26 de junio de 2025 - 00:10

Un poco de Zaratustra no vendría nada mal

En tiempos de mucho ruido y de repetición vacía, volver a Zaratustra puede sonar extraño, hasta anacrónico. Pero quizás por eso mismo tenga cierta urgencia. El profeta de Nietzsche no bajó de la montaña para convencer a nadie, sino para provocar, agitar, romper los moldes del pensamiento domesticado.

Leer a Cercas, releer a Nietzsche

Casi siempre un libro lleva a otro libro. Así pasó con el último de Javier Cercas, que no es precisamente sobre filosofía, pero que propone algo inusual: dudar, discutir, pensar contra uno mismo. Eso motivó —casi sin querer— a releer ese libro inabarcable y a veces malentendido o poco apreciado en tiempos de aburrida escuela secundaria: Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche. No con mirada académica, ni con ánimo solemne de proponer filosofía (ni barata ni zapatos de goma). Leyéndolo en este presente que se desarma entre los dedos, buscando alguna respuesta o, al menos, mejores preguntas.

Así hablaba… pero nadie escuchaba

En tiempos de mucho ruido y de repetición vacía, volver a Zaratustra puede sonar extraño, hasta anacrónico. Pero quizás por eso mismo tenga cierta urgencia. El profeta de Nietzsche no bajó de la montaña para convencer a nadie, sino para provocar, agitar, romper los moldes del pensamiento domesticado. Entre el descrédito generalizado de la justicia, de la política sin respuestas y de una sociedad que confunde espectáculo con contenido, sus palabras invitan a la reflexión.

Camello, león, niño

Zaratustra propone tres transformaciones del espíritu. Primero, el camello, que carga con el peso de los valores impuestos. Luego, el león, que se rebela, ruge, desgarra. Y por último el niño, símbolo del juego, la creación, el comienzo. Hoy parece haberse empantanado la realidad entre camellos obedientes que repiten consignas sin pensar y leones que destruyen sin saber qué construir. La etapa del niño, la del juego y la invención, están ausentes. Y sin embargo, es la única salida.

Pensar distinto

Vivimos en un tiempo donde la disidencia es sospechosa y la originalidad, una rareza. Lo banal se ve a diario en los medios, en las instituciones, en los discursos públicos, en las redes que todo lo nivelan (para abajo). Se valora lo que no incomoda. Pero sin incomodidad no hay creación. Sin riesgo no hay salto. La política se convirtió en un teatro de sombras y la justicia en una palabra hueca. En ese escenario, Zaratustra aparece como un llamado a sacudir la alfombra, a cuestionarlo todo.

La creatividad, acto de supervivencia

Cuando todo parece colapsar, cuando ya no se cree en los partidos, ni en los jueces, ni en las promesas, la cultura se vuelve un refugio fértil; un espíritu creativo y una fuerza vital. La cultura es lo que queda cuando todo lo demás se cae. Y también lo que puede levantarlo todo de nuevo.

Jugar no es un juego

Recuperar el juego sin frivolidad, con potencia. El niño de Zaratustra no juega porque ignora la realidad, sino porque la quiere transformar. Crear nuevas reglas, inventar lo que no existe, mezclar disciplinas, romper géneros. En tiempos de control, algoritmos y etiquetas, jugar puede ser un acto revolucionario. El vértigo impulsa, no paraliza. La osadía no es locura, es la condición del cambio. La gran pregunta es si estamos dispuestos a asumir el riesgo de reinventarnos.

Mucho GPS, poca imaginación

La desorientación actual es real. Ya no creemos en grandes relatos ni en certezas absolutas. Y eso, lejos de ser una tragedia, puede ser una oportunidad. En vez de seguir buscando respuestas en canciones viejas o en líderes mesiánicos, podríamos intentar otra cosa: crear nuevos caminos, aún sin mapa. Y también nuevas formas de conectarnos. Tanta hipercomunicación sólo genera dispersión. Necesitamos espacios de nexo, de pensamiento y creación colectiva, más allá del scroll incesante y fragmentado del universo tiktokero. La tecnología no es el problema, pero sí el uso que hacemos de ella. Nos falta creatividad para generar medios nuevos, plataformas que inviten a lo lúdico, al intercambio, al pensamiento vivo. Y eso no viene desde arriba: se inventa desde abajo, desde la periferia, desde lo improbable.

Animarse a lo no existe

Zaratustra invita a mirar hacia adelante, sin la lógica del progreso automático, con la intensidad de quien crea desde el vacío. Hay una necesidad de abrir espacio a lo inédito. En vez de repetir eslóganes, atrevernos a pensar distinto, aunque incomode. El futuro no está escrito ni garantizado. Se construye. Y se construye con mezcla, con prueba y error, con debates encendidos y con la humildad de no tener siempre la razón.

Bailar en el caos

En el fondo, este barro en que vivimos —social, político, simbólico— puede ser fértil. Zaratustra decía que hay que asumir el caos en uno mismo para dar a luz una estrella que baile. Tal vez ha llegado el momento de dejar de quejarnos del caos y empezar a bailar con él. No como evasión, sino como creación. Dudar de todo, pero construir algo nuevo. Ahí está el verdadero desafío. Mezclar, dialogar, jugar. Hacer cultura con barro, con basura, con historia, con rabia. Pero hacerla.

Mixtura

En días difíciles, más que nunca, se necesita a hacer lo que no existe. A mezclar, a cruzar disciplinas, a discutir ideas sin cancelarlas, a dejar de crear trincheras. En contextos de incertidumbre, la respuesta no es volver atrás ni quedarse quietos: es inventar. Apostar a la fertilidad de la mixtura, a la potencia de lo improbable, a la chispa de lo nuevo. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?

¿Un poco de Zaratustra?

No vendría nada mal.

* El autor es presidente de FilmAndes.

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