(canta) “Yo no le canto a la luna
Porque alumbra y nada más”
El asunto es que yo la cantaba 80 veces al día. Mi vieja desde la cocina un día me dice, "Nene, aprendete otra" (risas). Ahí empieza una especie de fanatismo por la guitarra y por las canciones, cantando siempre el cancionero popular cuyano … Después de la hepatitis me encontré con un compañero de la primaria, Gerardo Poblet, con el que nos hicimos grandes amigos y formamos el cuarteto vocal Huanta, con el que ganamos un Cosquín 80.
—Fuiste autodidacta, ¿no?
—Totalmente. Estuve tres o cuatro meses con Tito Francia, pero el Tito al cuarto mes me dice: " Vos no estudias, Pochito. Estás perdiendo plata y yo pierdo tiempo. No vengás más..." Gracias a Dios, me supe defender después, con el tiempo me fui superando y logré empezar a tocar solo. En un momento determinado se junta el Jorge Sosa conmigo y decidimos hacer…
—¿Y al Jorge cómo lo conociste?
—Y a Jorge lo conocí porque él vino a estudiar ingeniería en petróleos. Él era de Santa Fe, de la ciudad de Santa Fe. Vino a vivir a una pensión que se llamaba Gran Día, a la vuelta de mi casa por Paso de Los Andes. Y en la canchita, como contaba recién, nos juntábamos a jugar a la pelota todos los muchachos de 15, 16, 17 años, y un día se arrimó un flaquito… ¿Viste que generalmente a los flaquitos que no juegan bien los mandan al arco? El Jorge entró de arquero… Ahí es cuando empezamos a hacer amistad. Muchos años después nos contrataban de todas esas petroleras allá en el sur, en Neuquén, porque él tenía amigos que ya eran ingenieros, todos petroleros. Después empezamos a tener un acercamiento muy grande, como hermanos que somos, con Damián Sánchez. Y ahí se formó la tercera pata, porque el Damián ponía música, el Jorge la poesía y yo se las cantaba.
—¿El Damián también era del barrio?
—No, el Damián vivía en la calle Colón, de Godoy Cruz. Con el Jorge se conocieron en el coro de la UNCuyo. El Jorge le empieza a pasar poesías al Damián. Y más tarde Mercedes Sosa graba cuatro o cinco temas de ellos: "Hermano, dame tu mano", el mismo “Otoño en Mendoza”. El Damián se fue a Rosario, como director de Los Trovadores, y quedamos el Jorge y yo, que decidimos hacer algo distinto. Ahí puse con otros amigos un café frente a la Legislatura, que se llamaba Florentino y que tuvo mucho éxito. La única contra que teníamos se llamaba Héctor Fernández Leal. Nos robaba el público. Él estaba en el hotel Huentala y nosotros dos cuadras más arriba, en la calle Sarmiento, cuando todavía no era peatonal. Entonces con el Jorge decidimos traer a Héctor con nosotros. En esa época, yo todavía trabajaba en el banco y el Jorge tenía también su trabajo. Cuando lo trajimos a Héctor fue una cosa que explotó. Y vos sabés, hermano, que al boliche le decían “Rusia”… Esa inventiva que tiene el pueblo, la gente. "Che, ¿vas a ir a Rusia?". Y era porque iba tanta gente, que si vos entrabas al sótano de Florentino después no podías salir porque se llenaba. El sótano tenía capacidad nada más que para 120 personas. Para entrar no era problema, el problema era para salir, cuando se terminaba la función. Hasta el punto que Florentino tenía un subsuelo y arriba estaba el piano nada menos que con Cacho Morales. Cuando terminaban las funciones Cacho Morales tocaba el piano y mientras la gente subía, en vez de irse a su casa, se sentaba y seguía tomando café escuchándolo a Cacho Morales.
Estados Unidos y el Nuevo Cancionero
—¿En los ’80 te fuiste de gira a Estados Unidos?
—En el 82. Cuatro meses a Estados Unidos. Me contrataron la Alejandra Dondina y el Chango Leal, dos mendocinos que triunfaron allá en Norteamérica y armaron un ballet folclórico. Y me invitaron a ser el cantor de ese ballet. Y eso me permitió renunciar al trabajo en el banco. Me acuerdo como si fuera hoy que cuando volví traía en el bolsillo de la bombacha de gaucho 7.500 dólares y yo dije: “Con esto tengo como 2 años para rascarme sin hacer nada”. Pero después, cuando empecé a sacar de a 100 dólares, porque no tenía la plata del sueldo, no me gustó nada. Y ahí empecé a trabajar con el Eduardo Ordóñez, uno de los fundadores de Markama, que tenía un café que se llamaba Los cuatro gatos, frente al Teatro Independencia. Hacíamos un dúo de bombo y guitarra que tuvo mucho éxito.
—Ustedes de alguna forma fueron la continuidad de lo que se llamó El Nuevo Cancionero…
—Claro, sí, tuvimos mucha y muy buena relación, porque yo nunca abandoné el cancionero popular de Cuyo. Siempre canté, por ejemplo, La Tupungatina, Quién te amaba ya se va, esas tonadas que cantaban nuestros abuelos.
