A 55 años del último show de Los Beatles: pánico, locura y una fuga apresurada de Filipinas

Un nuevo aniversario nos invita a recordar las tensas situaciones que la banda vivió antes de decidir alejarse de los escenarios.

Una fotografía emblemática de su último show.
Una fotografía emblemática de su último show.

El 29 de agosto de 1966 Los Beatles se bajaron de los escenarios para nunca más volverse a subir. Claro que seguirían años en los que pasarían días enteros encerrados en los estudios, que todavía darían algunas canciones emblemáticas, y que tres años después ascenderían a una famosa terraza, pero nunca más actuarían en estas condiciones: con público y publicidad previa.

Fueron apenas 33 minutos que quedaron para la historia, en el Candlestick Stadium de San Francisco. Allí interpretaron 11 canciones: el show comenzó a las 21:27 con una reversión de “Rock and Roll music”, de Chuck Berry, siguió con temas como “If I needed someone” y “Yesterday”, entre otros, y culminó con “Long tall Sally”, de Little Richard.

A esa altura, si bien las miles de personas que estaban presentes corearon y gritaron, para John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr tocar en vivo ya había perdido toda la mística. De hecho, lo sufrían. Estaban hartos.

En general se habla de que sus intereses artísticos por entonces apuntaban hacia otra parte. Ya en el último material editado poco antes de ese día, “Revolver”, se notaba que cada vez era más difícil replicar en vivo las búsquedas sonoras y demás experimentaciones que ellos ingeniaban en el estudio. Los discos que siguieron confirmarían ese quiebre.

Y a eso hay que sumarle la beatlemanía, que vivieron como un infierno, y hasta las pésimas condiciones técnicas que les ofrecían en los estadios.

El cuarteto entrando al estadio.
El cuarteto entrando al estadio.

Esto lo recordaba hace algunos años Ivor Davis, por entonces cronista del London Daily Express, que lo había enviado a cubrir esa tercera gira del cuarteto a Estados Unidos. Por ello tuvo el privilegio de compartir el día a día con ellos. Dormía en los mismos hoteles, viajaba en el mismo jet privado y tenía acceso a ellos las 24 horas del día.

Dejó constancia de esos días en “The Beatles and me on tour”, una verdadera joya para saber la “historia íntima” de la banda más famosa del siglo XX. Pues el propio Davis escribía las emociones que se sentían y muchas veces no se expresaban: “Ellos ya sabían que era el fin de la gira y la única diferencia con los otros conciertos fue que hablaron entre ellos un poco más entre canciones y se hicieron comentarios divertidos en el escenario”, dijo. “La realidad es que ya estaban cansados de las giras y querían irse a trabajar al estudio para hacer música, buenos discos y material de calidad, en lugar de seguir participando de lo que se había convertido en un circo”.

Ciertamente, esos shows no tenían el equipamiento técnico que merecían y por momentos sonaban como “amateurs”, tal cual él definió. La banda, por ejemplo, tenía que viajar con sus propios amplificadores e instalarlos en unos estadios que no estaban preparados para este tipo de eventos. En las décadas siguientes, con la explosión del rock, esos shows masivos se volverían mucho más comunes y las condiciones técnicas mejorarían. Pero ellos tuvieron que afrontar situaciones muy incómodas, como tocar sin escucharse mutuamente: en alguna ocasión, dicen, Ringo golpeaba las baquetas sin saber qué estaban tocando.

Pero esto no era todo. Había cuestiones más serias de fondo, como amenazas de muerte. Resume Davis: “Aquella [gira] fue la peor de las tres. En 1964 fueron tremendamente exitosos y la del año siguiente también lo fue, pero en 1966 no querían viajar a Estados Unidos. Estaban preocupados. John Lennon había dicho que los Beatles eran más populares que Jesús, y ese comentario generó mucho enojo. Como resultado, los Beatles recibieron amenazas de muerte. Brian Epstein, su mánager, llegó a pensar en cancelarla. Pero era un hombre de palabra y por eso decidió llevar adelante su última gira norteamericana”.

La banda hizo una gira mundial en una situación extremadamente tensa, pues fanáticos religiosos quemaban sus discos para manifestar que no aprobaban su visita a Estados Unidos y el Ku Klux Klan no les tenía simpatía. Pero el colmo del horror fue lo que vivieron en Filipinas.

En este país dimensionaron los peligros del éxito y la locura que provocaban. Llegaron a Manila el 4 de julio de ese año y era la última para de la gira asiática. No imaginaban que sus shows iban a ser asuntos de Estado, que los iban a recibir 20 Cadillacs enviados por el presidente Ferdinand Marcos y que la primera dama, Imelda, los iba a invitar a un almuerzo que les haría pasar quizás el peor momento de su carrera juntos.

En el remolino de la gira no le prestaron mucha atención a ese almuerzo, al punto que Epstein se olvidó de él. Pero habría consecuencias ese mismo día: después del show, ante unas 35 mil personas, los noticieros difundieron una puesta en escena de la primera dama en la que se veía cómo 200 niños pobres habían ido a verlos a ese almuerzo y después se desilusionaban de ellos.

Sin posibilidad de réplica, volvieron al hotel y se dieron cuenta de que les habían quitado la custodia policial. Después les pidieron pagar un impuesto arbitrario del que no estaban al tanto y el hotel sufrió una amenaza de bomba. En ese panorama, solo les quedó huir lo más rápido que pudieron de las islas. Pero con la conciencia de que ellos significaban mucho más de lo que creían.

Es que de verdad ellos estaban muy asustados”, recordó Davis sobre el último show. “Cuando tocaron en Memphis, Tennesse, alguien arrojó un petardo durante el concierto, y no faltaron los que creyeron que le habían disparado a John. La seguridad era algo que en 1966 les preocupaba más que nunca, y por eso habían decidido marcharse en un camión blindado. En otras ocasiones se fueron en una ambulancia. No querían un auto común. Estaban de verdad muy nerviosos”.

En su último show, el miedo los llevó a contratar un camión blindado, que se acomodó discretamente al lado del escenario y que llamó la atención del público. Cuando subieron, después de que tocaran The Remains, Bobby Hebb, The Cyrkle y The Ronettes, ya había un sentimiento de despedida. Quisieron dejar constancia de esa noche: John y Paul pusieron una cámara sobre un amplificador durante el concierto y le pidieron a su jefe de prensa, Tony Barrow, que lo registrara con una grabadora común. Después él se olvidó de dar vuelta el cassette y esa es la razón por la que el material que se conoce de ese día termina en el minuto 30 (poco antes del final).

Cuando terminaron, dejaron atrás los gritos de locura, la demencia, y se subieron al camión blindado para nunca más tocar con público.

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