Caos en el Olimpo de los argentinos

Los argentinos no tienen un Olimpo nórdico ni egipcio. Sus dioses, como en el Olimpo griego, no representan modelos absolutos, sino espejos donde se ven reflejados.

Imagen ilustrativa
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Como los antiguos griegos, los argentinos quieren un Olimpo en el que verse reflejados. Por eso la más grande de sus deidades posee virtudes que son rasgos de la argentinidad, pero también tiene los vicios y las desmesuras que la argentinidad posee. Y a la hora de rendirle el homenaje más dolido a esa deidad, los vicios y las desmesuras la hicieron caer en sus recurrentes desquicios.

El adiós a Maradona fue un muestrario de imprudencias, negligencias y actitudes miserables. Si en la prensa local y mundial los cascotazos y gases lacrimógenos terminaron compartiendo lugar con las lágrimas y la emoción, no fue porque exista una conjura universal para mostrar al gobierno argentino como un equipo obtuso que se hace goles en contra, sino porque quiso sacar ventajas políticas pero mostró su inoperancia y su incoherencia. Inoperancia para organizar e incoherencia con lo que siempre predicó, con sensatez y razón, sobre el imprescindible distanciamiento social para controlar la pandemia.

El virus y la historia del ídolo fallecido recomendaban otros modos de despedirlo. Era mucho más fácil, adecuado al homenajeado y pertinente ante la emergencia sanitaria, organizar una despedida que implicara dispersar a la gente en lugar de aglutinarla. Por caso, una “vuelta olímpica” a la ciudad recorriendo las principales avenidas, donde las multitudes pudieran ver pasar el féretro sin amontonarse. Y habría otras alternativas que, además de más afines con un genio del fútbol, resultan más apropiadas en tiempos de pandemia que la pésima idea, sólo explicable desde la codicia política, de hacerlo en un recinto cerrado por ser políticamente conveniente para el gobierno: la Casa Rosada.

Entre las críticas que recibió Alberto Fernández por el estropicio, algunas fueron cascotazos torpes como el twit de Patricia Bullrich, pero también hubo voces lúcidas como la de Martín Lousteau, señalando lo imprescindible: el país donde tantos miles no pudieron velar a sus fallecidos ni despedirlos en el entierro, contempló multitudes en un funeral que se volvió absurdo como el de la película “Esperando la carrosa”.

La incompetencia del gobierno causó el posible foco de un rebrote del Covid19, además de invalidar su autoridad para pedir a los argentinos que no se aglomeren en fiestas, playas, bares y reuniones familiares.

Por cierto, hay voces opositoras sacando provecho político del desquicio, pero no puede criticarlas el gobierno que, ni bien el primer desmán empezó a corroborar la dimensión de la inoperancia y de la especulación política, empezó a “tercerizar” la culpa acusando al gobierno de la CABA por la represión y señalando a Claudia Villafañe como autora de las pésimas ideas de velarlo en la Casa Rosada y de clausurar ese homenaje a las 16 horas, cuando las colas para entrar eran kilométricas.

Con el tuit de un ministro acusando a Rodríguez Larreta y con Alberto y Cristina señalando a la mujer de la que Maradona se divorció hace años como responsable de las decisiones que provocaron el desquicio, el gobierno dinamitó su autoridad moral y puso un funeral entre la comedia y la tragedia, creaciones de los antiguos griegos que también crearon el Olimpo como espejo de sus virtudes y defectos.

La regla en las mitologías existentes en el período micénico y en los posteriores tiempos de la polis griega, es que los dioses representasen absolutos en términos de virtudes y de poderes, para los pueblos que los adoraban. Los antiguos egipcios y también los escandinavos de la era vikinga, tenían dioses que reflejaban el absoluto de una virtud o de algún poder, porque los pueblos que los adoraban buscaban en ellos modelos inalcanzables para los humanos.

En cambio, el Olimpo de los griegos estaba plagado de los valores pero también de las mezquindades, vilezas y debilidades que impregnan la condición humana.

Los griegos no buscaban en sus dioses modelos a seguir, sino el reflejo de ellos mismos, con sus grandezas y miserias. Por eso, entre otras cosas, la mitología griega es tan atractiva como literatura. En ella están los ingredientes que tienen los clásicos literarios. Y los clásicos son las obras protagonizadas por los rasgos oscuros de la condición humana. Igual que los hombres y mujeres, los dioses griegos tienen celos, envidias, odios, codicias y otros rasgos que motorizan guerras, traiciones y rencillas del Olimpo, aunque también están las magnanimidades propias de la naturaleza humana.

Los argentinos no tienen un Olimpo nórdico ni egipcio. Sus dioses no representan modelos absolutos, sino espejos donde se ven reflejados. Y el Zeus de ese Olimpo llevaba tiempo convertido en Tántalo, el personaje mitológico cuyas desmesuras llevaron al abismo donde, teniendo todo a su alcance, no podía saciar sus apetitos y su sed.

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