Gane quien gane, hay que repensar todo de nuevo

Aprovechando el "affaire" Espert como excusa, pero casi sin siquiera hablar de él, esta nota pretende entender cuáles son las condiciones de posibilidad para salir de la eterna decadencia argentina a partir de las realidades actuales. Tarea difícil, si las hay.

El "affaire" Espert es solo el tiro del final, no de un gobierno que se agotó sino de una Argentina que se agotó. El rumbo que este año estuvo siguiendo el presidente Javier Milei es la continuidad de la decadencia nacional de la cual no pudo ni puede escaparse gestión alguna, del signo o la ideología que fuera, salvo quizá por breves intermedios temporales. Por eso, si después de las elecciones no ocurre un cambio significativísimo en el gobierno, seguiremos estando condenados a repetirnos como el mito del rey Sísifo que cada vez que hacía rodar una piedra hacia arriba para alcanzar la cumbre de la montaña, la piedra se caía en mitad de la subida para volver a quedar donde empezó, y otra vez el ciclo volvía a comenzar, siempre con igual resultado. La única diferencia es que lo que para los griegos antiguos era leyenda, para nosotros es la más evidente realidad. No obstante, no nos queda más remedio que seguir intentándolo hasta que descubramos el modo de alcanzar la cima de la montaña.

En este momento presente, en estas semanas de vértigo, sin respiro, donde parece que todo se desvanece en el aire, donde en ningún político existe el menor interés de pensar estratégica y estructuralmente el país porque lo único que les interesa es el "sálvese quien pueda", vayan algunas reflexiones de fondo, porque los errores (y horrores) cometidos en los últimos tiempos son por demás patentes. Ya no hay nadie que los desconozca, aunque nadie sepa cómo corregirlos. Por eso, porque ya prácticamente todo ha fracasado y todos parecen rendidos o condenados a repetirse "sísificamente", quizá sea, aunque parezca lo contrario, el momento de encontrar el punto de inflexión. No por vocación, sino por pura desesperación. Ya se probó todo, y nada funcionó. Y seguir pidiendo que se vayan todos, a estas alturas, es más una expresión de impotencia y de "calentura" al divino botón.

Las culturas políticas de la democracia

Con la democracia nacida en 1983 las dos grandes tradiciones políticas anteriores (peronismo y radicalismo) se reconvirtieron al nuevo sistema. Luego, también, y de modo no menos importante, lo haría el liberalismo fluctuando entre aliarse a veces con la UCR, a veces con el PJ, recuperando en los últimos años parte de la importancia trascendental que tuvo antes de la llegado de Yrigoyen y que perdió cuando sus principales economistas (y no pocos políticos) se aliaron a todas las dictaduras desde 1930 hasta 1983.

La tradición peronista, con su extraordinaria adaptabilidad histórica al "espíritu de los tiempos" (uno de los grandes legados de Juan Perón, susceptible tanto para actualizar y renovar una y otra vez el movimiento por él creado, como para convertirlo en el gattopardista camaleónico más grande de toda la historia argentina) ha sido la que hegemonizó la democracia por su mayor permanencia e influencia en el poder.

Al principio, durante toda la presidencia de Raúl Alfonsín, el peronismo se dividió en dos partes contrapuestas: una opción renovadora tendiendo al republicanismo, buscando convertirse en la opción al radicalismo, pero dentro del mismo clima de época. Y la otra, aquella que Alfonsín denominó el pacto sindical-militar, que no dejó un día sin intentar destituir al primer gobierno de la nueva democracia, con 13 paros generales, 4000 huelgas sectoriales y tres golpes militares (todos hechos por sindicalistas y militares de concepción ideológica peronista "tradicional").

No triunfó ni una ni otra opción, sino que con la renuncia anticipada de Alfonsín subió un peronista "renovador" de palabra. pero escasamente de hecho, Carlos Menem, que acabó con las huelgas, las sublevaciones militares y la renovación peronista, haciendo renacer a la vez la tradición liberal. Todo dentro de un marco formalmente republicano, pero de contenido populista hasta los tuétanos. Y altamente corrupto. La política democrática, desde ese entonces, comenzó a ser la mejor manera de hacer plata, de escalar en la movilidad social.

Años después, en la misma tradición, los Kirchner continuarían con ese populismo no republicano, pero en vez de incorporar liberales al peronismo, lo que harían es incorporar progresistas de izquierda.

De ese modo, el peronismo se quedó con todo. Porque los peronistas no hacen alianzas, sino que cooptan todo lo que existe (el único intento de alianza lo intentó Néstor Kirchner con la "transversalidad", pero estalló a los tres meses porque era otra forma de cooptación, ya que quería quedarse también con lo que quedaba del radicalismo en las provincias).

El peronismo gobernó de 1989 a 1999, de 2002 a 2015 y de 2019 a 2023. Los pocos años que quedaron (1983-1989; 1999-2001 y 2015-2019) fueron presididos por opciones no peronistas. La actual de Javier Milei aún no terminó, pero hasta la fecha parece ser una mezcla políticamente liberal y metodológicamente peronista. Aunque todo aún está por verse.

