10 de agosto de 2025 - 07:00

Pocho Sosa: "Soy un defensor de la canción cuyana"

Entrevista. Una charla llena de historias y canciones con el músico folclórico mendocino más reconocido en Argentina. Su infancia, su amistad con Jorge Sosa y Damián Sánchez, el recuerdo de la Negra Sosa y todo lo que hay que saber sobre la tonada y la música cuyana.

El Pocho luce feliz cuando nos recibe en su departamento de la calle Mitre. Está sentado junto a un bello gato blanco en el sillón del living —que se escabulle discreto al vernos entrar— y ha estado esperando con especial atención esta entrevista durante el fin de semana. Comenta que Los Andes siempre fue el diario que leyeron en su casa, desde que él era chico. Antes, al entrar, nos han recibido con enorme amabilidad las mujeres de la casa que, enseguida se nota, son una mezcla de equipo de producción y ángeles de la guarda. Su compañera, Pochi Zimmerman, y sus hijas Lihué y Ailén, quien va a llegar con uno de los nietos un poco más tarde, hacia el final de la entrevista. Pocho ya tiene 82 y dice que se tiene que cuidar. Cuenta que en el recital que dio con la Filarmónica, el pasado 8 de julio, cantó más de quince canciones y que a los pocos días se agarró una bronquitis que lo tuvo a mal traer. Ahora que está mejor, y por recomendación de la Ini Ceverino, maestra de canto, lleva un pañuelo de seda en el cuello que, según dice, “hasta duerme con él” y que es el que lo ha curado. Mientras Marcelo Álvarez, fotógrafo de Los Andes, le hace la sesión de fotos, aparece una guitarra y el Pocho nos regala generosamente algunas estrofas de “Otoño en Mendoza” y luego “Cochero de plaza”, según él el himno de los mendocinos. Antes, entre una toma y otra, casi como si fuera una carta de presentación, ya nos ha ido contando partes de su infancia en la ciudad de Mendoza. “Soy kilometro 0”, declara no sin orgullo.

—¿Nacido y criado en la ciudad?

—Nací en Arístides Villanueva y Paso de los Andes. En la Diagonal Hammarskjold, que antes se llamaba Callejón Ortiz, a 200 metros de la cancha Independiente. Yo jugué en las divisiones inferiores de Independiente Rivadavia. Nací a dos cuadras de la cancha, imagínate. Era fanático. Ahí nomás estaba la canchita de tierra donde jugábamos, entre Granaderos y la Bolougne Sur Mer. Repentinamente me agarró una hepatitis, de esas hepatitis que te mandaban 45 días a la cama, y a la semana mi viejo y mi vieja ya no sabían qué hacer conmigo. Entonces mi papá tenía una guitarra colgada en el ropero. ¿Te acordás del tango La guitarra en el ropero? Mi viejo la tenía colgada, porque cuando falleció mi abuela colgó la guitarra y no tocó más. Él era guitarrero guitarrero. Porque hay una diferencia entre el guitarrero y el guitarrista. Guitarrista es Tito Francia, por ejemplo; el Óscar Puebla, el Gustavo Bruno. Yo soy guitarrero, y soy descendiente de guitarrero. Los guitarreros también le llevamos ventaja a los guitarristas en asados, cumpleaños y juntada de amigos, porque nos llaman para animar todas esas cosas.

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—Además el guitarrero siempre liga la copa de vino…

—¿Una? ¡Unas cuantas! (risas) Entonces, como te contaba, cuando salí de la hepatitis, un primo, cuatro años mayor que yo y que estaba más aventajado en la guitarra, me dice: "Te voy a enseñar una postura de una zamba, que te va a ser fácil sacarla. Porque veo que sos afinado". Y me enseñó Luna Tucumana, de Atahualpa Yupanqui.

(canta) “Yo no le canto a la luna

Porque alumbra y nada más”

El asunto es que yo la cantaba 80 veces al día. Mi vieja desde la cocina un día me dice, "Nene, aprendete otra" (risas). Ahí empieza una especie de fanatismo por la guitarra y por las canciones, cantando siempre el cancionero popular cuyano … Después de la hepatitis me encontré con un compañero de la primaria, Gerardo Poblet, con el que nos hicimos grandes amigos y formamos el cuarteto vocal Huanta, con el que ganamos un Cosquín 80.

—Fuiste autodidacta, ¿no?

—Totalmente. Estuve tres o cuatro meses con Tito Francia, pero el Tito al cuarto mes me dice: " Vos no estudias, Pochito. Estás perdiendo plata y yo pierdo tiempo. No vengás más..." Gracias a Dios, me supe defender después, con el tiempo me fui superando y logré empezar a tocar solo. En un momento determinado se junta el Jorge Sosa conmigo y decidimos hacer…

—¿Y al Jorge cómo lo conociste?

