13 de agosto de 2025 - 00:00

Escribir y (no) leer hoy. Variaciones sobre el transcurrir contemporáneo

Esa varita “mágica” llamada Internet exige representarte, ser tu productor, tu propio jefe. Cada uno se convierte en su propio empresario. Ya no se espera con paciencia lo que el centro comunicacional ofrece, sino que nosotros damos el contenido. Nosotros ofrecemos a los demás, mientras los demás ofrecen a nosotros, que ya estábamos ofreciendo a los demás.

Intentar una escritura en el mundo actual no es un riesgo, como pudo haber sido alguna vez. Tampoco un modo de vida. Ni siquiera un compromiso, una responsabilidad, o una construcción ideológica a partir de la cual se configuraban los libros o los discursos. Hoy que todo pasa, escribir es una manera de ser, hasta diría un estado de ánimo. Una forma autosuficiente de decir acá estoy, esto es lo que puedo hacer, te guste o no. Es decir, no hace falta hacer algo, lograr algo, para ser, simplemente uno mismo puede decretarlo.

Lo hecho siempre gusta a alguien, o casi siempre, porque no se puede hacer otra cosa que gustear. Incluso la oposición a lo que me gusta es “gusteante”, en el sentido de que soy yo, es a mí, a quien no le gusta.

Los textos, a los pocos segundos de ser exhibidos, van a parar al basurero exprés de la web, a su nado “scroll”. El pozo ciego, el gran basurero, no amplifica lo que la comunidad dice, sino lo que las voces individuales expresan, quedando siempre detrás de otras emociones con más efecto.

Empujamos nuestros libros en esferas múltiples, y solo a veces interceptan entre sí, se chocan suavemente. Esa dispersión, es la imagen contemporánea de un fluir incesante en la escritura, hecha de retazos. La escritura sale para girar en círculos, como las motos del circo Rodas, solo que nuestros textos desaparecen, mientras que las motos quedan.

Cuanto más tiempo pasamos en internet, más creativos somos, más razón tenemos. Esa varita “mágica” exige representarte, ser tu productor, tu propio jefe. Cada uno se convierte en su propio empresario.

Nuestro mundo está expuesto al extremo, de la televisión de hace décadas al teléfono “inteligente”. Ya no se espera con paciencia lo que el centro comunicacional ofrece, sino que nosotros damos el contenido. Nosotros ofrecemos a los demás, mientras los demás ofrecen a nosotros, que ya estábamos ofreciendo a los demás. Emitimos mientras nos emiten, emociones, cuentos, informaciones. Disparamos mientras nos disparan. El ruido es tal que no sabemos si gritamos nosotros, si gritan ellos, o gritamos todos. Cada uno con sus razones, sus fakes, sus justificaciones alojadas a un click de distancia. Escribir en ese marco no puede menos que recoger esas facilidades de expresión, pero tampoco evitar contaminarse de sus superficialidades.

Quizá haya que remitirse a lo que está en sintonía con el universo para oxigenarse, regresar de vez en cuando a lo ínfimo, lo que una vez un autor llamó “las cosas poco llamativas”, una regadera medio llena, un insecto flotando en ella, un manzano atrofiado, una piedra cubierta de musgo, un rastrillo abandonado en el campo. Tal vez pueda encontrarse allí alguna huella demorada y su idea de formar, libros o comunidad.

Leemos cada vez más en sentido general, continuamente estamos viendo letras juntarse, formar palabras, asociarse a imágenes, a objetos, a experiencias, si entendemos leer por algo más que abrir un libro de papel. La lectura puede no ser una actividad que se agote en su acto especifico, sino que hay múltiples aspectos sobre la experiencia de la lectura. Hay fenómenos complementarios entre textos y tecnologías, audiolibros, youtube, redes sociales, post, memes, todo tipo de mensajes. Byung Chul Han en el libro “No cosas”, dice que un libro de papel tiene una posesión, que ha sido de alguien. Incluso mío. Tiene marcas materiales, una historia. En cambio, un libro electrónico es una información. Su ser es completamente diferente. Hannah Arendt también habla de que hay un orden terreno ligado a la permanencia, y a la duración (podríamos pensar en una biblioteca), que estabiliza la vida humana, en contraste con la información, los links, e internet. Esto puede ser una clave para pensar la lectura y escritura. Un tiempo mítico, de libros (un tiempo anterior, digamos), que porta una tensión narrativa, significante, en la que uno abre la primera hoja y se va sucediendo hasta la última, versus un tiempo actual atomizado y discontinuo, de puntos, que no permite demora ni contemplación, y que no tiene inicio ni final. Experiencias de salto que hay que acelerar. De un link a otro. De un video a otro, de una canción a otra. Ese es el pasadizo que estamos atravesando.

Vivimos rodeados de dispositivos que, apenas tocando un botón, nos ofrecen una ilusión, una experiencia, una emoción, una frase para el momento, un tip para autoayudarse. Lo que no hay es tiempo para perder, para gastar en esperar. Lo que se nos está extraviando es el circuito, el ciclo que avanzaba de escalón en escalón, el intervalo, el proceso. La idea moderna de lo que estaba bien se desmorona: ir a la escuela, ir a la facultad, leer 700 páginas de Thomas Mann, trabajar ocho horas, hacer caso al profesor porque sí, porque hay que hacerle caso. Ese suelo moral (dice Paula Sibilia en “La intimidad como espectáculo”) es lo que está cambiando, y hace que dudemos sobre qué tenemos que hacer, o cómo tenemos qué posicionarnos frente a la escritura actual, frente a la música, frente a las redes sociales, los algoritmos, las nuevas tecnologías, porque toda la estructura moderna (burguesa) anterior es cuestionada.

Alguien dijo alguna vez que ahora es más fácil ser escritor que un buen lector. Individualizados pero conectados a la vez. Lo que uno dice o piensa, ya es motivo suficiente para exponerlo, publicarlo, incluso imponerlo. Solo porque yo lo decreto. ¿Eso está mal? No lo sé. Escribir hoy es también una manera de promocionarse. Lanzarse a ser. Ser una empresa, una pyme, un autodidacta, no un “solitario transmitiendo un mensaje”, a la manera de Serú, no en ese sentido, sino un inventor en el armado, en la composición de una imagen, de un logo, de un post, afín a una idea que pretende que los demás se hagan de uno.

Escribir dentro de esos marcos no tiene que imposibilitarnos ver los hilos, los límites de lo que se nos aparece ilimitado. Tenemos que mantenernos genuinos, tibios de tibieza, a lo que es, a lo que somos, a lo que seguimos siendo, cuando cualquiera de nosotros lo está intentando. A veces existe esa fuerza vital, entonces la burbuja conecta, y casi sin querer se inscribe en algo más real, que es la literatura.

* El autor es escritor y sociólogo.

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