Autor de algunas de las canciones más memorables de la música argentina (Oración del remanso, Sueñero, Canción del pinar), intérprete y docente, Jorge Fandermole llega a Mendoza para presentar su nuevo álbum, Tiempo y lugar, un trabajo que retoma canciones inéditas escritas a lo largo de más de una década. Nacido en Pueblo Andino, en la provincia de Santa Fe, Fandermole se forjó en la escena de la Trova Rosarina en los años ochenta, y desde entonces construyó una obra que elude clasificaciones: mezcla de folclore litoraleño, tango, rock nacional y canción urbana.
Ahora, tras su último disco solista en 2014, regresa con un registro que apuesta por la economía sonora: él en voz y guitarra, acompañado por el bajo y violonchelo de Fernando Silva, con la participación de invitados como Juan Quintero y Julio Ramírez.
La presentación programada para este sábado invita a repasar ese repertorio nuevo, junto con canciones que ya forman parte del cancionero de Fandermole. La cita promete una experiencia íntima, centrada en la palabra, la guitarra y el silencio que la sostiene. En tiempos en los que la circulación musical se redefine y los soportes tradicionales parecen quedar atrás, Fandermole insiste en el oficio de la canción como forma de resistencia, como posibilidad de conectar lo personal con lo colectivo. Así, Tiempo y lugar se presenta como un nuevo hito en su discografía y Estilo conversó con él para saber más sobre este nuevo trabajo y sobre su presentación de esta noche en el Teatro Independencia (entradas disponibles en Entradaweb y en las boleterías del teatro).
—Es un disco que llega después de muchos años sin editar nada, porque el último material que publiqué data de 2014. Este trabajo reúne parte del material inédito compuesto desde entonces. Son 12 canciones y lleva por título Tiempo y lugar, el mismo de una de las piezas del repertorio. Es un álbum no específico en cuanto a género: tiene canciones con rasgos folclóricos, pero también otras que podrían considerarse urbanas. En realidad, todos mis discos anteriores son así, porque responden a las influencias que tuve.
A diferencia de los anteriores, este tiene una sonoridad más discreta, ya que lo hicimos principalmente con Fernando Silva, que toca bajo en varios temas y violonchelo en otros. Yo grabé guitarras —clásica y de acero— y la base sonora es guitarra y bajo, guitarra y violonchelo. En uno de los temas participa como invitado Juan Quintero, y en otros dos, el bandoneonista y acordeonista Julio Ramírez. Esa es, más o menos, la estructura del disco, que voy a presentar en Mendoza. Haremos todo el repertorio del álbum y lo complementaremos con canciones de trabajos anteriores. Me presentaré a dúo con Fernando Silva.
—Cuando hablás de influencias, ¿a qué músicas o músicos te referís?
—Pertenezco a una generación que creció en el área rosarina, en Santa Fe, donde la mayor influencia musical fue el folclore y el tango, pero también el rock nacional. Nos criamos con esa música, a diferencia de mis compañeros del noreste o del noroeste, que estuvieron más rodeados por su propio folclore. A nosotros el chamamé nos llegó desde el norte, de Corrientes hacia Buenos Aires, pasando por Rosario. Así que también lo tenemos cerca, porque somos costeros, fluviales.
La mayor influencia fue el folclore del norte y el tango, pero también el rock en español y sus derivados. No podría decir que tengo una influencia estrictamente folclórica. Me siento tan influenciado por Mariano Mores, Aníbal Troilo y Homero Manzi, como por Falú, Dávalos, Leguizamón y Castilla, o por Lito Nebbia y mis compañeros de la Trova Rosarina, a la que tengo el orgullo de pertenecer. He estado siempre rodeado por el folclore argentino y latinoamericano, pero también por el rock.
—Hablando de la Trova Rosarina, ¿qué recuerdo tenés de esa movida?