—Y a Jorge lo conocí porque él vino a estudiar ingeniería en petróleos. Él era de Santa Fe, de la ciudad de Santa Fe. Vino a vivir a una pensión que se llamaba Gran Día, a la vuelta de mi casa por Paso de Los Andes. Y en la canchita, como contaba recién, nos juntábamos a jugar a la pelota todos los muchachos de 15, 16, 17 años, y un día se arrimó un flaquito… ¿Viste que generalmente a los flaquitos que no juegan bien los mandan al arco? El Jorge entró de arquero… Ahí es cuando empezamos a hacer amistad. Muchos años después nos contrataban de todas esas petroleras allá en el sur, en Neuquén, porque él tenía amigos que ya eran ingenieros, todos petroleros. Después empezamos a tener un acercamiento muy grande, como hermanos que somos, con Damián Sánchez. Y ahí se formó la tercera pata, porque el Damián ponía música, el Jorge la poesía y yo se las cantaba.

—¿El Damián también era del barrio?

—No, el Damián vivía en la calle Colón, de Godoy Cruz. Con el Jorge se conocieron en el coro de la UNCuyo. El Jorge le empieza a pasar poesías al Damián. Y más tarde Mercedes Sosa graba cuatro o cinco temas de ellos: "Hermano, dame tu mano", el mismo “Otoño en Mendoza”. El Damián se fue a Rosario, como director de Los Trovadores, y quedamos el Jorge y yo, que decidimos hacer algo distinto. Ahí puse con otros amigos un café frente a la Legislatura, que se llamaba Florentino y que tuvo mucho éxito. La única contra que teníamos se llamaba Héctor Fernández Leal. Nos robaba el público. Él estaba en el hotel Huentala y nosotros dos cuadras más arriba, en la calle Sarmiento, cuando todavía no era peatonal. Entonces con el Jorge decidimos traer a Héctor con nosotros. En esa época, yo todavía trabajaba en el banco y el Jorge tenía también su trabajo. Cuando lo trajimos a Héctor fue una cosa que explotó. Y vos sabés, hermano, que al boliche le decían “Rusia”… Esa inventiva que tiene el pueblo, la gente. "Che, ¿vas a ir a Rusia?". Y era porque iba tanta gente, que si vos entrabas al sótano de Florentino después no podías salir porque se llenaba. El sótano tenía capacidad nada más que para 120 personas. Para entrar no era problema, el problema era para salir, cuando se terminaba la función. Hasta el punto que Florentino tenía un subsuelo y arriba estaba el piano nada menos que con Cacho Morales. Cuando terminaban las funciones Cacho Morales tocaba el piano y mientras la gente subía, en vez de irse a su casa, se sentaba y seguía tomando café escuchándolo a Cacho Morales.

Estados Unidos y el Nuevo Cancionero

—¿En los ’80 te fuiste de gira a Estados Unidos?

—En el 82. Cuatro meses a Estados Unidos. Me contrataron la Alejandra Dondina y el Chango Leal, dos mendocinos que triunfaron allá en Norteamérica y armaron un ballet folclórico. Y me invitaron a ser el cantor de ese ballet. Y eso me permitió renunciar al trabajo en el banco. Me acuerdo como si fuera hoy que cuando volví traía en el bolsillo de la bombacha de gaucho 7.500 dólares y yo dije: “Con esto tengo como 2 años para rascarme sin hacer nada”. Pero después, cuando empecé a sacar de a 100 dólares, porque no tenía la plata del sueldo, no me gustó nada. Y ahí empecé a trabajar con el Eduardo Ordóñez, uno de los fundadores de Markama, que tenía un café que se llamaba Los cuatro gatos, frente al Teatro Independencia. Hacíamos un dúo de bombo y guitarra que tuvo mucho éxito.

—Ustedes de alguna forma fueron la continuidad de lo que se llamó El Nuevo Cancionero…

—Claro, sí, tuvimos mucha y muy buena relación, porque yo nunca abandoné el cancionero popular de Cuyo. Siempre canté, por ejemplo, La Tupungatina, Quién te amaba ya se va, esas tonadas que cantaban nuestros abuelos.

(canta) “No sé qué tiene esta calle

que parece que ha llovido

Habrá llorado una amante

al ver su anhelo perdido”

Esas tonadas que eran recopilaciones de don Alberto Rodríguez. En la casa de Eduardo Aragón, al que le decíamos Mamadera Aragón, porque tomaba un poquito (risas), pero más que nada porque era el más joven de los que firmaron El Nuevo Cancionero. Y nos juntábamos ahí en la calle Arístides Villanueva, en esa casa que después se transformó en Juan Sebastián Bar. Y ahí se juntaban también Armando Tejada Gómez, Tito Francia, el Mamadera Aragón, el Chalo Sedero. Ahí escuché por primera vez, por ejemplo, que me volvió loco, Zamba azul.

