venía un par de horas a una tierra milagrosa a retemplar su espíritu luego de tantas calamidades. Era la contracara absoluta del presidente que habló en la Asamblea Legislativa hace menos de una semana. Se la pasó -al revés que entonces donde guerreó hasta con su sombra, a la sombra de Cristina- hablando de consenso, de unidad en la diversidad, de que el mundo es una orquesta donde cada uno, en pos de la misma sinfonía, toca un instrumento distinto. Un Fernández poético, alegórico, que parecía querer apoyarse en Mendoza, o al menos en la leyenda que existe sobre Mendoza, para descansar un rato. Con decir que hasta se pasó hablando de planes y estrategias futuras, algo de lo que jamás habla porque dice no creer en los planes, y estrategias muchas no parece tener.

El gobernador se limitó a rendir un balance de su obra vitivinícola, a hacer algunos pedidos modestos y a insinuar subliminalmente que Mendoza había hecho mejor que la Nación los deberes en pandemia. Pero todo con la discreción debida.

El “Pepe” Zuccardi reclamó algunas cositas y se sintió exultante con el nuevo PEVI_y la posibilidad de su mayor inserción nacional.

Sin embargo, ese cuadro tan atractivo era apenas la superficie de todo lo que pasaba por debajo, que no era tan cordial, como se veía en los contrapuntos entre Cornejo y Anabel. Porque ayer se vip a ese Fernández del Consejo Económico y Social y de los zapatitos blancos de Beliz al que Cristina no lo deja ser. Hasta se permitió una aparente reprimenda a la represión en Formosa, aunque ya en Buenos Aires dirá que no dijo lo que dijo, como es su habitual costumbre.

Pero el principal enredo está en el combate a muerte en la vitivinicultura mendocina, entre los que hoy podrían denominarse los que se quedaron con la Coviar versus los que acaban de formar la Mesa Nacional Vitivinícola, una especie de Mesa de Enlace como la del campo para confrontar con el gobierno nacional desde el sector. Dos modos muy distintos de ver el rol de la vid y el vino que convivieron forzados durante años aunque nunca dejaron sus diferencias y ahora estallaron explícitamente.

O sea, cualquier cosa menos consenso o estrategias compartidas. Ese es el cuadro de la Vendimia hoy.

Dicen los que saben que tanto los de la Coviar como los de la Mesa no tienen diferencia alguna en cuanto al vino a producir, que ambos ya saben que se necesitan vinos buenos tanto para el consumo interno como para exportar y que los dos sectores lo producen dignamente. El problema es más bien ideológico como casi todas las divisiones en la Argentina. Los de la Coviar ven en los de Bodega de Argentina a gente que empuja desmedidas concentraciones en vez de sanas integraciones y que representa más bien intereses foráneos y acá solo tiene gerentes. Los de Bodega... creen que la visión de los que hoy manejan Coviar es demasiado intervencionista y que les interesan más los subsidios que la baja de impuestos, y eso porque persisten en defender formas de propiedad pequeñas y medianas que ni siquiera se quieren integrar y que por lo tanto son inviables económicamente. Además los de la Mesa dicen representar a la gran mayoría de la industria vitivinícola nacional en cuanto a su producido y los de Coviar a la mayoría de los pequeños y medianos, a los más desprotegidos. Y la lista sigue...

Ahora bien, si ambos defienden el mismo buen vino y pelean por los mismos mercados, esas diferencias deberían ser zanjables desideologizándolas un poco en vez de caer en el torbellino de la política y entonces cada sector representar a una parte de la grieta contra otra, como parece estar ocurriendo.

Es como que faltaran líderes, empresarios y/o políticos, capaces de reconstruir unidades que alguna vez, aunque sea en parte, supieron darse y que deberían profundizarlas en vez de pelear como chicos malos.

Acaso esa sea la tarea del futuro, la de aprovechar este año en que aumentó un poco el consumo del vino para seguir haciéndolo cada vez mejor y unificar esfuerzos en esa ardua tarea, en vez de hacerle caso al presidente y reemplazarlo por jugo de uva sin alcohol. Pero en fin, hay que comprenderlo, el presidente al visitar Mendoza terminó embriagado por sus aires fecundos y su conservadora cordialidad. No necesitó ni siquiera una copa de vino para entusiasmarse. Ojalá lleve esos aires de bondad, de unión, de consenso y de planificación a su despacho en la Casa Rosada en vez de repetir lo que alguna otra quiere que repita como un loro.

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