14 de septiembre de 2025 - 01:00

Una mendocina en París: viajó como niñera y hoy brilla como actriz en el Festival de Cine de Toronto

La actriz mendocina Isabel Aimé González Sola, radicada en Francia, protagoniza "Las corrientes", filme que compite en la sección oficial del famoso festival canadiense de cine. Comparte su historia con Los Andes.

La actriz mendocina radicada en París, Isabel Aimé González Sola, vive días de emoción absoluta en algunos de los certámenes cinematográficos más importantes del mundo: "Las corrientes", el largometraje que protagoniza de la cineasta argentina Milagros Mumenthaler, se estrenó el lunes 8 de septiembre en la sección oficial competitiva Platform del 50° Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF), que termina este domingo.

A "Las corrientes", que es la única película iberoamericana seleccionada para competir en esta sección en Toronto, le espera un camino dorado: también fue seleccionada para la Competencia Oficial de la 73ª edición del Festival de San Sebastián, donde competirá por la Concha de Oro a la Mejor Película. Además, pronto formará parte de los festivales de Busan, en Corea del Sur, y Nueva York, en Estados Unidos. Su estreno en Argentina está previsto para el 13 de noviembre.

"Estoy súper contenta de que la peli esté viajando, que personas de países tan diferentes, con culturas tan diferentes, puedan llegar a ver esta historia. Me parece que el cine de Milagros tiene una gran riqueza, singularidad y merece ser visto", dice la actriz en conversación con Los Andes.

La película sigue a Lina, una profesional de la moda de 34 años, que en la cima de su carrera, tras recibir un prestigioso premio en Suiza, toma una decisión inesperada que la lleva de regreso a Buenos Aires. Allí, en silencio, comienza a deshilvanarse un pasado que creía olvidado, en una historia que explora la fragilidad de la memoria y el peso de lo no dicho.

"El proyecto me llegó vía mi representante para pasar el casting. Yo estaba, en ese momento, haciendo teatro en el sur de Francia y me llegó el casting. En ese mail estaba ya el guion de Milagros. Me acuerdo de haberlo leído de un tirón, no pude detenerme para hacer cualquier otra cosa, me quedé helada cuando lo terminé y tuve una intuición muy fuerte. Más que algo intelectual fue como físico. Dije: 'Tengo que hacer esta película'", recuerda.

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Construir a Lina no fue algo sencillo: Isabel tuvo un intenso entrenamiento vocal para "hablar porteño", tuvo que aprender a manejar y, sobre todo, buscar el camino para conectar con un personaje que ella sentía muy lejano a su personalidad, pero la cautivaba profundamente. "Es un personaje que tiene mucho silencio, un personaje que se ha puesto muchas corazas. Entonces, sabía que tenía que inventar esas máscaras que usa para proteger algo", reflexiona.

De Mendoza a París

Isabel Aimé González Sola nació en Mendoza y es la tercera de seis hermanos. Desde muy joven se fascinó por el cine y participó activamente en esos legendarios ciclos del Cine Universidad (aquel de la calle Lavalle) y circuitos de cine independiente. A los 20 años viajó a Francia para trabajar como niñera y aprender francés, y poco después decidió preparar el concurso para ingresar a un DEUST en Teatro en Besançon, antes de ser admitida en la Escuela Nacional de Teatro de Estrasburgo. Le siguió una carrera de amplio espectro: hizo mucho teatro, seis películas, televisión y hasta participó como actriz en distintas óperas.

- Esta es tu primera colaboración con una directora argentina en cine. ¿Qué significó para vos volver a trabajar con alguien de tu país en este punto de tu carrera?

- Fue mágico e inesperado tener la posibilidad de volver a Argentina, pero esta vez para rodar y para contar esta historia. Porque en el personaje está eso de que ella tiene que volver a su pasado para buscar algo, para volver a encontrar algo que perdió. Y yo también tuve que volver a algo de mi pasado, que era mi lugar, mi país. Entonces había como una doble cosa que me transformaba realmente. Es cuando el trabajo entra en la propia vida, en la propia intimidad, y eso me permitió reencontrarme con muchas cosas. Por ejemplo, como rodábamos en Buenos Aires, tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo con mi abuela que, lamentablemente, la perdí justo después del rodaje. Mi abuela era la poeta Graciela Maturo, y pude pasar muchas tardes conversando con ella de la peli, del personaje, de qué iba. Me acuerdo que, en una de esas conversaciones, yo le contaba algo de lo que sucede en la peli y ella me dijo: “Ah, claro, lo que Lina necesita es despertarse”. Me dijo esa frase y yo me la guardé. Me acompañó durante el rodaje y me siguió haciendo preguntas esa frase: “¿Despertarse de qué?”. Hay un gran enigma en la película, y creo que eso es lo que más me interesaba como actriz.

