También pasaron por General Alvear, en una decisión que muestra otra cara de la banda: la de salir del circuito habitual para encontrarse con públicos más chicos pero igual de apasionados. "A Mendoza la sentimos muy cerca. Hay algo en el aire de allá que siempre nos hace volver", dijo Mollo en una entrevista reciente. Y ese vínculo no es solo poético: muchos de sus técnicos y colaboradores actuales son mendocinos, lo que refuerza esa relación de pertenencia.
El show en el Arena Maipú llega con un condimento extra: el eterno rumor (cada vez más concreto) del nuevo disco de estudio. Sería el primero desde Amapola del 66 (2010), y por eso la expectativa es altísima. Entre tanto, Divididos sigue girando con un repertorio que ya es patrimonio del rock argentino. Desde los temas fundacionales como El 38, Spaghetti del rock y ¿Qué ves? hasta sus potentes versiones de temas folclóricos como El arriero, su show es una mezcla de peso, poesía y músculo escénico. Y eso no es casual. En un país donde muchas bandas de rock de los 90 quedaron congeladas o apostaron a la nostalgia, Divididos se mantiene vital, actual y en movimiento. Suena crudo, potente, moderno, sin dejar de ser lo que fue.
En una entrevista exclusiva con Estilo, Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella hablan de su música, de los fans que trascienden generaciones, del miedo escénico y las luminarias que guiaron sus pasos al comienzo de sus carreras.
—Hablemos de los años de trayectoria. ¿Cómo sienten ustedes que cambió la forma de componer y de tocar desde "40 dibujos en el piso" hasta hoy?
—Ricardo Mollo (RM): La verdad no hubo muchos cambios. Seguimos, creo, que de la misma manera de que las melodías surgen en algún momento y que después de darle forma a esas melodías, ahí recién le ponemos letra. Así que, de alguna manera, se sigue con esa misma forma. Hay algo que baja y uno tiene que estar atento, eso sí. Y cuando baja eso tratar de darle la forma y de darle eso que cada uno con su instrumento termina poniéndole y después sí vienen la parte de las letras. Eso sigue igual.
—Sos considerado uno de los mejores guitarristas del rock argentino.
—RM: Primero, lo de mejor guitarrista, no. Yo soy muy bueno en lo que yo hago, que no tiene relación con los guitarristas, porque técnicamente conozco por lo menos 150 guitarristas argentinos que tocan mejor que yo. Tengo una manera de hacer las cosas que es propia. Por suerte, después de muchos años de haber escuchado a tantos guitarristas que me han influenciado, he llegado a encontrarme conmigo y eso me parece que que es el punto más más lindo. Soy el mejor guitarrista que puedo ser. Sería algo así por ese lado.
Las cábalas y los rituales secretos antes de tocar
—¿Tenés alguna cábala o sentís nervios cuando subís al escenario?
—RM: Sí. El sistema nervioso por suerte se atenuó con el tiempo, pero recuerdo mis primeras situaciones, donde se me enfriaban las manos a un punto de que no podía digitar y era el sistema nervioso que me boicoteaba. Y una vez un parapsicólogo me convenció de que me había sacado ese miedo. Y yo, por supuesto le creí para para desterrarlo.
—¿Y funcionó?
—RM: Ponele que funcionó un poco y que las manos no se me enfriaban tanto. Pero me quedó algo muy importante, sentir que el cuerpo se prepara para algo. Dos días antes de tocar me siento muy cansado y entendí: mi cuerpo se está guardando para ese momento donde mi energía la necesito al 100%. Así que es un trabajo interno. Cuando me di cuenta de que todavía seguía sintiendo miedo de subir al escenario, en los camarines me metía en algún lugar solo y gritaba fuerte "Tengo miedo, tengo miedo". De esa manera entendía que tenía miedo, y que era ese el problema y no otra cosa.
—¿Y la cábala?
—RM: Es una cábala forzosa porque es una costumbre llevar mi mochila a todos lados. En una época tocábamos con el Cóndor (Diego Arnedo) en los bares y una vez que dejamos las cosas en el camarín, cuando volvimos estaba la ventana rota y todos los abrigos que habíamos dejado ahí, porque era invierno, no estaban. A partir de ahí decidí llevarme la mochila al escenario y hoy es parte de esa cábala.
—Hablando de cábala, Catriel: ¿tenés alguna, o ritual secreto, antes de tocar?
—Catriel Ciavarella (CC): No. ¿Viste el dicho "Nadie cree en Dios hasta que se está cayendo el avión", y está todo el mundo rezando? Creo que es en base a la confianza. Cuando uno está inseguro se agarra de cualquier patrón. No tengo costumbres ni cosas porque nunca tuve cábala, ni tengo el orden ni la regularidad para mantenerla. Si hay nervios o algo así, no me doy cuenta porque se me pone la mente en blanco. Es un momento donde yo siento que tengo un control de las cosas, no dependo de cosas externas, lo que no quiere decir que un día pueda pasar.
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El próximo 10 de mayo, en el Arena Maipú.
—Diego, habíamos hablado sobre los bajistas que fueron tu norte, ¿hacia dónde te encaminaste cuando empezaste?