(canta) “No sé qué tiene esta calle
que parece que ha llovido
Habrá llorado una amante
al ver su anhelo perdido”
Esas tonadas que eran recopilaciones de don Alberto Rodríguez. En la casa de Eduardo Aragón, al que le decíamos Mamadera Aragón, porque tomaba un poquito (risas), pero más que nada porque era el más joven de los que firmaron El Nuevo Cancionero. Y nos juntábamos ahí en la calle Arístides Villanueva, en esa casa que después se transformó en Juan Sebastián Bar. Y ahí se juntaban también Armando Tejada Gómez, Tito Francia, el Mamadera Aragón, el Chalo Sedero. Ahí escuché por primera vez, por ejemplo, que me volvió loco, Zamba azul.
(canta) “Como un limpio amanecer
era tu pollera azul”
Nosotros, acostumbrados a las otras zambas —de Los Fronterizos, de Los Chalchaleros— puro guitarrear, y esto era una zamba sinfónica… Y bueno, todas las canciones que empezaba a escribir Armando Tejada Gómez, inclusive hasta con Jorge Sosa, con Damián Sánchez, pero fundamentalmente con César Isela, quien forma también una dupla fantástica con Armando Tejada, y componen cosas como:
(canta) “Uno vuelve siempre
A los viejos sitios donde amó la vida
Y entonces comprende
Cómo están de ausentes las cosas queridas”
Y después el boom que fue “Canción con todos”.
Bohemia y dictadura
—Lo de ustedes era también una bohemia…
—Todo bohemia, todo bohemia. Para entrar a esa casa tenías que llevar algo. Desde un vino hasta 1 kg de costillas o una docena de empanadas. Y nosotros —el Damián, el Jorge y yo— llegábamos con el paquetito en la mano y Armando decía “Ahí llegaron los tres mosqueteros”. Nos habíamos encariñado con ellos, porque para nosotros era un lujo este estar ahí.
—Estás hablando de una época en la que todavía estaba la dictadura. ¿Cómo sobrevivieron?
—Yo fui perseguido por el centro clandestino que funcionaba en la calle Belgrano. Y no sabía, no tenía ni idea. Pero cuando terminó la dictadura me regalaron una carpeta gris, que adentro tenía tarjetitas con cosas escritas como “Anoche el señor Carlos Alberto Sosa, alias Pocho Sosa, arengó a la gente, cantó ‘Para el fusil y la flor’, cantó ‘Hermano, dame tu mano’, canciones que en ese momento estaban prohibidas, totalmente prohibidas.
—¿Eran conscientes de que hacían una suerte de resistencia?
— Sí, totalmente conscientes. Incluso grabé “Canción para el fusil y la flor”, una canción que hizo el Chungo Bernardo Palombo, quien después se fue a Estados Unidos y armó un taller latinoamericano.
(canta) “Cuando no sirve la canción...
porque en la mesa falta el pan
no sé si darte el corazón, la flor o algún fusil”
Había que cantarla esa. O Marrón…
(canta) “Marrón, marrón, por las calles de la villa,
Se me astilla una canción”
Es un tema que tiene más de 50 años y está tan vigente la letra que voy a decir, ¿cómo puede ser que todavía existan las villas y exista lo que esa canción describe?
Con la Negra Sosa
—Y con Mercedes Sosa, ¿cómo fue que se conocieron?
—A Mercedes la conocí porque da la casualidad que tuve el honor de tener de guitarrista un tiempo a Pepete Bertiz, hijo de don Santiago Bertiz, integrante de Los Trovadores de Cuyo. Y resulta ser que viene el Pepete, la invita a Mercedes a su casa, en la calle Lamadrid, de San José, a almorzar. Y yo me fui con mi mamá, con mi papá. porque no me la iba a perder. Y bueno, tengo una foto por ahí perdida donde está mi mamá, mi papá, toda la familia, y Pepete y Mercedes. Y en el almuerzo Mercedes dice: "Bueno, Pepete, me dijiste que tenías un cantor y lo quiero escuchar" Ahí Pepete me pasa la guitarra y me pide que cante Zamba del Riego. Y ahí canté…
(canta) “Por el Guaymallén, el duende del agua va
Llevando una flor de greda y de sol
Que despertará en el riego”
"Ah, la pucha, qué lindo que canta el negrito", dijo Mercedes. "El negrito" me decía.
Y bueno, a partir de ahí fue que me voy a Buenos Aires por 4 años, a ver qué pasaba conmigo, de la mano de Pepete Bertiz.
—¿En qué año fue eso con Mercedes?
—Tiene que haber sido en el 65 ó 66, por ahí.
—Esa es la época en que Mercedes andaba por acá con Matus…
—Claro, ella vivió acá 2 años. Y acá gestó a su hijo, a Fabián. Él siempre decía, "Yo a Mendoza la amo porque ella amaba Mendoza, pero por sobre todas las cosas amaba los guitarristas de Mendoza. No hay guitarras en el país como las guitarras mendocinas". Ella tenía un amor por Mendoza que vos te dabas cuenta, lo sentías. Sí.
