“La catedral”, de Samuel Sánchez de Bustamante (parte 7)

En esta nueva entrega, Marta Castellino sigue analizando esta novela del autor de Mendoza, inspirada (según su hipótesis) en la Catedral de La Plata.

Libro de Sánchez de Bustamante. Aquí, la portada junto a una imagen de la cripta de la Catedral de La Plata.
Libro de Sánchez de Bustamante. Aquí, la portada junto a una imagen de la cripta de la Catedral de La Plata.

La novela La Catedral (1980), del escritor radicado en Mendoza Samuel Sánchez de Bustamante, es un texto que denota distintos planos de significación.

Además del símbolo eminente y axial constituido por la catedral, a su alrededor se constelan otros, que lo complementan o, incluso, lo preceden, como el pozo a cuya vera se realiza la excavación de los cimientos de la futura construcción: “aquel pozo misterioso que había estado antes que la catedral, como un signo de lo desconocido” (p. 71).

Según manifiesta Fulcanelli en El misterio de las catedrales (1974), “[…] la tradición esotérica de la Fuente de Vida o Fuente de la Juventud se encuentra materializada en los Pozos sagrados que poseían, en la Edad Media, la mayoría de las iglesias góticas. El agua que se extraía de aquellos pasaba, en muchas ocasiones, por poseer virtudes curativas” (p. 115).

En el caso de la novela de Sánchez de Bustamante, este pozo se erige como centro de un laberinto (con todo el sentido que esta figura encierra): “[…] un laberinto indescifrable, que no parecía tener ningún sentido y cuyo centro estaba ubicado en el lugar preciso del basamento que se había construido sobre el lugar del pozo aquel que nadie había construido ni nadie podía explicar racionalmente su utilidad, en una planicie que descendía al río” (p. 91).

En todo momento se señala el carácter sobrenatural del agua resultante: “Sentí necesidad de refrescar mi garganta, de apagar mi sed en aquella agua misteriosa que yo había visto surgir en los baldes primitivos, en cuya primera oportunidad había esperado ver salir encaramado un demonio chorreante y sulfuroso” (p. 121).

Su significado esotérico se va potenciando a medida que avanza la novela y sufre diversas transformaciones; finalmente, el pozo es recubierto por losas graníticas con unas leyendas “esculpidas en bajo relieve, con caracteres románicos, las que, leídas inconclusamente, no tenían sentido […] Faltaba colocar la parte derecha del revestimiento, lo que daría sin duda sentido total a la leyenda” (p. 91).

Esto ocurrirá finalmente cuando muere el padre del protagonista: “Con Margarita, tomados de la mano, rodeamos el parapeto del pozo […] Entonces observé que había sido completado el revestimiento. Sobre sus lajas de granito despulido, se leía: ‘OMNIS QUI BIBIT HANC AQUAM / SI FIDEM ADDIT, SALVUS ERIT’” (p. 97).

El agua adquiere así un carácter augural: encierra una prueba que se debe superar en un lento proceso de transformación interior que vivirá el narrador: “Pero el pozo estaba clausurado por una leyenda grabada, que era solo una promesa, que no podía cumplirse porque la losa de piedra que lo cubría lo hacía insuperable […] Sentí que algo fundamental de ella se me negaba. Y no podía desbrozar totalmente los musgos del tiempo ni de mi memoria para aclarar del todo su sentido” (p. 121).

Cuando avanza el relato y el matrimonio con Margarita da su fruto, el protagonista decide bautizar a su hijo con esa agua y en ese momento ocurre algo inusitado: “la pila-pozo bautismal […] parecía brillar desusadamente, envuelta en un resplandor luminoso” (p. 138). El narrador vive un fenómeno místico, con la figura de la mujer como mediadora: “La iluminación de los ojos de Margarita se comunicaron [con el brillo del pozo]. Y los dos resplandores formaron el triángulo indeformable, como aquel que suele enmarar el ‘ojo-de-Dios’” (p. 138).

Se introduce así un nuevo sentido, ya que para los asirios y los babilonios el “Ojo que todo lo ve” era un símbolo de protección divina. También para el judeocristianismo representó la omnipotencia y omnisciencia divinas. Con el paso del tiempo, y el nacimiento de la Masonería en Europa, en el siglo XVIII, este símbolo fue adoptado por las diferentes logias, para simbolizar al Gran Arquitecto del Universo. El ojo dentro del triángulo equilátero recibe el nombre de “delta luminoso”. Comparte la simbología del ojo, relacionada con la vista, la luz, la sabiduría y el espíritu (cf. https://brainly.lat/tarea/41315744).

En consonancia con el estado espiritual que vive el protagonista durante la ceremonia del bautismo, esta visión señala un punto culminante de su iniciación, que lo lleva a comprender cada vez más la naturaleza de la obra que le ha sido encomendada: “Y ahora nuestro hijo iba a acceder a la vida de fe cristiana […] mediante un sacramento para el cual era necesaria el agua, que sería la de la entraña de la misma tierra […] sentí en lo más íntimo de mi ser, como que consagraríamos, no la Catedral, sino aquello de la Catedral que nosotros habíamos creado […] al fin y al cabo, éramos hijos de una y creadores de la otra, las que, en un instante, llegarían a consustanciarse” (p. 124).

El simbolismo del bautismo requiere de otro símbolo complementario, y en cierto modo opuesto, como es la cripta que encierra la tumba del padre del protagonista, porque -como nos ilustra Fulcanelli, también “la catedral tiene sus pasadizos ocultos […] que se extienden bajo el suelo de la iglesia”: la cripta. Y “En este lugar, húmedo y frío, el observador experimenta una sensación singular y que le impone silencio: la sensación del poder unido a las tinieblas. Nos hallamos aquí en el refugio de los muertos […] Losas de piedra, mausoleos de mármol; sepulcros, ruinas históricas, fragmentos del pasado” (p. 88).

De este modo, en la novela de Sánchez de Bustamante, con el bautismo del hijo junto a la pileta sepulcral donde “Mi padre yacía como un santo laico debajo de la tierra del solar, que era ya, en sí mismo, el fundamento de la catedral” (p. 124), se constituye un auténtico “Árbol de la Vida” o Crann Bethadh, representación de la vida misma. Este árbol celta une el cielo, la tierra y el mundo de los muertos. El cielo lo representan las ramas, la tierra el tronco, y el inframundo las raíces del árbol. De esta forma, los frutos del árbol representan la continuidad de la vida del hombre y de los animales, o lo que es lo mismo, la inmortalidad. Puesto que los tres mundos están unidos, la vida se vuelve infinita. Como la Catedral arquetípica.

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