No debemos seguir usando facciosamente el pasado

En decisiones como cambiar el Salón de las Mujeres por el Salón de los Próceres, Milei no reivindica nuestro pasado histórico, sino que lo manipula con objetivos ideológicos.

Karina Milei y Manuel Adorni en el Salón de los Próceres.
Karina Milei y Manuel Adorni en el Salón de los Próceres.

El Gobierno nacional ha convertido la provocación en la marca distintiva de su participación en la esfera pública; participación que se da, sobre todo, a través de las redes sociales, lo que reduce al mínimo posible la interacción con quienes pueden ya no contradecir sino refutar sus dichos.

Un ejemplo reciente es la transformación, en la Casa Rosada, del Salón de las Mujeres en el Salón de los Próceres, comunicada a través de la red social X nada menos que el Día Internacional de la Mujer.

Lo más sorprendente es que se trata de una provocación tan innecesaria como peligrosa, porque fomenta la animosidad de una vasta mayoría silenciosa, justo cuando el Gobierno necesita que la sociedad le tenga paciencia. Sea porque parece una conducta propia de alguien que defiende el machismo a ultranza. Sea porque representa otro uso faccioso del pasado histórico nacional en provecho propio.

De hecho, casi en simultáneo, un destacado grupo de historiadores dio a conocer un documento con más de 600 firmas en el que sostienen que el presidente Javier Milei no reivindica nuestro pasado histórico, sino que lo manipula con objetivos ideológicos: nos habla de “un supuesto momento dorado del pasado”, previo a 1916, que se caracterizaría por una pretendida “condición de potencia mundial” de nuestro país, cuando habríamos tenido el producto interno bruto más alto del mundo. En realidad, dicen los firmantes del documento, ese razonamiento “resulta insostenible”. En otras palabras, ese pasado que nos narra Milei no es real: es imaginario.

Algo semejante pasa con su Salón de los Próceres. Según el diccionario de la Real Academia Española, un prócer es una “persona de alta calidad o dignidad”. La valentía, como atributo distintivo, no es algo explícito en el significado del vocablo. Tampoco la idea de que un prócer sea la persona que contribuye, de manera decisiva y singular, en un momento determinado, a forjar un destino venturoso para su pueblo. Sin embargo, estos son los sentidos que enmarcan el término cuando, de una o de otra manera, se decide quiénes son “los padres” de la patria.

Así, la selección se vuelve altamente restrictiva. Una persona de alta dignidad podría tener, de todas maneras, algún defecto, o podría haber cometido algún error, aunque más no fuera porque, como diría la Iglesia católica, todos somos pecadores. Eso no ocurre con los próceres, a quienes se mitifica hasta el extremo de considerarlos sujetos intocables e intachables, sin dobleces, sin intereses personales, capaces de entregar por completo su vida a la nación.

Pero esto no es real; es una fantasía. La historia de un país es una larga e intrincada cadena de conflictos que enfrentan a distintos sectores, cada uno con sus ideas y propuestas, que van resolviéndose en la medida de lo posible y no siempre por las vías del diálogo y el consenso, y todos sus protagonistas aciertan y se equivocan.

La propuesta de Milei, al ser arbitraria y estar al servicio de un relato político, es pura provocación. Por supuesto, un presidente debiera optar por la prudencia y la templanza.

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