—Muy bien. Son muchos años de visitarnos, de encontrarnos, de cantarnos, no solo en presentaciones de disco, sino también en festivales y en distintos puntos de la provincia desde hace más de 25 años. Siempre es lindo volver a Mendoza, donde ya tengo amigos y lugares queridos. Si la excusa es la música, la alegría es doble.
—Hablás de amigos y de lugares, ¿qué hacés en Mendoza más allá de tus presentaciones?
—Me gusta pasear y disfrutar del paisaje para descansar. Ahora las visitas son más seguidas porque tenemos nuestro propio vino. Iniciamos este lindo proyecto, también con amigos, de hacer nuestra propia bodega, y eso nos tiene muy entusiasmados. Mendoza se disfruta en familia, con amigos, para cantar… y también para no cantar.
—¿Cómo es eso de la bodega propia?
—Sí, junto a dos familias más iniciamos el proyecto de un vino, algo que todos teníamos pendiente. A instancias del futbolista Iván Pillud, ex jugador de Racing y actual jugador de Central Córdoba —su esposa es muy amiga de la mía—, y con su cuñado nos juntamos y le dimos forma a esto que era un sueño un poco loco. Pero la verdad es que estamos muy entusiasmados. Dijimos: “Si disfrutamos tanto tomarlo, empecemos a disfrutar haciéndolo y compartiéndolo”.
—¿Cuál es la marca del vino?
—Re-Cordis. Lo lanzamos hace muy pocos meses y de a poquito se está dando a conocer. Es un proyecto paralelo muy lindo, divertido y familiar, y eso es lo que más nos gusta.
—Volviendo a la música, con las nuevas generaciones aparecen otras maneras de pensar el amor. ¿Cómo se adapta un compositor de canciones románticas a esos cambios?
—No sé si hay nuevas maneras de amar, tal vez nuevas formas de comunicarlo. Pero el amor es el amor, en todas sus expresiones. Es el sentimiento más antiguo del mundo. Y uno busca la forma de expresarlo como lo siente. Pueden cambiar los modos, no el fondo. Me gusta seguir cantándole al amor porque lo he hecho toda mi vida, en distintos géneros y ritmos. Y también me interesa fusionar musicalmente esas emociones: por ejemplo, Te sigo amando, que le da título al disco y al tour, la grabé con mi amigo David Bisbal. Es una canción que compuse en España, con poesía española, pero tiene bombo legüero, malambo, una especie de chacarera… y sigue siendo una balada.
—También estás explorando la cumbia.
—Sí, vengo haciendo cumbias desde hace muchos años. Creo que la cumbia está en nuestro folclore, en nuestro idioma popular. Nos criamos escuchándola. Siempre quise versionar clásicos, y terminó pasando al revés: las canciones que me acompañan hace tanto se transformaron ahora en esas cumbias. Siempre digo que los tiempos de Dios son perfectos.
—¿Cómo sería la lista de temas de Luciano Pereyra, elegida por vos mismo?
—Son más de 25 años y muchos discos. Tengo un cariño especial por todas las canciones que elegí para cada álbum. Si las hiciera todas, serían seis horas de concierto (risas). Algunas descansan un tiempo y después vuelven, pero hay temas que no pueden faltar: Chaupi corazón, Porque aún te amo, Perdóname, Como tú. Forman parte de mi historia musical.
—Los cambios tecnológicos, las plataformas y las nuevas formas de difusión, ¿te afectaron?
—La industria siempre cambia. Pasamos del vinilo al cassette, del CD a lo digital. Hoy con una compu podés grabar desde tu casa y subirlo a plataformas. Me parece genial como herramienta, aunque no tanto la velocidad con que todo sucede. Las canciones se hacen viejas muy pronto. El algoritmo exige contenido constante, y ahí no coincido. Las canciones tienen su tiempo de maduración. En eso soy más chapado a la antigua. Pero sí, la tecnología abre puertas para muchos artistas que antes no podían acceder a un estudio.
—¿Qué disfrutás más, el contacto con la gente o el estudio de grabación?
—Van de la mano. Grabar es una etapa hermosa, tu laboratorio creativo. Y el concierto es la parte más divertida, la de compartir. Disfruto mucho el proceso de creación, porque hace que el vivo sea todavía más intenso.
—Si tuvieras que armar una setlist con tus referentes o artistas que te gustaría invitar, ¿a quiénes incluirías?
—Hay muchos. En casa escuchamos de todo, menos mi música (risas). Hace un rato, cuando terminamos de almorzar, sonaba Milo J, pero ayer, toda la mañana del domingo, apenas me levanté y me hice unos mates, puse a Lázaro Caballero a todo lo que da. Y de ahí pasamos por Dean Martin o Charles Aznavour. Me gusta lo que hacen Milo J, Cazzu, Trueno, Zoe Gotusso. Me entusiasma ver artistas que buscan volver a la raíz. Uno puede aggiornarse, pero la raíz hay que seguir regándola.
—Hablando de raíces, ¿qué lugar ocupa la música mendocina para vos?
—Las cuecas y las tonadas siempre formaron parte de mi crecimiento. Uno de los integrantes del trío de mi papá era de Carmensa, en Alvear, así que cuando se juntaban a ensayar siempre se escapaba una cueca o una tonada. Mi vieja les hacía empanadas y enseguida el mendocino le hacía un cogollo (risas). Me crié con eso. Mi papá fue a la Fiesta del Chivo en Malargüe y me llevó de bombista cuando tenía 14 o 15 años. Después volví con mi música al Festival de la Tonada, a Rivadavia le canta al país. Cuando suena una cueca o una tonada… siempre da sed.
—Y siempre te pasan una copa de vino…
—Sí, es inevitable. Pero qué lindo, ¿no? Más allá del vino, lo que conlleva nuestro folclore. Cada región tiene su forma, sus músicos, sus canciones.
—¿Cómo te llevás con otros géneros, como el pop o el rock?
—No me llevo mal con ningún género. A veces discriminamos a la música por estilos, cuando la música no nos discrimina. Si una canción te llega, sin importar el ritmo o el idioma, te toca el alma y ahí se queda. Me gusta que hoy se rompan esos paradigmas: que si hacés cumbia no podés hacer folclore, o si hacés tango no podés hacer rock. Mercedes Sosa o Horacio Guarany lo demostraron: eran folclore, pero también eran universales.