El camino menos transitado

Me refiero al de la humildad, ese valor en retirada como los hielos continentales y la amabilidad para con los extraños. Me pregunto si la vida, en su núcleo, no pasará por ahí.

Messi y la humildad en el deporte.
Messi y la humildad en el deporte.

Es el sendero menos transitado. El de menor visibilidad. Ese que siempre estuvo reservado para los devotos y algunos santos. Aventurarse por ahí donde no hay público que lleve registro de cada logro o donde la mirada ajena no capture con cierta envidia los éxitos es una jugada poco inteligente.

Habiendo tantas opciones de alto tránsito ¿por qué habríamos de optar por ese camino solitario e impopular?

Me refiero al de la humildad, ese valor en retirada como los hielos continentales y la amabilidad para con los extraños.

Me pregunto si la vida, en su núcleo, no pasará por ahí. Si el eje benefactor de la existencia no sea el cruce ínfimo de ese humus sagrado donde vibra el corazón.

Y que tal vez por eso, porque nosotros elegimos pasar por otro lado o pasar de largo, registramos menos el pulso vital que le infunde sentido a todo lo que acontece.

Etimológicamente la palabra humildad deriva de humus, la capa más fértil de la tierra, un lugar profundo desde donde se cuecen todas las virtudes. La “humilitas” brota muy por debajo de la superficie, esa plataforma desde donde la existencia ambiciona posicionarse.

El mundo moderno ha instalado la creencia de que hacerse humilde es bajar la cabeza y ponerse a merced de la burla ajena. O hundirse en la humillación y caer más bajo que lo más bajo del comportamiento humano. Es mejor elevarse por encima del humilde acontecer e imponerse con fuerza. Eso pensamos. Eso elegimos creer. Porque si no, la altanería y la soberbia no estarían en la vidriera humana como lo están a diario. Y a cada paso. Porque si no, asumir el error y pedir disculpas no sería un hito en medio de tanta torpeza y arrogancia. Porque si no, deponer las armas que empuña la pedantería sería un deporte nacional con adhesión planetaria tanto como lo es el fútbol.

Pero el mundo de hoy nos enseña que es preferible estar en modo alerta, no se sabe desde qué rincón puede atacarnos el ladrón, el virus, la furia climática o el hackeo. Por eso, detenerse o, peor aún, inclinarse para darle lugar a algún gesto pequeño e insignificante es una pérdida de tiempo. Y de carácter.

Nadie quiere embarrarse en ningún territorio que no sea el propio o desde el cual no se obtenga algún provecho personal. Nos entrenamos para que los gestos sean meras transacciones y esperamos retribución y ganancia por cada ofrenda que insuma nuestro tiempo. “Time is money”. (El tiempo es dinero)

Sólo cuando algún movimiento tectónico sacude las entrañas de nuestra humanidad recordamos que la vida pasa por otras coordenadas.

Que humillarse no es rebajarse, mucho menos infravalorarse.

Que volver sobre los propios pasos para asumir errores y pedir perdón es un acontecimiento que engrandece y que nos eleva.

Que detenerse en algún peldaño de ascenso hacia cualquier meta personal nos hace más conscientes de lo que nos rodea. Y más agradecidos.

Prestarle atención a lo pequeño, a lo que la prisa no ve, es la condición natural de nuestro origen. “Estamos hecho de un barro que no está bien cocido todavía”, escribió con suma lucidez el poeta León Felipe.

Estamos hechos de barro. De humus. De tierra. Que en estas fiestas reverenciemos con humildad esa cuna común a la que todos, sin distinción de sexo, raza, ubicación geográfica o social, pertenecemos.

* La autora es escritora.

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