—Además que de aquí también salió el Nuevo Cancionero.
—En el año 59 se firma en el Círculo de Periodistas de Mendoza el manifiesto. Yo siempre comparo ese momento del folclore con lo que pasó con Piazzolla y Troilo, por decir dos nombres. Un tanguero de aquellos, tradicionales, y un Piazzolla, que revolucionó el tango.
—Te he escuchado también hablar sobre los festivales, sobre Cosquín en particular, y la lucha de los músicos mendocinos y del interior para llegar a esos festivales.
—Sí. Desgraciadamente alguien montó una fábula de que la tonada es triste, de que la tonada mataba los festivales. Lo viví en La Rioja. El que organizaba el Festival de La Chaya era Mendocino. Y me dice, "Pocho, te voy a pedir una gauchada. Cuando entrés a cantar cantá cueca, gato, zamba, chacarera, rock and roll. Pero no me vayas a cantar tonada”. ¿Cómo no voy a cantar tonada?, le digo, si yo vengo de Mendoza. “Es que la tonada, Pocho, me tira el festival abajo. Muy llorona, muy triste". Entonces, me quedé calladito, subí, canté y después me despedí con una tonada. No me contrataron nunca más, por eso. Pero siempre hemos tenido que luchar. Yo soy un defensor ultra tonadero. Y no por la tonada en sí, sino por la canción cuyana, porque ahí nosotros tenemos muchas cosas para defendernos: la cueca, el gato, la tonada, canciones que tenemos nosotros, patrimonio netamente cuyano.
Un momento difícil
Hemos hecho toda la entrevista con la compañía silenciosa de Lihué, una de las hijas del Pocho, a quien él recurre cada vez que se le escapa algún dato difícil, como una fecha o el recuerdo de alguna letra.
—Hace algún tiempo te sobrepusiste a una vivencia difícil, como fue la del ACV… —le pregunto con la máxima precaución y la sospecha de que puede ser un tema complicado.
—Ella me salvó —contesta rápido el Pocho, señalando a Lihué—. Porque yo estaba mirando un partido. Tengo mis dos hijas que son hinchas fanáticas de River y mi hermano también. Entonces lo llamo a mi hermano, y le digo: "Miguelito, por qué no me lleva y vamos a ver el partido, así me río un rato ustedes, porque yo soy hincha fanático de los Rojos de Avellaneda. Y bueno, nunca me voy a olvidar, estábamos mirando y, a los 29 minutos del primer tiempo, se me empieza torcer la boca y mi hija rapidísima, como lo es y lo será —porque es una diosa de los números, como que es contadora y me maneja todo—, mi hija se da cuenta, agarra el teléfono y llama a la ambulancia que, por suerte, llegó en 5 minutos. Tenía un coágulo y me salvaron en el Hospital Del Carmen. Salió otra cosa graciosa, porque al principio estaba toda la familia abrazada, llorando; mi hermano, mi familia, mis hijas, todos llorando, porque el Pochito parece que se perdía nomás. Y de pronto se abre la puerta y salen todos los médicos gritando "¡Los salvamos al Pocho, los salvamos!". O sea que al final esas lágrimas se convirtieron en abrazos de alegría.
Ping Pong sobre sus gustos
—¿Qué haces con tu tiempo libre?
—En estos momentos no hago absolutamente nada. Me entretengo con mis nietos.
—¿Pero tenés algún hobby, algún pasatiempo?
—No, el hobby mío es ver a mis hijas, a mis nietos. Después estoy haciendo algunas cosas chiquitas, como para despuntar el vicio de cantar.
—¿Alguna comida preferida?
—Y… tenía, tenía... Ahora me cuido mucho. Era muy fanático de los asados. Nos juntábamos mucho con mis amigos a comer asado en la casa de un gran amigo, el Coco Segura, hijo de Pascual Segura.
—¿Sos de ver películas? ¿Algún género en especial?
—Me gusta más la comedia. Y algunas más dramáticas como El secreto de tus ojos, que me han tocado mucho. Pero soy más de la comedia liviana, que no te aburra.
—¿Y alguna bebida preferida, el café, el té?
—Me gustaba mucho el vino, por supuesto. No para curarme, sino que me gustaba mucho tomar un buen vino con un buen asado. A veces íbamos a la finca del viejo Bustelo. Un día íbamos entrando con el Japonés González, llevábamos una damajuana. Y el viejo estaba sentado, bien patriarca, y dice, "¿Cuándo se ha tomado vino en damajuana en esta casa?" Media vuelta nosotros y a comprar vino de botella en la villa. Ahí se juntaba una banda y a veces el viejo decía, "Bueno, vamos a armar ahora la Cámara de Diputados. Yo voy a ser el presidente”. Y hablábamos huevadas toda la tarde, nos divertíamos mucho la verdad.