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-Tu carrera se ha desarrollado principalmente en Europa. ¿Cuando te fuiste pensabas que te ibas a quedar allá y hacer este camino?

- No, para nada. Nunca pensé que me iba a quedar tanto tiempo. Cuando me fui, fue para aprender un idioma y conocer otros horizontes: a reinventarme, digamos. Y la manera de hacerlo era trabajando, así que me fui a trabajar de niñera en una ciudad que llovía todo el tiempo, en Nantes. Y la verdad es que pensé que me iba cuatro meses y que volvía, nunca pensé que me iba a quedar tanto tiempo. Después, fueron encuentros con personas cruciales y, sobre todo, el encuentro con el teatro, que me hizo trabajar mucho para pasar muchas audiciones y hacer escuelas que son larguísimas y difíciles de entrar acá en Francia. Así que fue mucho tiempo de laburar y laburar. Y, después, encuentros con amigues que fueron cruciales en mi escuela de teatro, con los que sigo haciendo teatro. Son personas que han sido como faros, varias personas en ese camino que encontré y que me ayudaron a seguir y a siempre tener curiosidad y ganas de hacer nuevos proyectos.Que este viaje se haya abierto tanto fue por esas razones.

-¿Tenés deseos de participar en alguna producción que te proponga filmar en Mendoza?

- Me encantaría, creo que no hay nada que me gustaría más que trabajar en Argentina y en Mendoza por supuesto. Es un paisaje que siempre llevo conmigo. De hecho, en este momento acabo de escribir un guion con mi hermana Rosario, que escribe, y me encantaría poder filmar en Mendoza. Es una historia de niñas y de perros, muy inspirada en nuestra infancia. Sí, siempre tengo muy presente el horizonte de Mendoza: cuando era chica, las montañas, el desierto también, que medio que te obliga a mirar para arriba.

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- ¿Qué recuerdos tenés de esos años en que empezaste a descubrir el cine en Mendoza?

- A mí el Cine Universidad me salvó la vida, porque yo no iba a la escuela, me escapaba y necesitaba hacer algo de todo ese tiempo. Caminaba mucho, vagabundeaba por la ciudad, pero también me metía al cine. Me acuerdo de haber visto películas que me marcaron la vida: italianas, francesas y europeas, pero también películas latinoamericanas. El cine fue un gran refugio para mí durante mi adolescencia. En la infancia también: con mis amigas traficábamos autorizaciones para alquilar películas en el videoclub de la Plaza de Chacras: películas para mayores, en el sentido de que éramos muy chicas y alquilábamos pelis muy heavys, como las de Lars von Trier, por ejemplo… Después, mi madrina me llevaba todos los sábados al cine del shopping y ahí mirábamos un montón de comedias románticas, esas típicas de los años 90. También me acuerdo de los ciclos de un bar que se llamaba Orson, ubicado en la calle Lavalle. El cine ocupaba un gran espacio en mi imaginación.

-El cine argentino no está pasando por su mejor momento, pese a que algunas producciones logren tener proyección internacional. ¿Cómo ves el cine argentino desde la distancia que te da vivir en Francia?

- Lo que está pasando en Argentina con la cultura, con el cine, me parece lamentable y muy triste. Como lo decía recién, contando lo que el cine había significado, por ejemplo, en mi adolescencia, hablando de una manera más individual pero también de una manera más colectiva, me parece que el cine tiene un potencial crítico muy fuerte, ya que puede ofrecer posibilidades de cuestionar nuestra experiencia en el mundo: nuestra identidad, las relaciones humanas. Es algo que tiene que ver con las historias humanas que van contando las civilizaciones, que genera extrañeza con esa mirada hacia nosotros mismos y nuestra vivencia en el mundo. Me parece que no es algo ajeno a la cotidianidad, que de verdad puede cambiar nuestras maneras de vernos, generar extrañeza, abrir horizontes. Entonces, sacarle eso a un pueblo, es limitar esa posibilidad de transformación que nos da.

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