Para los que transitamos el divino tesoro de nuestra juventud temprana en los ‘90, la voz de Mario Pergolini es casi un arrullo prenatal, es ese lugar seguro que calma el nervio de nuestra psiquis famélica de contenido, ante el frío plano de pantallas cada vez más huecas, tontas, paneleadas de chismes berretas, realities aburridísimamente eternos y loops de noticias idénticas, en idénticos estudios.
Aquel rebelde de La TV Ataca, Hacelo x Mí y Caiga Quien Caiga, devenido en empresario de medios, el cerebro detrás de formatos exportados a todo el mundo y hoy “señor grande con pancita”, mantiene la pátina de incorrección adolescente intacta. No son los lentes oscuros, el traje, o la virulencia de ciertos dichos expresados en los ‘90. Es la mirada fija y cómplice con el televidente, el silencio incómodo, la media sonrisa apretada que lo dice todo.
Así fue el regreso de Mario Pergolini a la TV que desató opiniones divididas en el público
Así fue el regreso de Mario Pergolini a la TV que desató opiniones divididas en el público.
Desde aquel diciembre de 2008 cuando se sacó el saco y se lo entregó a Juan Di Natale, despidiéndose de la pantalla chica para siempre, nadie imaginó que diecisiete años después, justo cuando la televisión está más muerta que nunca, veríamos a un Mario Pergolini pisando de nuevo un estudio para empezar un programa como si nada hubiera pasado, pero con los ojos llenos de lágrimas -aunque intentara disimularlo con bromas- y con el traje de conductor tachonado de la misma ironía y sarcasmo de siempre, a los que los años vividos solo le sacaron lustre.
Sin embargo, hoy hay cosas que un Mario Pergolini adulto no se permite. Entendió la deconstrucción masculina de una sociedad que mira las pantallas de hace tres décadas con horror e indignación. Pidió disculpas (a su modo) a quienes les faltó el respeto años atrás en el fragor de la incorrección y la rebeldía a ultranza, y buscó acercar partes siendo más conciliador y entendiendo que todos son parte del mismo juego perdido en la programación actual.
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El formato de Otro Día Perdido (ElTrece, 22.45) remite al clásico late-night show —monólogo, banda, público y entrevistas—, pero lo reinterpreta con un tono propio: hay humor, atravesado por análisis; hay actualidad, sin urgencia informativa; hay pantallas y asistentes virtuales que incorporan inteligencia artificial. Todo responde a una idea central: volver a la tele no para adaptarse, sino para comentarla desde adentro. Esa coherencia estética acompaña la selección de invitados que revela una voluntad de diálogo. Pergolini usa el estudio como un laboratorio de ideas, incluso si eso lo deja fuera del ritmo dominante y, curiosamente, lo disfruta.
El resultado es una mezcla de ensayo audiovisual y experimento de humor filoso a veces irregular, sí, pero genuinamente distinto. En tiempos de pantallas partidas y discursos livianos, Otro Día Perdido apuesta por algo que parecía olvidado: pensar con inteligencia y en voz alta.
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Moria Casán y Mario Pergolini en "Otro día perdido".
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Nada puede salir mal
Mario Pergolini es una marca registrada en sí mismo, más allá de los titanes Diego Guebel, Adrián Suar y Alejandro Borenstein que lo acompañan en esta nueva apuesta.
Si a eso le suman a Agustin Aristiarán, con quien se prometieron hacer un programa juntos hace como diez años en una transmisión en vivo por Youtube desde la casa de Rada, y la infalible Laila Roth para aportar su toque gracioso y naif, con música en vivo e invitados bomba en un formato archi probado y exitoso, quedan pocos -ninguno, diría- márgenes de error.
En los primeros programas no se alcanzaba a distinguir si había vuelto siendo un lobo con piel de cordero, o si los años realmente lo habían domado. Poco pasó para que quedara en evidencia la esencia intacta, pero esta vez mesurada por la madurez.
Y entre esas esquinas se maneja, apenas rozando las bandas de un cuadrilátero en el que se posiciona más tranquilo y sabio, más exultante y rebelde (jamás perderá esa fibra), más empático y conciliador, o más mordaz, deslizando con ironía comentarios soslayados hacia antiguos rivales y nuevos detractores.
La suerte está echada y Pergolini lo sabe. Con picos de rating que, lejos de los 40 puntos que hacían los mejores programas de la historia, apenas pican los 6 (el suyo tiene 5.1 en días buenos) este reencuentro tiene más sabor a fiesta de despedida que a resucitación.
“Yo necesitaba un cierre con la tele, o una nueva apertura. No lo sé, pero acá estamos” dijo en el comienzo de su primer programa, allá por el mes de julio, dejando clara la convicción de que no pasarían más de una semana al aire. Sin embargo continúa, como un gesto de resistencia ante la fugacidad. Cada emisión, más que un día perdido, se siente como una pequeña victoria del pensamiento en medio de la nada televisiva. El programa sobrevive a fuerza de músculo, enganche de sus partners (Laila y Rada), buenas entrevistas y un ritmo ágil que no defrauda. Ojalá sea la semilla para que otras mentes maravillosas imaginen mundos nuevos en una pantalla que estaba muerta, hasta ahora.