—La Trova comenzó en 1982 con la irrupción de Juan Carlos Baglietto y su primer disco, que salió durante la Guerra de Malvinas. Fue un movimiento informal, sin declaración de principios; el nombre de “Trova Rosarina” se lo puso el periodismo. Era un grupo principalmente de músicos vinculados al rock, aunque también había gente del folclore que venía trabajando desde los años 70 y se consolidó a comienzos de los 80. Tenía una fuerte influencia rockera, con rasgos folclóricos, un costado tanguero y una poesía muy particular.
—¿Y qué queda hoy de eso en Rosario? ¿Sigue vigente?
—No podría afirmar que la Trova haya dejado una escuela en Rosario, pero sí creo que la ciudad siempre generó creadores en distintos géneros. Hay una escena jazzera y tanguera muy viva y activa. Así como en los 70 los rockeros se nucleaban en el Ateneo Músicos Amigos de Rosario, los del folclore lo hacían en Canto Popular Rosario, por ejemplo. Hoy hay infinidad de grupos de rock, pop, jazz y tango. La música en Rosario está viva: hay una producción excepcional e incesante.
La aparición de la Trova tuvo mucho que ver con el contexto de entonces: la inminente caída de la dictadura y la Guerra de Malvinas. Pero generación tras generación, Rosario siguió produciendo grandes músicos, y eso continúa hoy. Hay mucha música nueva y muy buena.
—Tu último disco es de 2014. Pasaron más de diez años hasta este nuevo trabajo. ¿Fue por un proceso de elaboración o habías decidido no editar más discos?
—Un poco tiene que ver con el azar, la necesidad y el trabajo. Estuve muy activo todos estos años, tocando en vivo y componiendo. Mis tres últimos discos —de 2002, 2005 y 2014— son producciones independientes. Al no tener contrato ni compromisos con discográficas, los tiempos son distintos, no hay una obligación de publicar. En el medio hubo mucho trabajo, giras, composición… y también la pandemia. Mi idea era sacar el disco en 2019, pero la pandemia retrasó todo.
—¿Y cómo te definirías? ¿Autor, compositor? ¿Dónde te ubicás como creador musical?
—Lucas Heredia, un cantautor cordobés muy talentoso, prefiere llamarnos cancionistas. Me siento identificado con eso: soy alguien que escribe canciones y las canta. Me tocó, por tradición e influencia, tener a la canción como forma de expresión. Me asumo así: como alguien que escribe canciones y se sube al escenario a cantarlas. No encuentro una definición mejor.
—Te hacía la pregunta porque la figura del cantautor, al estilo de Serrat, Aute o Sabina, parece hoy en repliegue dentro de la industria musical.
—Es una pregunta difícil, porque mencionás algo central: la tensión entre arte y mercado. Es imposible prever cómo va a evolucionar. Nos tomó por sorpresa este cambio rotundo en la forma en que circula la música. Hasta hace pocos años eran los discos compactos; ahora son las plataformas. Eso modificó completamente la difusión y la comercialización.
De todos modos, los juglares —los que suben al escenario a cantar sus propias canciones— van a existir siempre. En todos los países. El caso de Pedro Pastor, que estuvo el año pasado en Mendoza, es un ejemplo: un juglar joven, de apenas 30 años, que continúa esa estirpe.
Ser un trovador en este presente
—La Trova Rosarina surgió en tiempos de la dictadura y la Guerra de Malvinas. Hoy, pese a los años transcurridos, el país parece atravesar un momento similar. ¿Cómo te sentís ante eso, como creador y compositor?
—Creo que estamos ante una regresión trágica. Gran parte de la sociedad argentina ha quedado sin representación. Lo veo así. Y frente a esa crisis humanitaria, hay también una crisis en todos los lenguajes, especialmente en el político, subsumido en una capacidad indefinida de producir mentira sistemática. Tenemos un grave problema de lenguaje: estamos sometidos a mentiras que distorsionan la realidad.
Como artistas tratamos de encontrar en cada momento la forma de resistencia que los lenguajes pueden ofrecer ante las crisis comunitarias y de conciencia, tanto individual como social. La crisis nos abarca a todos. Cada uno busca, desde su lugar, la mejor manera de luchar frente a estas situaciones que, sin duda, son trágicas.