(canta) “Como un limpio amanecer

era tu pollera azul”

Nosotros, acostumbrados a las otras zambas —de Los Fronterizos, de Los Chalchaleros— puro guitarrear, y esto era una zamba sinfónica… Y bueno, todas las canciones que empezaba a escribir Armando Tejada Gómez, inclusive hasta con Jorge Sosa, con Damián Sánchez, pero fundamentalmente con César Isela, quien forma también una dupla fantástica con Armando Tejada, y componen cosas como:

(canta) “Uno vuelve siempre

A los viejos sitios donde amó la vida

Y entonces comprende

Cómo están de ausentes las cosas queridas”

Y después el boom que fue “Canción con todos”.

Bohemia y dictadura

—Lo de ustedes era también una bohemia…

—Todo bohemia, todo bohemia. Para entrar a esa casa tenías que llevar algo. Desde un vino hasta 1 kg de costillas o una docena de empanadas. Y nosotros —el Damián, el Jorge y yo— llegábamos con el paquetito en la mano y Armando decía “Ahí llegaron los tres mosqueteros”. Nos habíamos encariñado con ellos, porque para nosotros era un lujo este estar ahí.

—Estás hablando de una época en la que todavía estaba la dictadura. ¿Cómo sobrevivieron?

—Yo fui perseguido por el centro clandestino que funcionaba en la calle Belgrano. Y no sabía, no tenía ni idea. Pero cuando terminó la dictadura me regalaron una carpeta gris, que adentro tenía tarjetitas con cosas escritas como “Anoche el señor Carlos Alberto Sosa, alias Pocho Sosa, arengó a la gente, cantó ‘Para el fusil y la flor’, cantó ‘Hermano, dame tu mano’, canciones que en ese momento estaban prohibidas, totalmente prohibidas.

—¿Eran conscientes de que hacían una suerte de resistencia?

— Sí, totalmente conscientes. Incluso grabé “Canción para el fusil y la flor”, una canción que hizo el Chungo Bernardo Palombo, quien después se fue a Estados Unidos y armó un taller latinoamericano.

(canta) “Cuando no sirve la canción...

porque en la mesa falta el pan

no sé si darte el corazón, la flor o algún fusil”

Había que cantarla esa. O Marrón…

(canta) “Marrón, marrón, por las calles de la villa,

Se me astilla una canción”

Es un tema que tiene más de 50 años y está tan vigente la letra que voy a decir, ¿cómo puede ser que todavía existan las villas y exista lo que esa canción describe?

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Con la Negra Sosa

—Y con Mercedes Sosa, ¿cómo fue que se conocieron?

—A Mercedes la conocí porque da la casualidad que tuve el honor de tener de guitarrista un tiempo a Pepete Bertiz, hijo de don Santiago Bertiz, integrante de Los Trovadores de Cuyo. Y resulta ser que viene el Pepete, la invita a Mercedes a su casa, en la calle Lamadrid, de San José, a almorzar. Y yo me fui con mi mamá, con mi papá. porque no me la iba a perder. Y bueno, tengo una foto por ahí perdida donde está mi mamá, mi papá, toda la familia, y Pepete y Mercedes. Y en el almuerzo Mercedes dice: "Bueno, Pepete, me dijiste que tenías un cantor y lo quiero escuchar" Ahí Pepete me pasa la guitarra y me pide que cante Zamba del Riego. Y ahí canté…

(canta) “Por el Guaymallén, el duende del agua va

Llevando una flor de greda y de sol

Que despertará en el riego”

"Ah, la pucha, qué lindo que canta el negrito", dijo Mercedes. "El negrito" me decía.

Y bueno, a partir de ahí fue que me voy a Buenos Aires por 4 años, a ver qué pasaba conmigo, de la mano de Pepete Bertiz.

—¿En qué año fue eso con Mercedes?

—Tiene que haber sido en el 65 ó 66, por ahí.

—Esa es la época en que Mercedes andaba por acá con Matus…

—Claro, ella vivió acá 2 años. Y acá gestó a su hijo, a Fabián. Él siempre decía, "Yo a Mendoza la amo porque ella amaba Mendoza, pero por sobre todas las cosas amaba los guitarristas de Mendoza. No hay guitarras en el país como las guitarras mendocinas". Ella tenía un amor por Mendoza que vos te dabas cuenta, lo sentías. Sí.

—Además que de aquí también salió el Nuevo Cancionero.

