En 2019 estrenamos una película titulada "Desertor", filmada en Uspallata, en la que participamos como productores junto a colegas de Córdoba y Mendoza. La historia narra la búsqueda de un joven que descubre secretos sobre el pasado de su padre militar desertor y se embarca en una travesía para encontrar la verdad. El argumento deja la premisa de una ruptura, de una decisión que desafía la lealtad impuesta, y de una huida que implica un acto de valentía.
"Desertemos" (Prometeo, 2024) es una publicación de Franco Bifo Berardi —filósofo italiano y agitador cultural— que propone una cosa rara: un modo de existencia que no se ajuste al mandato productivista, digitalizado y extenuante del capitalismo actual. ¡Propone Desertar! Que no es abandonar el mundo, sino su lógica, de sustraerse desde dentro, como quien descubre un pasillo lateral en un edificio en ruinas.
No somos una start-up
Una de las narrativas más eficaces del presente es la que nos insta a ser emprendedores de nuestra propia vida. No personas, no ciudadanos, no amantes: Mucho branding personal, escalabilidad emocional, gestión constante.
Berardi lo desarma con lucidez: “cuando toda dimensión vital se convierte en parte de la economía —el cuerpo, el deseo, el tiempo libre, el insomnio—, ya no queda espacio para la vida como experiencia. Solo como gestión. Y en esa gestión, el sujeto se consume a sí mismo como recurso”.
Cabe mencionar a Miguel Benasayag, desde otra orilla, que llega a una conclusión inquietante: el cerebro contemporáneo, saturado por exigencias de rendimiento, reduce su plasticidad. No hay tiempo para el pensamiento. No hay pausa para la pregunta. Todo se vuelve automático y superficial.
Desconectarse no es apagar el WiFi
No se trata de irse al campo ni de tirar el teléfono al agua. La deserción que propone Berardi no es primitivista ni romántica. Es más radical: es desengancharse del flujo de sentido dominante. No abandonar la red, pero dejar de ser su servidor.
La velocidad, según Bifo, ya no es un atributo técnico: es una forma de control. Nos volvimos incapaces de procesar lo que vivimos. Lo inmediato reemplazó lo real. Por eso desertar también implica desertar de nuestros propios celulares (tarea difícil si las hay), esos dispositivos que se volvieron extensiones del cuerpo y objetivo de nuestra atención.
La adicción al scroll infinito, nos quita el tiempo para el pensamiento y para el encuentro real con el otro y con uno mismo.
El mercado del alma
En su crítica, Berardi señala cómo el capitalismo tardío ha colonizado hasta nuestros afectos. La monetización de lo íntimo, la conversión de cada gesto en contenido, de cada vínculo en contrato, ha vaciado de sentido el deseo mismo. Hasta el amor se vuelve una aplicación con filtros y algoritmos que prometen eficacia emocional.
Vivimos midiendo el valor de nuestras relaciones como si fueran transacciones y Berardi invita a desertar también de esa lógica. A recuperar el silencio. A desactivar, aunque sea por un instante, la maquinaria de la hiperconexión.
Desertar hacia la imaginación
Este libro no nos pide que corramos al bosque a preguntarle a un nogal en una mañana campestre. Lo que propone es imaginar desde otro lugar. Y ahí, la cultura, la creatividad y el arte se vuelven campos de deserción activa. Cuando ya no se puede combatir con las armas del sistema, se crea otro lenguaje. Cuando la realidad se vuelve invivible, el arte la transforma.
Desertar es recuperar la memoria y resignificar la historia. En cada libro, en cada película, en cada espacio cultural habitado por otros sentidos, hay una rendija que deja pasar una nueva forma de estar.
Se trata de saber que, incluso cuando todo parece bloqueado, aún queda un margen para desertar sin desaparecer, resistir sin gritar, crear sin obedecer.
La política vacía
Desertar también es apartarse de la política como escenario vacío y convertida en espectáculo repetitivo; donde los problemas de la gente se disuelven en denuncias de coimas, discursos violentos y tácticas electorales con toda la incapacidad para responder a las crisis reales. Mientras tanto, el genocidio, visible en las pantallas, pasa con la indiferencia de los poderes establecidos. La violencia sistemática, el hambre, la guerra, el exterminio de poblaciones enteras,parecen lejanas, intocables, inmodificables.
Desertar de esta política es rechazar el sistema que legitima esas violencias. Es buscar otras formas de acción, otras redes, otros espacios donde el sentido pueda reaparecer.
Lo común no cotiza en bolsa
Desertar es encontrarse de otro modo. Donde no hay rendimiento afectivo ni métrica social. Donde el tiempo compartido no se mide en productividad ni se transforma en contenido.
Berardi llama a eso “composición social sin consenso”: un modo de estar con otros sin contrato, sin programa, sin utilidad. La amistad, dice, puede ser una forma de deserción. Y también el arte. Y también el silencio.
El gesto inútil
Desertar es un acto de insubordinación silenciosa que se abre en la narrativa dominante, una manera de pasar por este mundo sin someterse a tantas certezas.
Es elegir deliberadamente la inutilidad productiva como un espacio de libertad, donde el valor se mida en la intensidad y la autenticidad de cada acto.
Desertar es un acto de fe en lo posible, en aquello que todavía no se ha dicho, en lo que está por imaginarse y en la capacidad humana de inventar nuevas formas. Es ese espacio donde la rebeldía no se exhibe como espectáculo. Es donde se cultiva la resistencia cotidiana a la lógica que quiere sólo números y datos.
Desertar no es un destino ni una consigna. No promete soluciones, ni evita la complejidad del mundo, pero abre espacios donde la tensión puede transformarse en movimiento.
Quizás, en ese abandono voluntario, en esa suspensión de certezas, se encuentre algo que todavía no tiene nombre. Algo que espera ser pensado y vivido, sin la urgencia del cálculo.
Desertar es una invitación a explorar esos márgenes invisibles donde la vida insiste en reinventarse, a pesar de todo.
* El autor es presidente de FilmAndes.