-Durante años, formaste parte activamente de la industria audiovisual en Mendoza, en donde te formaste, pero ¿cómo fue pasar de producciones más pequeñas o regionales al centro mismo de la producción audiovisual, en Buenos Aires, y más en algo tan enorme y sin precedentes como "El Eternauta"?
-Mi recorrido comenzó en Mendoza, luego de recibirme en la Escuela Regional de Cine. Recuerdo esos años con muchísimo cariño: fueron una etapa de formación intensa y vital. Allí empecé a trabajar en la producción de cortos, publicidades, películas y series, pero el modo de producir antes era diferente, acumulando experiencia en proyectos que, con el tiempo, fueron creciendo en escala y complejidad. Aunque empecé desde el rol de meritoria, cada paso fue un aprendizaje valioso, y ese deseo de seguir creciendo me impulsó a mudarme a la capital. Mi primer proyecto con K&S Films fue "El fin del amor" (temporada 1), donde se formó un equipo hermoso y comprometido. Luego llegó "División Palermo", y estábamos comenzando a preparar la segunda temporada de "El fin del amor" cuando le ofrecieron a mi jefe un nuevo rol como jefe de producción para "El Eternauta". Él eligió rodearse de personas de confianza, y tuve la suerte de que me incluyera. Así fue como me sumé a una de las producciones más ambiciosas del país. Y aunque el salto fue inmenso, también hubo algo de continuidad: ya conocía a gran parte del equipo, con muchos venía trabajando desde hacía tiempo. Por eso, pese a la magnitud del proyecto, sentí que también estaba en casa.
-Pero fue un paso de gigante.
-Cuando nos confirmaron que íbamos a formar parte de "El Eternauta" fue una mezcla de orgullo, vértigo y muchas ganas de estar a la altura. Fue una noticia que recibí con una emoción difícil de poner en palabras. Venía trabajando con la misma productora desde hacía tiempo, así que el cambio no fue de entorno, sino de escala. De repente pasaba de un proyecto con una estructura conocida a otro donde todo era más grande, más desafiante.
Y al mismo tiempo, esa continuidad —la de seguir rodeada de personas con las que ya compartía un lenguaje de trabajo y una confianza mutua— me dio una base desde la cual lanzarme a la pileta. "El Eternauta" fue, sin dudas, un salto. Pero un salto colectivo, acompañado, sostenido por vínculos que ya venían creciendo. Me atravesó con una mezcla de alegría, responsabilidad y deseo profundo. Sentía que estaba siendo parte de algo significativo, no solo por la relevancia cultural de la obra, sino por el lugar que ocupaba dentro del ecosistema audiovisual. Había una energía muy particular en el aire: la sensación de estar ante un hito, algo que iba a dejar huella.
"El Eternauta", una serie bisagra
-¿Y cuándo te cayó la ficha de que estabas participando de una de las producciones más ambiciosas que se hayan filmado en toda la región?
-Creo que hubo muchas pequeñas “fichas” que fueron cayendo en distintos momentos. Pero si me remonto a los inicios, tengo una imagen muy clara. Soy de Montevideo y viví más de diez años en Mendoza. En mis primeros años allá, mientras cursaba la carrera de Comunicación en la Universidad Nacional de Cuyo, conocí "El Eternauta" gracias a mis compañeros de la facultad. No la había leído antes, ni siquiera conocía bien la historieta. Fue un descubrimiento que se dio entre charlas, lecturas compartidas y ese universo cultural tan rico que también se expandió luego cuando estudié Producción Audiovisual en la Escuela Regional de Cine y Video. Con el tiempo, fui entendiendo el peso simbólico y político de la obra, lo profundamente arraigada que está en el imaginario argentino. Nunca imaginé que, años después, iba a estar leyendo los guiones para una adaptación tan esperada y tan significativa. Durante la preproducción, uno de mis jefes nos dio una charla que fue muy movilizadora. Dijo: “Estamos haciendo historia”. En ese momento lo escuché con atención, pero recién ahora, viendo la repercusión que tuvo la serie y todo lo que generó, siento que esas palabras cobraron sentido. El “darse cuenta” no siempre es inmediato. A veces lo vivís desde adentro con tanta entrega que no tenés tiempo de dimensionarlo. Pero hoy, mirando hacia atrás, siento un enorme privilegio de haber sido parte de esto. Y también una profunda gratitud.
-Imagino que desde el equipo de producción habrán afrontado un montón de desafíos, técnicos y logísticos. A grandes rasgos, ¿cómo fue todo eso?
-La palabra que me viene cuando pienso en este proceso es “engranaje”. Así lo aprendí en una de las prácticas de la Escuela de Cine, y así lo viví durante toda la producción de "El Eternauta". Cada área, cada persona, cada decisión formaba parte de una estructura donde, si una pieza fallaba, todo se resentía. Y aun así, ese engranaje funcionó. No porque fuera perfecto, sino por el nivel de compromiso de todos los que lo integraban.