Cada una de esas dos grandes culturas políticas representa aproximadamente a la mitad del país, por lo cual una pequeña porción del electorado que se vuelque por una o por otra, puede decidir una elección.

La cultura no peronista (que no puede definirse por lo que es sino por lo que no es, porque aún no se sabe qué es), ha tenido tres veces el gobierno, pero jamás el poder (salvo quizá los dos primeros años de Alfonsín que los aprovechó muy bien para crearle raíces sólidas al naciente árbol de la democracia y para juzgar y arrojar al foso de la historia el pasado golpista, que ya no pudo volver nunca más, aunque muchas ideas destituyentes de los militares prendieron en la otra tradición democrática). Pero lo cierto es que, por carecer de poder real, y por sus propios errores, la cultura no peronista que refundó la democracia no logró mejorar el país ni la vida de su población, en casi nada.

La cultura peronista, en cambio, siempre que estuvo en el gobierno ejerció el poder (excepto quizá en la última gestión, la de Alberto Fernández) pero no lo aprovechó para mejorar la vida del pueblo, sino para fortalecerse políticamente a sí misma. Así, a la elite peronista, en todos esos años de dominio hegemónico, le fue maravillosamente bien en el disfrute y goce del ejercicio del poder y en su prosperidad personal, aunque el país haya estado cada vez peor. La corrupción kirchnerista multiplicó por mil a la menemista, lo que no es poco decir.

En síntesis, por una o por otra razón, ambas culturas políticas de la democracia hicieron que hoy el país esté materialmente peor que cuando el destino lo puso en sus manos, excepto en un tema nada menor: la libertad, que ahora es plena y que antes de 1983 tuvimos a cuentagotas, pero con ella no se come ni se cura. Puede educar sí, pero no si se la pervierte desde adentro, como viene ocurriendo, no sólo en la Argentina.

A la luz de los resultados, o ambas culturas políticas se transforman sustancial y estructuralmente o el país no tiene destino. Y la transformación debe venir por la variante más débil: la no peronista, porque el peronismo no tiene absolutamente ningún aliciente para cambiar, puesto que sus dirigentes han devenido, en su mayoría, en los nuevos ricos al transformarse desde 1983 en los representantes actuales de la Argentina conservadora, corporativa y estatista. Que "conservan" lo que deberían cambiar, y que defienden un sistema prebendario que siempre termina subsidiado por el Estado.

Por lo tanto, por lo que representa socialmente, el peronismo en sus vertientes menemista y kirchnerista (que salvo en ideología, son iguales en todo, incluso en sus dirigentes, que son los mismos) ellos no tienen ninguna voluntad, ni deseo ni necesidad ni interés en cambiar estructuralmente a la Argentina que tanto los ha beneficiado. Sólo quieren volver al gobierno, y para eso, ayudar en todo lo que se pueda a que se caigan cuanto antes los no peronistas que de tanto en vez acceden a la presidencia, en la pueden mandar poco y por eso casi siempre se van (o los van) antes de tiempo.

Se ha vuelto tan conservador el peronismo que hoy, ante la decadencia de Cristina, su última líder, la está tímidamente reemplazando gente como Axel Kicillof, que constituyen una vertiente aún más cavernícola y retrógrada, ideológicamente hablando, que el menemismo y el kirchnerismo. Sin embargo, aunque hayan perdido su vocación por el cambio (que no es lo mismo que su "adaptabilidad" borocotista), su vocación por el poder los peronistas no la han perdido ni un ápice, porque por más que se dividan una y otra vez circunstancialmente, en el momento de cosechar las mieles del poder siempre se reunifican por entero y en menos que canta un gallo.

Partidos o alianzas

Hoy, salvo gobernadores aislados en sus provincias (con algunos atisbos de organización regional entre algunos, pero aún de modo incipiente), hay "formalmente" en la Argentina solo dos partidos nacionales porque la UCR y el PRO ya no lo son. Esos partidos son el peronismo, y la LLA, éste último recién salido del mismo horno donde antes Karina hacía sus tortas, creado artificialmente en dos meses al calor del poder oficial y que es la nada misma. O sea que, en los hechos, partido nacional hay uno solo: el peronismo. Y ponerle frente a él, en condiciones de disputarle el poder, a otro partido es un dislate porque el país no peronista hoy no tiene -como tiene el país peronista- ninguna condición para una unidad sólida salvo la negativa al peronismo (y a veces ni eso, porque no todos son antiperonistas).

