Enseñanzas que produjo el fracaso de la ley ómnibus

La política requiere de consensos entre quienes piensan distinto. Milei podrá intentar cambiar por completo la Argentina si respeta ese principio esencial de la democracia. Si opta por la intransigencia, el primer perjudicado será él mismo.

Diputados Ley Omnibus debate Argentina
RODRIGO DE LOREDO
Foto Federico Lopez Claro
Diputados Ley Omnibus debate Argentina RODRIGO DE LOREDO Foto Federico Lopez Claro

El tratamiento en particular de la llamada “ley ómnibus” en la Cámara de Diputados de la Nación arrojó un resultado muy negativo para el oficialismo en la votación de los primeros artículos, y el Gobierno instruyó a sus legisladores a que lo retiraran del debate y lo hicieran volver al análisis de las comisiones. La sorprendente decisión no permitiría abrir nuevos canales de negociación con los bloques dialoguistas para acercar las diferencias sobre puntos conflictivos. Por el contrario, el presidente Milei parece preferir el camino de la confrontación.

En medio de su reciente visita a Israel, Milei se tomó el tiempo para transmitir su punto de vista por las redes. “La casta se puso en contra del cambio que los argentinos votamos en las urnas”, escribió. “Sabemos que no será fácil cambiar un sistema donde los políticos se hicieron ricos a costa de los argentinos que se levantan todos los días a trabajar. Nuestro programa de gobierno fue votado por el 56% de los argentinos y no estamos dispuestos a negociarlo con quienes destruyeron el país”, agregó.

Luego, realizó una distinción entre “leales y traidores”, a quienes calificó como “los enemigos de una mejor Argentina”. Entre los “traidores”, no habría sólo diputados sino también al menos cinco gobernadores: Martín Llaryora (Córdoba), Carlos Sadir (Jujuy), Hugo Passalacqua (Misiones), Gustavo Sáenz (Salta) y Rolando Figueroa (Neuquén).

La realidad es que el oficialismo nunca tuvo los votos para aprobar los artículos referidos a las privatizaciones de las empresas públicas, las reformas a la ley de sostenimiento de la deuda y el agravamiento de penas para limitar las protestas sociales, entre otros tópicos de su proyecto.

El Gobierno, entonces, tenía dos alternativas: o retirarlos, como hizo con los capítulos vinculados con la reforma electoral y el ajuste fiscal, o negociar con los bloques dialoguistas una reformulación que le asegurase una votación favorable en Diputados.

Todo indica que Milei prefirió perder antes que negociar. En ese contexto, convirtió a los opositores dialoguistas en sus enemigos, igualándolos con el kirchnerismo y la izquierda, que no sólo rechazan su propuesta de reforma sino que además fomentan la protesta en su contra.

El argumento es falaz. Si bien Milei ganó un balotaje con el 56% de los votos, no todos esos votos pueden ser considerados a favor de su plan, porque muchos ciudadanos lo votaron sólo para que no ganara su adversario. Además, en la campaña electoral su propuesta de reforma nunca pasó de un eslogan efectista y unas pocas medidas concretas, nada comparables con una megaley de más de 600 artículos harto específicos.

Como si eso no fuera suficiente, Milei no puede ignorar que cada gobernador y cada diputado o senador no oficialista tuvo su propio caudal electoral que lo legitima.

La política requiere de consensos entre quienes piensan distinto. Milei podrá intentar cambiar por completo la Argentina si respeta ese principio esencial de la democracia. Si opta por la intransigencia, el primer perjudicado será él mismo; no sus “enemigos”.

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