Este proyecto implicó una escala enorme, inédita en muchos aspectos. Desde lo técnico hasta lo logístico, todo era desafiante: los traslados, los permisos, la coordinación de equipos inmensos. Muchos departamentos comenzaron con un número reducido de personas y fueron creciendo a medida que se revelaba la magnitud de la tarea. Todos estábamos aprendiendo a hacer algo que, de esta manera, nunca se había hecho antes.
Yo trabajé casi todo un año en esta producción. Y si bien fue una experiencia exigente, también fue profundamente formativa. Siento que tuve una gran escuela, tanto en Mendoza como en CABA, y eso me preparó para enfrentar este tipo de desafíos. Tuve la suerte de contar con jefes que me guiaron con generosidad, y con colegas con quienes se fue construyendo una dinámica sólida y muy humana. El nivel de organización requerido, la precisión en cada engranaje y la capacidad de adaptación constante fueron claves para sostener un proyecto de esta magnitud. Esa fue, para mí, una de las grandes lecciones
- Darín dijo que el papel de Juan Salvo lo llevó al límite de sus fuerzas físicas y mentales. ¿Crees que desde la producción pasaron por circunstancias similares?
-Sí, absolutamente. Desde la producción también atravesamos momentos que nos llevaron al límite. No solo desde lo físico —por el ritmo sostenido y la exigencia constante—, sino también desde lo mental: sostener la atención, la toma de decisiones, el trabajo en equipo, día tras día, durante tantos meses, fue un verdadero desafío. Pero más allá del cansancio, lo que más valoro fue el modo en que nos acompañamos. Hubo un clima de respeto, de cuidado mutuo, de sostén colectivo. Imaginate que si una estructura se mantiene firme durante tanto tiempo es porque hay confianza, y porque quienes la integran eligen, cada día, cuidar lo que construyen. La semana pasada, durante el preestreno en Buenos Aires, nos reencontramos varios del equipo. Bastó una mirada para reconocernos en todo lo vivido. En medio de la emoción, lo que más sentí fue que ese espíritu de equipo sigue intacto. Que atravesar juntos lo difícil fue, quizás, lo que más nos unió.
-¿Qué peso tuvo para vos trabajar en una obra tan emblemática dentro del imaginario argentino? ¿Sentías que estaban haciendo algo más que entretenimiento? ¿Se hablaba entre el equipo del valor simbólico y político que tiene la obra original?
- Fue, sin exagerar, una experiencia transformadora. Desde el primer momento sentimos que no era una producción más: había algo en el aire, una energía distinta. La historia que estábamos contando tiene un peso simbólico muy fuerte, profundamente arraigado en la memoria colectiva. Y eso se sentía. No era solo una serie: era una responsabilidad. Esa conciencia atravesaba todo. El equipo estaba comprometido no solo con el trabajo técnico, sino con el significado que tiene la obra. Era una historia que nos interpelaba. Cada decisión, cada escena, se cargaba de una intención mayor. "El Eternauta" nos conectaba con una herencia cultural, con una memoria viva, y eso le daba un espesor distinto a lo que hacíamos. Incluso más allá del núcleo de trabajo, se generaba una mística especial. Había proveedores que querían participar del proyecto más allá de lo económico. Personas que, al enterarse de que trabajábamos en "El Eternauta", se acercaban con admiración o curiosidad. En las locaciones, mucha gente se emocionaba o se quedaba observando con respeto. En la calle, se notaba una expectativa viva. Se percibía un deseo enorme de formar parte, de colaborar, como si cada uno, desde su lugar, quisiera ser parte de ese relato. Ricardo Darín dijo en una entrevista que “'El Eternauta' puede ser un proyecto bisagra”, y esa frase resume mucho de lo que sentimos. Para mí, es una obra que demuestra que en esta región hay equipos, talento y capacidad para producir contenidos de gran escala y profundidad. Participar de eso fue un privilegio y una convicción compartida: más allá del trabajo concreto, ser parte de "El Eternauta" significaba algo.
Un presente incierto y triste
- Actualmente la industria audiovisual argentina está prácticamente parada. ¿Cómo vivís vos y tu entorno de colegas este momento tan dramático para el sector?
-Lo estamos viviendo con una mezcla de angustia e incertidumbre. Para quienes trabajamos en este medio, los proyectos no son solo trabajo: también son espacios de creación, de encuentro, de identidad. Y hoy todo eso está en pausa. Es un parate que duele no solo en lo económico, sino también en lo emocional y en lo profundo. En lo personal, después de vivir catorce años en Argentina, me vi obligada a volver a Uruguay. La falta de trabajo en el sector audiovisual hizo que sostener mi vida allá se volviera inviable. A veces siento que soy una exiliada. Y sé que no soy la única. Muchos colegas están atravesando lo mismo: buscando alternativas, pausando sus carreras, reconfigurando su vida entera para poder seguir adelante. Es doloroso ver tanto talento y oficio silenciado, tantas ganas de contar historias esperando una señal para volver a encenderse. Porque hacer cine o series no es un lujo: es una forma de trabajo, sí, pero también de pertenencia, de vínculo con los otros, con el mundo. Cuando eso se detiene, lo que se apaga no es solo una industria: es también una parte de quienes somos.