13 de noviembre de 2025 - 20:31

Gabriel Chamé Buendía reinventa a Othelo con humor y locura

El director y actor argentino presenta Othelo termina mal, una versión desbordante de humor físico y poesía shakespeariana. Con su sello inconfundible, mezcla tragedia, clown y crítica en un espectáculo que desafía los límites entre lo trágico y lo cómico.

Tras recorrer escenarios de España y Rusia, Gabriel Chamé Buendía llega a Mendoza con Othelo termina mal, una versión desbordante de energía y humor físico que lleva el clásico de Shakespeare al territorio del clown y el teatro burlesco. Con un elenco integrado por Matías Bassi, Elvira Gómez, Nicolás Gentile y Agustín Soler, el reconocido director y actor argentino propone un viaje lúdico y provocador donde el verso shakespeariano se cruza con el gag cómico, la ironía y la emoción. Chamé Buendía, figura central del teatro físico y discípulo de Ángel Elizondo y Philippe Gaulier, vuelve a demostrar que la tragedia puede ser también un espejo del absurdo contemporáneo. Othelo termina mal se presentará el viernes 14 de noviembre, a las 21, en la Sala Roja de la Nave UNCuyo (entradas en boletería de la UNCuyo de martes a domingo de 18 a 21 hs. o a través de entradaweb.com).

Estilo habló esta semana con Chamé, para saber más sobre esta puesta de Othelo en vena humorística, que se mantiene con gran éxito desde hace años en la cartelera teatral porteña y ahora llega a Mendoza.

—¿Cómo es este Othelo en vena cómica? ¿Con qué se va a encontrar el público mendocino?

—Se va a encontrar con un espectáculo con mucho humor, un humor muy fresco, poco convencional, donde el cuerpo y la palabra juegan de manera lúdica y cercana a todos los públicos. Y esto, de la mano de William Shakespeare, que es raro, porque se trata de una formalidad clásica llevada al extremo del humor y de la locura. Es un poco mi lenguaje: un humor lúdico, desafiante, provocador.

La historia de Othelo es una obra clásica de Shakespeare, pero también muy contemporánea, porque toca temas como el femicidio —que es el eje principal—, los celos, el engaño, las fake news, el hacernos creer lo que no existe y llegar al desastre. Es una obra profundamente actual de un autor genial.

Y algo importante: respeto a Shakespeare al cien por ciento. Aunque cuento todo desde el humor, el texto de Othelo está completo, con todas sus escenas. No es una parodia: la historia está contada íntegramente. Bueno, no sé si te lo resumí, pero eso es lo que se va a encontrar el público.

—¿Y cómo se reconvierte una tragedia como Othelo en una obra humorística?

—Porque mi lenguaje, después de más de cuarenta años de trabajo, es el del humor. Es un lenguaje nacido del payaso y del clown, de la mano de grandes maestros como Chaplin, Hitchcock, El Gordo y el Flaco, Peter Sellers o Mr. Bean. Entonces, los lenguajes se mezclan, se enganchan sin contradecirse. La tensión dramática de Shakespeare apoya al humor: al ser una situación trágica, esa misma tensión puede llevarnos a la risa.

También trabajo el aspecto terrible de la obra. Hay momentos horribles que muestro sin humor, para revelar una realidad cruda, como el femicidio. Puedo moverme entre lo trágico y lo cómico sin perder verdad.

—Es un asunto central hoy también eso de imponer la mentira como verdad…

—Totalmente. Hay seres muy sanguíneos, muy impulsivos —el argentino es bastante así—, y otros muy mentales, fríos, que pueden engañarnos haciéndonos creer cosas que no existen. Ahí está la genialidad del engañador y la estupidez del que ve lo que no hay.

Y eso nos pasa todo el tiempo. La política, por ejemplo, juega constantemente con las fake news. Todos nos las tragamos y hasta nos indignamos por cosas que no son ciertas, porque no pensamos, no analizamos, no nos tomamos el trabajo de ver la realidad.

Por eso me parece tan importante el sentido del humor: porque nos hace pensar, ver la vida de otra manera, relativizar las cosas. Y para salir de las fake news hay que tener justamente eso, relatividad.

El humor es esencial. Y también el teatro: que la gente vaya, se divierta, reflexione. Que salga entusiasmada, feliz, y le diga al otro “Tenés que ir”. Esa es la misión que quiero tener como artista: hacer que la gente se sienta feliz dentro de una sala de teatro.

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—¿Por qué Shakespeare? En cierto modo te has especializado en su obra, y has hecho varias de sus piezas.

—Primero, porque es el mejor autor de teatro. Y también porque me permite apoyarme en argumentos sólidos y en una belleza verbal superior. Como es un teatro clásico, con contextos y situaciones dramáticas claras, facilita que mi trabajo de clown se mezcle de manera dinámica.

No olvidemos que Shakespeare está en la mayoría de las series actuales, en las de intriga, política o historia: House of Cards, Breaking Bad… Su pensamiento sobre la locura humana, la ambición, el poder y la autodestrucción está en todo. Si te gustan Spinetta o Charly García, no te puede dejar de gustar Shakespeare: los tres traducen lo humano de una manera poética.

Además, el clown y Shakespeare son de la misma época. Nos llevamos bien. De hecho, Shakespeare contrataba payasos para sus obras. El humor popular siempre se coló en sus textos.

Y no olvidemos que Shakespeare era un productor: tenía que llenar las salas. Había una tensión dramática buenísima, pero también rupturas de humor que hacían que la gente se muriera de risa. Él mismo sabía que lo trágico y lo cómico no son incompatibles.

—¿Y cómo te situás vos como teatrero? ¿Cómo te definirías?

—Me siento muy involucrado con un teatro que viene del universo del mimo y del clown. Desde ahí nací. Soy un hombre de teatro, hace más de cuarenta años que hago esto. Y soy un luchador, porque he peleado mucho para que este arte no quede en una categoría menor.

Trabajo para que la gente respete un arte bellísimo, profundamente humano, que aún tiene mucho para darnos. Cuando es de gran calidad, el público se siente feliz viéndolo; pero si es mediocre, lo odia.

Me considero un artista que piensa en un arte humano, para la gente, con una dinámica no convencional. No creo en el teatro psicológico ni en el realismo cerrado: creo en un teatro muy dinámico, donde aburrir es un pecado. El espectador que entra de una forma tiene que salir de otra, diez veces más feliz.

Lucho por eso. Soy un obsesivo del tiempo escénico. Jamás le dije a un actor “hacelo de verdad”, porque me parece horrible. ¿Quién tiene la verdad? Siempre le digo: “Estás fuera de tiempo, hacelo un poco más rápido. Tenés que hacerlo en este ritmo”.

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