First Cow: cómo sobrevivir con la amistad en el salvaje capitalismo

En una de las mejores películas del 2020, la directora Kelly Reichardt recupera temáticas de su filmografía en un relato honesto y sensible sobre dos amigos que sacan rédito de la única vaca del pueblo, una especie de monolito que cambia las reglas de juego.

"First Cow", un drama de narración sutil, emocionante y lúcida, capaz de sacar provecho de su austero tratamiento de fotografía.
"First Cow", un drama de narración sutil, emocionante y lúcida, capaz de sacar provecho de su austero tratamiento de fotografía.

Cuando un buen guionista sitúa su historia en el pasado, nunca se olvida de dialogar con el presente. “La única excusa legítima para ambientar una película en el pasado es usarlo como si fuera un cristal a través del cual mostrarnos el presente”, aseguraba el teórico Robert McKee en su biblia insignia “El guion”.

Para nuestra desgracia, muchas propuestas contemporáneas parecen limitar el viaje en el tiempo a una excusa decorativa, con la simple intención de relucir diseños, incorporar referencias y asombrar con la puesta en escena. Todo es vacuo, superficial, casi de un plató televisivo. Afortunadamente, no es el caso de la película que hoy nos da cita.

“First Cow”, dirigida por Kelly Reichardt (y la favorita del 2020 para quien escribe estas líneas), es un drama histórico que entrega una narración sutil, emocionante y lúcida, sin abandonar la crítica política y capaz de sacar provecho de su austero tratamiento de fotografía.

Reichardt no es una cineasta estadounidense de masiva fama. Y pocas veces ha sido destacada como merece. Ella es de las que se involucra, además de la dirección y el guion, en el montaje de cada una de sus películas. Sus relatos, de obvia influencia de John Cassavetes, son minimalistas, de escaso diálogo y profunda contemplación: la directora siempre ha construido relaciones extremadamente afectivas y empáticas, sin caer en el trazo grueso. La reciente condecoración de su último filme por parte del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York (NYFCC, por sus siglas en inglés) es una absoluta bendición en este opaco año, ya que la deja rumbo a la estatuilla dorada en 2021.

Basada en la obra literaria de Jonathan Raymond -coguionista habitual de Reichardt-, “First Cow” arranca en el presente con una chica que pasea por el bosque acompañada por su mascota, casi un calco de lo visto en “Wendy y Lucy” (Wendy and Lucy, 2008). De pronto, se topa con dos esqueletos enterrados de manera conjunta, lo que lleva a conectar directamente con esas dos vidas en el salvaje Oregón de 1820.

Allí la directora nos presenta a Otis “Cookie” Figowitz (John Magaro), un cocinero continuamente humillado por los compañeros cazadores de su grupo. Su desánimo cotidiano está limitado a la recolección de setas y plantas, hasta que conoce a King-Lu (Orion Lee), un inmigrante chino con el que logra entenderse y que lo anima a explotar su talento de panadero vendiendo pasteles fritos. Pero no unos cualquiera: los amigos se escabullen cada noche en la estancia del Jefe Factor (Toby Jones) para robar la leche de la primera y única vaca en el lugar, que cambia cual monolito los hábitos de los lugareños.

“La vaca tiene mejor crianza que yo”, dice King-Lu, en una clara definición de principios por dónde va la cosa. Reichardt focaliza su interés en la supervivencia de un lazo de amistad entre dos varones en medio del incipiente capitalismo y la explotación de los recursos. En la película, no le hace falta incluir discursos extensos para dar cátedra de cómo mostrar la marginación, la xenofobia y el clasismo en la Norteamérica colonial.

La fotografía íntima de Christopher Blauvelt (“Mid90s”, “The Bling Ring”) es un bálsamo para los ojos. Se percibe con placer el granulado por haber filmado en 35mm, aunque toma especial valor al reducir el aspecto a 4:3, dejándonos inmersos en ese universo sin abusar de planos generales, sino más bien apelando al detalle y al descubrimiento permanente.

Como en las cuatro colaboraciones anteriores de Reichardt con Raymond, en “First Cow” los personajes ganan relevancia sobre el desencadenante de la historia, así como los silencios y las miradas triunfan sobre la exposición. Cuando Cookie comienza a compartir la vivienda junto a King-Lu, uno barre adentro y el otro corta la leña afuera, todo dicho en un mismo plano de cinco segundos. Es innecesaria la charla: se necesitan el uno al otro hasta el final.

A diferencia de su anterior película “Ciertas mujeres” (Certain Women, 2016), Reichardt apenas introduce una mujer en un rol menor -miembro de la comunidad indígena-. Por una cuestión de temática y de emplazamiento temporal, aquí los hombres toman la posta. Pero, como acostumbra la realizadora (véase la recomendable “Old Joy”, 2006), no hay retratos viriles: se progresa hacia una sensibilidad en un contexto sumamente violento, como si por primera vez se escucharan las voces reales de las almas que habitan el sistema. El “yo te cubro” del desenlace es un faro de esperanza sobre cómo la amistad puede ser más grande que cualquier otra invención humana.

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