El loop y la marmota
¡Otra vez sopa! Otra vez la economía, otra vez la misma grieta con distinto decorado, otra vez el genocidio transmitido en vivo mientras los influencers discuten qué receta va mejor con té de hongos. Otra vez la violencia (física/verbal/mental). Otra vez…
Todo da la sensación de que estamos atrapados en una repetición infinita. Como si el universo tuviera un mal gusto para el remake permanente, pero sin dirección de arte.
Claro que esto no es nuevo. Nietzsche, en la teoría del eterno retorno, proponía un ejercicio mental inquietante: imaginar que deberíamos vivir esta misma vida, con cada mínimo detalle, una y otra vez por la eternidad.
¿Nos bancamos el déjà vu? ¿O salimos corriendo por la puerta más cercana?
En 1993, el cine dio una versión contemporánea de esta angustia metafísica: El Día de la Marmota (dirigida por Harold Ramis). En esta película, Bill Murray (actorazo), quien interpreta a Phil Connors, vive el mismo día una y otra vez. Se enoja, se aburre, se suicida simbólicamente, y después —con cierto esfuerzo— aprende a tocar el piano, a mirar a los demás y a quererse un poco. Sale del bucle cuando deja de escapar. Ahí tenemos una síntesis audiovisual de Nietzsche en la pantalla
Repetir hasta despertar
No hay nada más actual que esa idea de repetición. En la Argentina del 2025, cada día parece un reciclado del anterior. La política parece una mediocre obra de teatro experimental sin final. Las instituciones tambalean. La violencia se cuela en el desayuno. Y la cultura—frágil criatura que tanto intentamos proteger— parece siempre al borde, entre el colapso y la indiferencia.
Vemos este eterno retorno a diario: se recortan fondos, se desprecia lo simbólico, se ignora el pensamiento crítico. Cambian los gobiernos, los slogans y las caras en las portadas, pero el desprecio por lo intangible permanece. Como si todo lo que no se pueda monetizar en fluctuantes tipos de cambio de dólares blue, fuese decorativo. Repetimos y pareciera que no aprendemos.
Entonces aparece la pregunta nietzscheana: ¿esto va a durar para siempre?, ¿lo vamos a vivir con resignación o con sarcasmo?, o con esa clase de osadía que no se ve en la televisión pero que se respira en los barrios, en los colectivos culturales, en las organizaciones sin presupuesto.
Estar al lado del camino… pero hacer algo
Fito escribió una vez que eligió estar “al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa”. A veces uno se siente así. Mirando, descreído, mordiéndose la lengua, apretando los dientes.
Pero la repetición también puede ser una oportunidad para intervenir; desde lo concreto y desde este lugar.
La aldea está acá. Con nombres, con historias, con necesidades urgentes. No hay que salvar el mundo: alcanza con mirar alrededor. Hay gente que la está pasando mal, proyectos que se caen por una decisión que no llega, gente que resiste con creatividad como única trinchera. La pregunta no es si podemos cambiarlo todo. La pregunta es qué hacemos con el metro cuadrado que pisamos.
Y sí, también hay una decisión política en eso. Aunque no militemos, aunque descreamos de todo, aunque estemos hartos de que nos hablen con frases hechas. Elegir hacer algo —crear, sostener, acompañar, resistir desde lo simbólico— también es una forma de romper el hechizo.
Cultura como rebeldía
Trabajar en la cultura es, muchas veces, como empujar la piedra de Sísifo con una sonrisa torcida. Crear, aun cuando todo se cae. Sostener proyectos que no son negocio, pero son necesarios. Inventar espacios donde la gente pueda pensar, sentir, disentir.
La cultura no salva, pero abriga. Y en un país donde la intemperie emocional es casi política de Estado, eso ya es mucho.
Desde los proyectos en que estamos y desde muchos otros, aprendimos que a veces no queda otra que armar cosas con retazos. Que el financiamiento nunca alcanza. Que los respaldos desaparecen. Pero también aprendimos que hay gente que todavía cree. Que apuesta. Que se la juega por un buen contenido, por rescatar la historia, por una buena idea.
Y eso no es romanticismo. Es estrategia de supervivencia.
Repetir distinto
Volviendo a la marmota. Phil Connors no rompe el ciclo haciendo algo extraordinario. Rompe el ciclo cambiando él. Tocando mal el piano, ayudando al que antes ignoraba, hablando sin cinismo. El día deja de repetirse cuando empieza a vivirlo con atención.
Tal vez sea eso lo que necesitamos hoy. Casi se trata de hackear el loop. Usar la repetición como entrenamiento. Volver sobre lo mismo, pero desde otro lugar. No resignados, conscientes.
Si el mundo va a insistir con la misma historia, que al menos nos encuentre escribiendo nuevas líneas en los márgenes. Casi sin permiso. Sin pedir tantas disculpas.
Otra vez el mismo día
El eterno retorno no es un castigo. Es un espejo. Nos obliga a mirarnos en ese reflejo que se repite y preguntarnos si podemos vivirlo mejor. No más exitosamente. Un poco mejor. Con más conexión. Con más valentía. Con menos cinismo.
No hay recetas. Pero hay algo que todavía funciona (¡como lo viejo Juan!): prender la luz en medio de la noche. Decir “presente”. Bailar en el caos. Apostar a la cultura como forma de resistencia.
Y si mañana vuelve a sonar la misma canción, que nos encuentre afinando otra melodía. Aun desafinada. Aunque no sea perfecta. Aunque parezca inútil.
Otra vez el mismo día, y a tiempo de hacerlo distinto.
* El autor es presidente de FilmAndes.