El absurdo como punto de partida
Hace casi cuarenta años, el cine español nos dejó una joya desconcertante y entrañable: Amanece, que no es poco (1989), dirigida por José Luis Cuerda. Su lógica se rige por el absurdo más delicioso: hombres que brotan de la tierra como tomates, votaciones para decidir si puede amanecer, motines por diferencias filosóficas, y un pueblo donde todos han leído a Faulkner.
La película no busca sentido, mejor dicho, encuentra su sentido en esa falta de lógica. Y, sin embargo, no es una obra oscura o desesperanzada. Al contrario, brilla con una lucidez conmovedora. Nos hace recordar que, cuando todo parece no tener pies ni cabeza, todavía podemos elegir el humor. Todavía podemos seguir, simplemente porque siempre amanece.
Camus, Cuerda y el derecho a insistir
Mucho antes que Cuerda dirigiera su delirio rural, Albert Camus había planteado una pregunta brutal: si la vida no tiene sentido, ¿vale la pena vivirla? En El mito de Sísifo, el filósofo propone que la grandeza humana consiste en asumir el absurdo sin rendirse. Sísifo empuja la piedra una y otra vez. Y en esa repetición —que podría parecer una condena— Camus ve una forma de libertad.
Algo similar pasa en el universo de Cuerda: los personajes, por más disparatados que sean, no se detienen. Hacen lo que hacen, aunque nadie lo entienda. Siguen adelante. Con humor, con excentricidades, con comunidad. No buscan sentido: Lo inventan. Y eso los hace entrañables.
Hoy, el absurdo ya no necesita ficción. Basta abrir cualquier red social para percibir un vértigo constante, esa sobreabundancia de imágenes, de reacciones, de palabras lanzadas al aire sin dirección.
Tal vez ese vértigo digital sea el equivalente moderno de aquel pueblo surrealista. Un lugar donde todos hablan, todos opinan, pero nada se resuelve. Donde la velocidad reemplaza la reflexión, y el ruido tapa el pensamiento. Y sin embargo, ahí estamos. Buscando sentido. Empujando pequeñas piedras, publicando, comentando, conectando.
La política, mismo guion
Si el cine de Cuerda parece sacado de una pesadilla delirante, la política contemporánea no se queda atrás. A veces parece escrita por el mismo guionista. Declaraciones contradictorias, alianzas que se arman y se desarman, leyes que se redactan en caliente y se olvidan al día siguiente. Todo es tan ilógico que ni el mejor libro de comedia se animaría a tanto.
Pero el problema no es solo el absurdo en sí. Es la naturalización del absurdo. Nos hemos acostumbrado a que las cosas no tengan lógica. A convivir con lo inexplicable. Como en la película, solo que acá no hay lugar para tantas risas.
¿Y entonces qué nos queda? Lo mismo que a los personajes de Amanece, que no es poco: seguir adelante. Construir sentido donde no lo hay. Reír, sí, pero también comprometerse. Participar. Pensar. Incluir. No para “entenderlo todo”, sino para no entregarse del todo a la indiferencia.
La creatividad como resistencia vital
Frente a una realidad que a veces parece diseñada para frustrar, hay un recurso profundamente humano que sigue siendo nuestro: la creatividad. Entendida como herramienta para imaginar otra posibilidad, como propuesta para ensayar nuevos caminos.
Como una forma de convivir con la realidad y transformarla y mejorarla. En contextos de incertidumbre, la creatividad nos rescata del automatismo. Nos conecta con lo lúdico, con lo que todavía no existe, pero podría ser, con lo improbable.
Lo pequeño como forma de rebelión
En ese pueblo imposible de la película, los vínculos son raros pero intensos. La comunidad existe, aunque esté hecha de extravagancias. Hay una lógica afectiva que lo sostiene todo. No importa si alguien cultiva hombres en macetas o si otro tiene fe: entre todos se cuidan. Se reconocen.
Quizás ahí haya una pista. Si la lógica general del sistema nos resulta indescifrable —ya sea en la política, en la economía, en la cultura digital— entonces tal vez lo importante esté en lo pequeño. En lo que sí podemos hacer. En lo que sí podemos decidir. En lo que sí podemos cuidar.
A veces, una conversación sincera con alguien tiene más potencia transformadora que mil tuits. Un acto de generosidad vale más que cien discursos. Una obra, un proyecto, una idea compartida pueden generar más sentido que cualquier trending topic. En medio del absurdo, lo humano todavía puede tener lugar.
Un Borges en el camino
Jorge Luis Borges, irónico como siempre, decía que el universo tiende al caos, y que ese caos ya está entre nosotros. Sin embargo, escribía. Inventaba mundos. Creía en el poder de la palabra. Si el mundo es un laberinto, el ciego lo recorría sin miedo. Tal vez ese sea nuestro destino también: no temer y ser una parte creativa del caos.
Sin moraleja
Este no es un escrito con moraleja. No ofrece soluciones. Solo intenta decir, como decía Cuerda desde su cine insólito que, si amanece, ya estamos del otro lado. Que vale la pena reírse y seguir insistiendo.
Quizás vivir en el absurdo nos dé una nueva libertad: la de no tomarlo todo tan en serio. La de crear nuestras propias reglas. La de levantar la piedra diaria con cierto humor, con una leve sonrisa o, si es necesario, con un buen pedazo de carcajada. No por ingenuidad, sino por coraje.
Porque sí, sigue amaneciendo; Y eso, aunque parezca, no es poco.
* El autor es director de FilmAndes.