Acá de lo que se trata es de ir construyendo una coalición política con vocación de poder capaz de representar electoralmente cuando menos a la mitad del país y que no se disuelva en la gestión. Se trata de continuar la cultura política que se inició con Alfonsín que sumó a la socialdemocracia radical con la renovación republicana peronista. Luego, aun fallidamente, De la Rúa sumó al radicalismo de corte más liberal con el progresismo peronista antimenemista. Ambos no finalizaron sus mandatos. Pero después surgió Juntos por el Cambio, que sumó liberales republicanos, radicales, carriotistas, socialistas y parte del peronismo antikirchnerista. Este último intento no cayó, sino que fue derrotado en las urnas a los cuatro años cumplidos, pero dos años después ganó las legislativas y si bien no pudo alcanzar la presidencia otra vez, a ella arribó Javier Milei que tuvo en sus manos la histórica opción de seguir ampliando esa cultura no populista política de la democracia, hasta que alcanzara el tamaño cuantitativo y la unidad de concepción cualitativa suficientes para llegar a la vez, al gobierno y al poder. Tuvo posibilidades de lograrlo como no las tuvo ninguno de sus antecesores, pues todos los no kirchneristas estaban dispuestos a acompañarlo. Pero él mismo se encargó de destruir esa opción, influenciado por la cultura populista y peronista en sus concepciones políticas, aunque su economía fuera liberal. Por eso le quiso ganar al peronismo en el terreno del peronismo. Y así le está yendo.

El presidente Milei cometió el grosero (y posiblemente imperdonable) error de querer reemplazar al peronismo copiando sus métodos (incluso despreciando la cultura alfonsinista y reivindicando la menemista, que era un peronismo liberal populista, no republicano), cuando lo que debió hacer (en vez de cometer la locura de querer cambiar a un partido único por otro partido único) era unificar a la otra mitad del país que disiente con el modo de hacer política del peronismo menemista-kirchnerista, y que, hoy por hoy es imposible unificar en un partido, pero sí lo es en una alianza lo más amplia posible, que hay que seguir construyendo en el tiempo pero (condición sine qua non) continuando, sumando, incorporando y aprendiendo de todas las experiencias anteriores. Es la única vía de posibilidad que parece indicar la historia argentina para estos tiempos presentes.

Y solo entonces, cuando se forme una alianza lo suficientemente fuerte para tener el mismo poder que el peronismo que hoy existe, quizá ese peronismo, tan moldeable a los tiempos, se verá obligado a republicanizarse, a dejar de lado sus tendencias destituyentes, su populismo y su corrupción ya casi congénita. No sabemos si eso ocurrirá o no -ni sabemos si es posible o un mero espejismo nuestro- pero lo que sí podemos asegurar es que el intento de querer que el peronismo se extinga sigue estando a años luz de ser una posibilidad, porque sus conexiones con una parte (posiblemente hegemónica) de la cultura argentina continúan siendo inmensas.

Enfaticemos lo dicho porque lo consideramos fundamental: si la alternativa no peronista menemista-kirchnerista logra llegar al poder, no solamente al gobierno (nunca estuvo más cerca Milei de empezar a lograrlo que durante su primer año, pero fue él mismo quien al año siguiente lo arrojó al basurero de la historia), el peronismo no tendrá más remedio que dejar de lado sus tendencias populistas y republicanizarse, aunque más no sea más que para estar a tono con la historia de cada tiempo, lo cual es su gran especialidad y aunque lo haga de modo deforme. O sea, en términos concretísimos: el país peronista sólo cambiará cuando cambie el país no peronista. Cosa que, con el "espertismo", difícilmente ocurrirá.

Un país posible es mejor... pero cada vez más difícil

Si algo parecido a lo que anhelamos llegara a ocurrir, tendremos dos opciones políticas que se diferencien por ideologías o programas o líderes, pero no por esta cruel dicotomía, esta grieta ridícula que estamos viendo renacer hoy en la era mileista, donde salvo un centro político chiquito e incipiente, los dos extremos dominantes terminan haciendo y siendo lo mismo (aunque Espert diga "no somos iguales", la verdad es que, si no lo son se parecen demasiado). Es que el peronismo menemista-kirchnerista y el mileismo de partido único de Javier y Karina, cada día se acercan más en sus métodos políticos. Y cuando las dos tendencias extremas de la Argentina, que en el fondo son la misma cosa, se tocan, para salvar a la República deben ser indefectiblemente reemplazados por dos estructuras moderadas, centristas, donde los extremos pasen a ser lo que deben ser por definición: minorías. Y no mayorías, como lo son hoy. Porque el peronismo actual no es centrista, es extremista. Y el mileismo, que pudo aglutinar a todo el no peronismo desde el centro, prefirió aislarse en un extremo que lo está destrozando a sí mismo.

Por ende, si en los próximos dos años Javier Milei, gane o pierda, entiende cuál es el camino que debe continuar y cuál el que debe desechar de los dos que tuvo en sus manos elegir, contribuirá a ir creando las condiciones políticas para acabar con la decadencia argentina... siempre y cuando aún esté a tiempo, siempre y cuando lo entienda y siempre y cuando mantenga algo de poder, porque en la Argentina de la hegemonía peronista menemista-kirchnerista el gobierno sin poder es casi lo mismo que nada.

Caso contrario, el país republicano deberá buscar otros caminos de concreción, pero eso no es de un día para otro, mientras que sí, de un día para otro (incluso mañana mismo), allí está nuevamente el peronismo a fin de asumir otra vez el gobierno y el poder, esta vez sin necesidad de cambiar nada, ni siquiera las condiciones que lo llevaron a la debacle de 2023.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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