28 de mayo de 2025 - 00:05

El elogio del conflicto: una forma de resistencia

En lugar de soñar con una sociedad sin grietas, quizás debamos aprender a caminar sobre ellas. No hay comunidad sin conflicto, y solo si aceptamos esa verdad incómoda —y la transformamos en cultura viva— vamos a poder construir una convivencia más justa y más libre.

En tiempos donde la lógica binaria del 'nosotros o ellos' domina la política, las redes, los medios y hasta los vínculos cotidianos, "Elogio del conflicto", el libro más reciente del filósofo y psicoanalista franco-argentino, Miguel Benasayag, irrumpe con un pensamiento complejo en medio de una sociedad adicta a la simplificación.

El autor, quien en su juventud fue detenido y torturado por la dictadura argentina, y luego emigrado a Francia, propone una tesis tan sencilla como revolucionaria: el conflicto no debe ser erradicado, sino comprendido e integrado. La negación del conflicto conduce al enfrentamiento destructivo. En cambio, aceptarlo como parte constitutiva de toda vida en común abre la puerta a formas más auténticas de convivencia. No hay organismo vivo que no esté en tensión consigo mismo y con su entorno . La idea de una sociedad armónica, sin contradicciones, es una ilusión que genera más violencia. En nombre de la paz se termina aplastando toda diferencia. Esta es la paradoja que Benasayag desarma: para vivir en comunidad no hay que suprimir el conflicto, sino saber cómo habitarlo como una forma de resistencia.

Pensar más

El conflicto creativo exige algo que escasea en tiempos de inmediatez: ejercitar el pensamiento. El pensamiento que se anima a la duda, al matiz, a revisar las propias ideas. Pensar se convierte en una práctica diaria, y pensar con otros requiere también dejar el ego a un costado. No hay salida colectiva si cada uno quiere tener razón. Frente a las certezas absolutas, se propone la humildad del que escucha y se permite no saber.

No toda diferencia es una amenaza. La verdadera transformación proviene de convivir con el desacuerdo. Frente a la lógica del enemigo, Benasayag propone la figura del adversario: alguien con quien se comparte el espacio simbólico y material, aunque no se piense igual. En sociedades polarizadas como la argentina, donde los discursos extremos crecen, esta distinción se vuelve vital para seguir en democracia.

La IA: lejos de ser neutral

En entornos que se complejizan y digitalizan cada vez más, la forma en que nos vinculamos con la tecnología no puede quedar afuera del debate sobre el conflicto y la convivencia. La inteligencia artificial, los algoritmos y las redes sociales moldean percepciones, deseos, y nuestras propias emociones. Lejos de ser neutrales, estas herramientas pueden contribuir al diálogo o amplificar la polarización, pueden servir para democratizar el conocimiento o para reforzar las desigualdades. ¿Tecnología para la humanidad o humanidad al servicio de la tecnología? La pregunta es urgente. La justicia social del siglo XXI debe pensarse con redistribución de la riqueza y también del acceso a lo simbólico, a la conectividad, al pensamiento crítico. Incluir a los que menos tienen hoy implica también garantizar que la cultura, la educación y la innovación estén al alcance de todos, no solo de las élites digitales.

El postcapitalismo de los vínculos

Esta tensión entre lo técnico y lo humano también está en el centro de las reflexiones del filósofo Mark Fischer. Su teoría del postcapitalismo plantea que el modelo actual —basado en la competencia sin límite, la acumulación y el aislamiento— ha colapsado. Los vínculos están rotos, las subjetividades fragmentadas. Frente a ese modelo agotado, Fischer propone un paradigma donde la colaboración, la sensibilidad y la creación compartida sean los nuevos motores del desarrollo. Y en ese nuevo horizonte, el conflicto es parte de la solución, no del problema.

La Cultura y la creatividad

La salida del laberinto polarizado no será solo económica ni técnica: será estética, simbólica, colectiva. Frente al enfrentamiento estéril, la cultura ofrece un territorio común. Y la creatividad es la capacidad de generar sentido, imaginar posibilidades, construir nuevas formas de vínculos . La transformación social empieza por el lenguaje, por los gestos, por la cultura que permite encontrarnos.

En esta trama, aparece (siempre) Borges como uno de los primeros en pensar la identidad como una tensión. En El Aleph o en Funes el memorioso, disuelve las ideas de totalidad y muestra que el conocimiento absoluto es paralizante. En El escritor argentino y la tradición, sugiere que no hay que elegir entre ser europeo o criollo: la cultura es mezcla hibrida y ambigua. Lo real es complejo y habitar la contradicción y el conflicto es una forma de libertad.

Crear sobre la diferencia

Volviendo a Benasayag, su propuesta es una ética de la complejidad. Sin caer en la parálisis por análisis, propone aceptar que toda decisión implica una pérdida, que toda construcción social es imperfecta. La política del conflicto requiere paciencia, atención, escucha. Pensar —en comunidad— es crear. Y crear es la forma más profunda de transformar.

En lugar de soñar con una sociedad sin grietas, quizás debamos aprender a caminar sobre ellas. Como en un puente colgante, hecho de palabras, desacuerdos, relatos compartidos. Y también de gestos culturales, obras, imágenes, poesía. No hay comunidad sin conflicto, y solo si aceptamos esa verdad incómoda —y la transformamos en cultura viva— vamos a poder construir una convivencia más justa y más libre. Una sociedad donde pensar sea tan importante como actuar, y donde la creatividad se convierta en la herramienta más potente para imaginar otro futuro posible.

* El autor es presidente de FilmAndes.

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