—Diego Arnedo (DA): Hay dos bajistas argentinos, Alejandro Medina y Machi Rufino, que son mis inspiradores, padres bajistas dentro de la música de rock… Fueron los que me influenciaron de alguna manera. Por supuesto, después están todos los bajistas que uno escuchó grabados, pero en vivo fue lo que más me pegó, en esta escena del rock argentino. De donde salimos todos, fueron ellos dos.
—En los recitales también hay gente muy joven, no están solamente los contemporáneos ¿Notan cómo van impactando en las nuevas generaciones?
—RM: Es que siempre hay alguien al que le gusta el rock. Quizás no sea un género masivo, de millones, pero siempre hay alguien que esta música lo conmueve. Vienen chicos de 8, 7, 10, 15 años y decís: "Qué lindo". Los veo con emoción cantando los temas. Qué resonancia, por simpatía, hay en la música, que concierne a algunas personas, pero no a todas. Por eso hay tantos géneros y por eso la música es tan diversa y tiene orejas para todos y corazoncitos para todas esas músicas. Por suerte hay mucha gente que nos viene a ver, que quizás no nos vio en los 80 ni en los 90 y que nos empezó a ver después de 2000. Es una alegría que eso siga sucediendo. Además, hicimos varios recitales para chicos de 3 a 15 años, que son los que no pueden venir a la noche, porque se venden bebidas alcohólicas y no puede haber menores, salvo que estén con sus padres. Lo hicimos especialmente para ellos y vinieron chicos muy chiquitos, fue superemocionante verlos con esa con esa mirada que es una esponja. Esas experiencias les quedan marcadas para siempre. Ver a un tipo tocando la guitarra, la batería, el bajo, otro haciendo luces, sonido…. Se puede disparar de ahí una niña o niño iluminador, guitarrista, bajista.
—¿Adaptaron el repertorio o fue "La Aplanadora del Rock" con todo?
—RM: La Aplanadora del Rock con tapones para los chicos. Un poco menos de volumen, nomás. Y con un piso de goma EVA, preparamos el espacio para ellos. Fue una cosa distinta, fue un año de análisis y de trabajo de las personas encargadas de cuidar a los chicos que sabían cómo tratarlos, contenerlos y que se puedan tirar sobre un piso que sea familiar para ellos.
—Ustedes han fusionado muchísimos géneros. ¿Sienten que hay algo que todavía no han hecho?
—RM: No, en realidad lo que siempre se esperan son las canciones y las melodías. Después las instrumentamos hacia el lugar donde esa canción o esa melodía pide, y vamos incursionando en varias cosas. La música del trío tiene una característica particular. Y es lo que nos gusta, porque es visceral, es básico, como colores primarios. Por ahí algún día enchufaremos alguna batería electrónica y algún autotune…
—Ojalá que no.
—RM: ¿Por qué no? Son herramientas, el tema es que no sea la finalidad. Que sea una herramienta es una cosa y que sea el fin de la cosa es otra. Es como componer canciones con inteligencia artificial, es una herramienta, pero cuando es la finalidad, todo se aplana.
—Espero no estar viva para cuando esté Ricardo Mollo cantando con autotune…
—RM (Se ríe): Qué sé yo, es como poner un efecto a la guitarra, ¿viste? Es un efecto de voz.
—¿Hay disco nuevo?
—DA: Sí, hay un disco nuevo, que está buenísimo, porque te imaginás que...
—RM (interrumpe)…tiene autotune (risas).
—DA: Nos lo merecíamos. Juntamos canciones que estaban "de vuelta". Las terminamos, las grabamos y se las vamos a entregar al público querido. ¿Cuándo? No sé, en algún momento de este año, pero ya está bastante terminado, casi no falta más que todo lo que es el arte y decidir cuándo se edita. Es un disco de canciones nuevas, algunas fueron editadas y ya subidas. Son 11 temas. Lo bueno es poder seguir adelante produciendo canciones y entregando ya formatos cerrados.
—RM (acota): Vinilos.
—DA: Sí, vinilos. Pero lo más importante de entregarle una música, otra música no editada a la gente. Seguir adelante.
—Con las plataformas digitales, ¿les gusta que la música esté al alcance de todos o prefieren el disco físico?
—RM: Hay que aceptar todo lo que viene, si no es muy difícil, porque vas a renegar contra algo que lo tenés ya hasta en tu teléfono. Pero este disco fue grabado en cinta, así (hace el gesto con los dedos), de dos pulgadas, como se grababa hace un tiempo. No es un fetiche, es algo real lo que entrega esa máquina que tenemos acá, que por suerte rescatamos y funciona. Nos dio una gran satisfacción de decir: "Ah, qué bien, qué tranquilo me quedo de cómo está sonando esto". Y al grabarse analógicamente, obviamente, viene lo otro, que es ponerlo en un vinilo y, si es posible, ponerlo en un caset y en un compact disc, para los que todavía les funciona el lector. Además de las plataformas, que es lo que hace que la música se expanda de una manera vertiginosa. El disco es más "tracción a sangre", hay que transportarlo y no se mueve a través de los satélites. Pero todo formato termina estando bien. Cada uno elige después cómo escuchar la música.
Podés ver la entrevista completa en el siguiente video