—En el año 59 se firma en el Círculo de Periodistas de Mendoza el manifiesto. Yo siempre comparo ese momento del folclore con lo que pasó con Piazzolla y Troilo, por decir dos nombres. Un tanguero de aquellos, tradicionales, y un Piazzolla, que revolucionó el tango.

—Te he escuchado también hablar sobre los festivales, sobre Cosquín en particular, y la lucha de los músicos mendocinos y del interior para llegar a esos festivales.

—Sí. Desgraciadamente alguien montó una fábula de que la tonada es triste, de que la tonada mataba los festivales. Lo viví en La Rioja. El que organizaba el Festival de La Chaya era Mendocino. Y me dice, "Pocho, te voy a pedir una gauchada. Cuando entrés a cantar cantá cueca, gato, zamba, chacarera, rock and roll. Pero no me vayas a cantar tonada”. ¿Cómo no voy a cantar tonada?, le digo, si yo vengo de Mendoza. “Es que la tonada, Pocho, me tira el festival abajo. Muy llorona, muy triste". Entonces, me quedé calladito, subí, canté y después me despedí con una tonada. No me contrataron nunca más, por eso. Pero siempre hemos tenido que luchar. Yo soy un defensor ultra tonadero. Y no por la tonada en sí, sino por la canción cuyana, porque ahí nosotros tenemos muchas cosas para defendernos: la cueca, el gato, la tonada, canciones que tenemos nosotros, patrimonio netamente cuyano.

Un momento difícil

Hemos hecho toda la entrevista con la compañía silenciosa de Lihué, una de las hijas del Pocho, a quien él recurre cada vez que se le escapa algún dato difícil, como una fecha o el recuerdo de alguna letra.

—Hace algún tiempo te sobrepusiste a una vivencia difícil, como fue la del ACV… —le pregunto con la máxima precaución y la sospecha de que puede ser un tema complicado.

—Ella me salvó —contesta rápido el Pocho, señalando a Lihué—. Porque yo estaba mirando un partido. Tengo mis dos hijas que son hinchas fanáticas de River y mi hermano también. Entonces lo llamo a mi hermano, y le digo: "Miguelito, por qué no me lleva y vamos a ver el partido, así me río un rato ustedes, porque yo soy hincha fanático de los Rojos de Avellaneda. Y bueno, nunca me voy a olvidar, estábamos mirando y, a los 29 minutos del primer tiempo, se me empieza torcer la boca y mi hija rapidísima, como lo es y lo será —porque es una diosa de los números, como que es contadora y me maneja todo—, mi hija se da cuenta, agarra el teléfono y llama a la ambulancia que, por suerte, llegó en 5 minutos. Tenía un coágulo y me salvaron en el Hospital Del Carmen. Salió otra cosa graciosa, porque al principio estaba toda la familia abrazada, llorando; mi hermano, mi familia, mis hijas, todos llorando, porque el Pochito parece que se perdía nomás. Y de pronto se abre la puerta y salen todos los médicos gritando "¡Los salvamos al Pocho, los salvamos!". O sea que al final esas lágrimas se convirtieron en abrazos de alegría.

Ping Pong sobre sus gustos

—¿Qué haces con tu tiempo libre?

—En estos momentos no hago absolutamente nada. Me entretengo con mis nietos.

—¿Pero tenés algún hobby, algún pasatiempo?

—No, el hobby mío es ver a mis hijas, a mis nietos. Después estoy haciendo algunas cosas chiquitas, como para despuntar el vicio de cantar.

—¿Alguna comida preferida?

—Y… tenía, tenía... Ahora me cuido mucho. Era muy fanático de los asados. Nos juntábamos mucho con mis amigos a comer asado en la casa de un gran amigo, el Coco Segura, hijo de Pascual Segura.

—¿Sos de ver películas? ¿Algún género en especial?

—Me gusta más la comedia. Y algunas más dramáticas como El secreto de tus ojos, que me han tocado mucho. Pero soy más de la comedia liviana, que no te aburra.

—¿Y alguna bebida preferida, el café, el té?

—Me gustaba mucho el vino, por supuesto. No para curarme, sino que me gustaba mucho tomar un buen vino con un buen asado. A veces íbamos a la finca del viejo Bustelo. Un día íbamos entrando con el Japonés González, llevábamos una damajuana. Y el viejo estaba sentado, bien patriarca, y dice, "¿Cuándo se ha tomado vino en damajuana en esta casa?" Media vuelta nosotros y a comprar vino de botella en la villa. Ahí se juntaba una banda y a veces el viejo decía, "Bueno, vamos a armar ahora la Cámara de Diputados. Yo voy a ser el presidente”. Y hablábamos huevadas toda la tarde, nos divertíamos mucho la verdad.

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