Entrevista al escultor e ilustrador, Juan Gavras Quintero

Recorremos la historia de este artista mendocino por adopción para quien “la belleza está en las cosas con significado”.

Por Mariela Encina Lanús

Es escultor e ilustrador. Nació en Buenos Aires pero estudió y despunta su oficio en Mendoza. Integra el staff de la galería porteña Mundo Nuevo Art Gallery, en donde en julio expuso una muestra de más 30 obras. Cree que una obra es el depósito de fe de una persona. Y que quedarse en un solo plano discursivo puede ser peligroso. Aquí, los trazos y las chispas firmes de un artista joven que inventaba juguetes en la infancia y que hoy construye mundos fantásticos.

La ventana del estudio de dibujo de Juan Gavras Quintero recorta los techos ve­cinos; en la siesta, ese paisaje de tejas disímiles es el lugar favorito de los gatos del barrio: por ahí deambulan o maúllan. En los rincones hay objetos y libros, “objetitos” de todo tipo. El estudio queda en Guaymallén, en la casa que comparte con su mujer, la artista Mariana Päraway (cancionista). Allí, Juan Ga­vras Quintero también tiene un taller de escul­turas, en donde conviven una antigua mesa de sastre, piezas industriales (la materia prima de su obra) y sus herramientas, la herencia más valiosa que le dejaron su padre y su abuelo. Por las noches, el taller oficia de cucha fantástica de su viejo perro.

De metal y papel están hechos los portales que nos llevan a sus dimensiones desconocidas. Y de empatía y trabajo, la obra de este escultor e ilustrador nacido en Junín, Buenos Aires, y radi­cado en Mendoza. "Con mis esculturas –define- hago hincapié en los quiebres del hombre, en la conciencia, esa patología que nos lleva a hacer o a estancarnos; en la necesidad de no morir y de querer siempre arañar algo más grande que uno mismo".

Con apenas 32 años, y casi diez de oficio, Ga­vras Quintero integra el staff de la galería por­teña Mundo Nuevo Art Gallery (desde 2010) y vende sus obras en Estados Unidos, España, Francia, Corea, Alemania, Ecuador y Portugal.

En esa galería, a principio de mes inauguró la muestra individual “Reviviendo a Melville”, una selección de más de 30 obras, que incluye ilus­traciones y esculturas en metal; y que reflejan la búsqueda de un creador desvelado por la profundidad discursiva.

En su rol de escultor Juan Gavras Quintero se dedica a la restauración y a la obra homenaje. Hace justamente un año restauró la obra Ho­menaje al pintor Raúl Brie, de Eliana Molinelli (emplazada en la Plazoleta Padre Arce, de Go­doy Cruz) y a principios de este, realizó un pa­nel que señalará el “Paseo Di Benedetto”, que pronto se inaugurará en el predio de la Nave Universitaria en homenaje al autor de “Zama”. Actualmente trabaja en el desarrollo de un Pro­grama de puesta en valor de todos los monu­mentos de Mendoza.

Ahora es un domingo de julio en Mendoza. Juan está en su rincón sagrado. Y escucha atento.

SOY DE LA GENERACIÓN DEL '84, VENGO DE LA VANGUARDIA DE LOS DIBUJOS ANIMADOS, DE LAS HISTORIETAS Y DE LOS JUGUETES. ESE ES MI PRIMER ACERCAMIENTO AL ARTE.

¿En dónde encontrás inspiración para cons­truir los mundos que obra propone? Digo, un artista nunca es tabula rasa.

Todo mi obra, tanto la ilustración, como las esculturas, tienen una gran carga de oficio. En­tonces lo que me inspira es trabajar. Me gusta que la pieza esté bien realizada, bien hecha. Construyo mundos cruzando símbolos; trato de no quedarme con un solo discurso, porque eso puede ser muy peligroso para el plano creativo. Para mí, la belleza está en las cosas con signifi­cado y creo muy seriamente en eso. La profun­didad discursiva exalta el plano intelectual y es­piritual siempre, por eso muchas veces pienso en la empatía.

"El que escucha está tratando de interpretar y el que interpreta está tratando de escuchar", escribiste, hace poco, en tu muro de Face­book. Suena a manifiesto. ¿Cómo se materia­liza esto en tu obra? ¿A qué le prestás oídos, al momento de encarar un proceso creativo?

El artista observa. Yo trato de mirar y de divul­gar no sólo mis sentimientos sino los de aquel que no tiene voz. Es una tarea súper difícil, porque creo que divulgar no significa protestar, sino mostrar. El arte es fundamental para ali­mentar el espíritu, los monumentos alimentan el honor y el respeto, pero también la empatía; y eso es lo que nos mantiene vivos. La obra es el residuo del tránsito de una persona por una vivencia. El laburo del escultor es, en mi caso, el grito de casi todo un año, es el testimonio de vivencias. De ahí que el arte esté más en la vivencia, porque, en la obra, uno se deja ir y termina creando cosas con las que alguien se identifica. Entonces, la obra no es más tuya sino de todos. Cuando el espectador se encuentra con una obra, se encuentra con el depósito de fe de una persona, con ese espíritu creativo, y lo revive. Así se lleva consigo la demanda de replantearse su realidad, porque hay un mo­vimiento de ideas y sentimientos que sólo lo provoca el arte.

