Cristina ante el desafío del reflejo populista

Donald Trump imitará esta semana un gesto de Cristina Kirchner. No asistirá a la ceremonia de asunción de su sucesor Joe Biden. Romperá así una tradición centenaria. Como Cristina.

Cristina Férnandez de Kirchner y Mauricio Macri en el traspaso de mando presidencial.
Cristina Férnandez de Kirchner y Mauricio Macri en el traspaso de mando presidencial.

Donald Trump imitará esta semana un gesto de Cristina Kirchner. No asistirá a la ceremonia de asunción de su sucesor. Romperá una tradición centenaria. No acompañará al nuevo presidente a tomar posesión de la Casa Blanca. Una imagen de continuidad institucional emblemática de la democracia norteamericana.

No es la única novedad histórica que aportará Trump en sus últimas horas de poder formal. Se irá también con un récord deshonroso: el de ser el primer presidente de Estados Unidos acusado dos veces en un solo mandato. El segundo impeachment es por haber incitado una agresión violenta contra el Congreso. Otra acción que evoca fantasmas lapidarios no muy lejanos para Argentina.

La insistencia de los legisladores norteamericanos en juzgarlo por ese inadmisible desborde autoritario no apunta a las horas que le quedan a Trump en la presidencia. Es un gesto que busca excluirlo a futuro de una dinámica política a restaurar: la de la democracia liberal, en la que Trump descree.

El nuevo presidente, Joe Biden, actúa con cautela. La convicción de Woodward bien puede ser un anhelo antes que una descripción. Biden anunció un programa gigantesco de ayuda económica (1,9 billones de dólares) para combatir la emergencia sanitaria que se prolonga más de lo esperado y alejar el riesgo de la recesión.

Los informes que aconsejaban prudencia sobre un pronto regreso a la normalidad se están confirmando y Biden cargará ahora con el peso político de las decisiones. Trump promete hostigamiento opositor desde la hora cero. Biden tiene enfrente el desafío de gestionar la emergencia sanitaria y sus efectos económico. Y al mismo tiempo recuperar el liderazgo internacional que su país resignó con Trump y cerrar las grietas que el populismo exacerbó en la sociedad norteamericana.

Este contexto político conspira contra las endebles previsiones que tenía el gobierno argentino para los meses iniciales del año en que enfrentará su primer examen electoral. Desde su jefatura política, Cristina esperaba tener resueltos en 2020 dos objetivos: la amnistía de los delitos que se le imputan y un ajuste económico ya ejecutado -con el acuerdo de los acreedores externos- que permitiera una dispensa en el 2021 para expandir otra vez el gasto, en el año electoral.

La pandemia trastocó esos planes y convirtió el clima social en un terreno combustible. La desobediencia activa de la población que para las autoridades complicó el panorama sanitario desde diciembre a la fecha es todavía un fenómeno sociológico a descifrar. Sobre todo, porque involucra a un público, el de los jóvenes, que incide de manera gravitante en el escenario electoral.

Es posible que se observen allí algunas dosis de indolencia que los infectólogos oficiales reclaman. Pero también la enorme pérdida de legitimidad del discurso oficial sobre la pandemia. El Gobierno carcomió su propia autoridad como enunciador de políticas públicas. Las dificultades para la vacunación, es cierto, se observan en todo el mundo. En Argentina se multiplican por la ineficiencia propia de la gestión González García. Ese debate ya detonó otro: el país no puede darse el lujo de un nuevo año perdido para la actividad escolar.

Las novedades desagradables del frente sanitario podrían atenuarse si de la economía llegaran señales menos preocupantes. El ministro Martín Guzmán sigue procrastinando su tesis ejemplar sobre la negociación de deuda soberana. Con los bonistas privados se demoró a la espera de una moratoria universal que prometía su mentor Joseph Stiglitz y nunca llegó. Con el FMI no sólo se le dificulta avanzar por la renovación del poder norteamericano. También porque la ansiedad de Cristina ya hizo retroceder en objetivos conversados con los técnicos del Fondo.

A Guzmán, el aplazamiento de las decisiones como único método de gestión le ha generado engorros en su relación con las provincias. El ministro recomienda a los gobernadores endeudados esperar en situación de default hasta que el panorama externo mejore. Como si el incumplimiento de deudas fuera inocuo. Corre el riesgo de que los gobernadores le desobedezcan con la misma indiferencia que cosechó el toque de queda propiciado por el ministro de Salud.

Guzmán recibió con expectativa el comunicado del vocero del FMI, Gerry Rice, anunciando el regreso de los técnicos del Fondo a las reuniones por Zoom con los negociadores argentinos. Necesita acelerar un acuerdo de facilidades extendidas antes de la apertura de sesiones parlamentarias de marzo. Conspira contra ese objetivo no sólo el tortuoso recambio institucional en Estados Unidos, sino el clima político en el que asume Biden. Obligado a dar muestras ostensibles de rechazo a las expresiones populistas.

El mundo observa en Estados Unidos el incierto proceso de reflujo populista. Mejor que muchos teóricos de la política, el novelista Umberto Eco describió ese flagelo mucho antes de la experiencia Trump: la exacerbación de la pasión identitaria es el mejor recurso para persuadir desheredados. Pero es una pasión que implica el odio a las diferencias. Como Trump, necesita cultivar el odio a un enemigo. Que para ser temible debe estar en el umbral de la propia casa.

Para ese modo autoritario de hacer política, el enemigo es el amigo imprescindible.

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