¿Tenés en claro cuál fue tu primer acercamien­to a las artes visuales? Me refiero a cuándo fue el momento que supiste que allí, en una obra, había algo que te seducía y te invocaba. Esa suerte de presagio que se siente cuando se está frente a algo que, de algún modo, de­viene en significativo.

-Soy de la generación del ‘84, vengo de la van­guardia de los dibujos animados, de las histo­rietas y de los juguetes. Ese es mi primer acer­camiento al arte, supongo; el hecho de que ob­servara detalladamente esas figuras, de mirar­las en la televisión y de hablar con mis amigos sobre ellas. Con mi hermano coleccionábamos juguetes; es más, los construíamos porque al­gunos no nos los podían comprar. Creo que eso activó mi imaginación. A mi abuelo también le gustaba dibujar y dibujaba conmigo en las vacaciones; le gustaban mis dibujos.

EL ARTE EN LA COMUNIDAD ES PRIMORDIAL; LA CABEZA QUIERE EXPRESARSE NO SÓLO CONSUMIR. EL ARTE ABLANDA Y REFUERZA LOS SENTIMIENTOS Y NOS UNE.

¿Y qué dibujabas?

-Dibujaba cosas que me gustaban hacer, era como graficar deseos; ha­cerlos tangibles. De algún modo, eso terminó siendo significativo.

Naciste en Junín pero durante la adolescencia te mudaste a San Ra­fael ¿Qué momentos de aquel en­tonces se conectan con lo que estás haciendo hoy?

-Me fui a San Rafael a terminar el se­cundario. En Mendoza iba al colegio Padre Valentín Bonetti; por distintas razones me iba muy bien en Historia y en Matemáticas, pero en las demás materias, no. A mitad del secundario me llevé muchas a marzo, entre ellas Religión y Plástica; para no repetir el año, me cambié a un colegio técnico de San Rafael.

En el sur, Juan vivió en Salto de las Rosas, un pueblo del que conserva amigos y en donde aprendió un oficio que hoy es el andamiaje de su obra escultórica. "Ahí aprendí a soldar",

dice. Y dice, también, que desde hace un año, una escultura de dos metros custodia la puerta del colegio Manuel Belgrano. Fue su regalo.

"Lo que me conecta con ese periodo en San Ra­fael es el trabajo, el trabajo del taller, las anéc­dotas de mi abuelo –recuerda-. Mi abuelo pa­terno tenía grandes reflexiones; y los escultores hacen masa con la reflexión. Una vez tenía un walkman y mi abuelo me miró y me dijo: "Qué invento más egoísta ese…" (risas). Con mis escultu­ras hago hincapié en los quiebres del hombre, en la conciencia, esa patología que nos lleva a hacer o a estancarnos; en la necesidad de no morir y de querer siempre arañar algo más grande que uno mismo.

EL ARTISTA OBSERVA. YO TRATO DE MIRAR Y DE DIVULGAR NO SÓLO MIS SENTIMIENTOS SINO LOS DE AQUEL QUE NO TIENE VOZ. ES UNA TAREA SÚPER DIFÍCIL, PORQUE CREO QUE DIVULGAR NO SIGNIFICA PROTESTAR, SINO MOSTRAR.

Mucho se discute y teoriza sobre la función social del arte. ¿Cómo te interpela a vos este debate?

El arte en la comunidad es primordial; la cabe­za quiere expresarse no sólo consumir. El arte ablanda y refuerza los sentimientos y nos une; encuentra factores en común con el otro, así como una canción o un poema de amor donde la letra habla de sufrir o enamorarse y es reutili­zada por aquel que se sintió identificado.

JUAN GAVRAS QUINTERO (www.gavrasquintero.com) nació en Junín, Buenos Aires (1984). Estudió Artes Plásticas en San Rafael y Diseño Industrial en la UNCuyo; y también estudió en Don Torcuato. Se formó con Carlos Alonso y Renata Schussheim, ambos porteños y pioneros de la galería de arte porteña con la cual trabaja. En Men­doza se conectó con Chalo Tulián, uno de los pocos que le abrió las puertas del taller y con Chipo Céspedes. Aquí comprendió, además, los gajes del oficio: "Tengo horarios de trabajo. Entendí cómo vive un artista plástico y qué changas hace. No sólo hacer esculturas, sino pintar, dibujar, hacer grabados e incursionar en distintas técnicas".

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