Se cumplen hoy cinco años del inicio del aislamiento dispuesto por el gobierno de Alberto Fernández con motivo de la pandemia de Covid-19. Un lapso de tiempo suficiente para hacer una rápida evaluación de lo que produjo el manejo nacional de una emergencia sanitaria que paralizó al mundo y que demostró, sin ninguna duda, el grado de vulnerabilidad de la humanidad pese a los avances científicos y tecnológicos que marcan el rumbo mundial en estos tiempos.
En aquel mes de marzo de 2020 la gran mayoría de los argentinos miraba con respeto la decisión del gobierno de turno de decretar un aislamiento inicial de dos semanas. El Ministerio de Salud había revelado que ya se había contabilizado en el país 97 casos de personas infectadas por el virus, en 11 jurisdicciones, y que había entre ellas tres muertes.
“Nadie podrá moverse de su residencia”, decía en aquel momento el presidente Fernández por cadena nacional. Y se aceptaba el desafío, porque la incertidumbre crecía rápidamente. Era la “nueva normalidad” a la que debíamos acostumbrarnos mientras el mal no pudiese ser combatido y erradicado desde el campo científico. Así, los argentinos debimos resignarnos al uso de barbijos y al llamado distanciamiento social. En ese marco se aceptaron con resignación prórrogas del aislamiento social que comenzaron a sucederse a lo largo de los meses. Todos creímos que era lo más conveniente, incluyendo al periodismo, a la prensa en general.
Sin embargo, con el transcurso de los días algunos hechos nos hicieron caer el velo a los crédulos en una supuesta dirigencia proba que priorizaba la vida de los argentinos. Aparecieron, entre otras sorpresas, el llamado Vacunatorio Vip, la prioridad por las vacunas rusas, más que nada por cuestiones políticas e ideológicas, el consecuente escándalo con Pfizer, la fiesta en Olivos atribuida a la “querida Fabiola” y un encierro cada vez menos justificado que paralizó a la economía, generó un gasto público desmesurado en asistencia y obligó a los gobiernos de provincias, con el de Mendoza entre los más activos, a tramitar con el núcleo duro del kirchnerismo nacional gobernante autorizaciones para flexibilizar el encierro ya por entonces muy poco justificado. La resistencia a una cuarentena ya sin mayor sentido fue haciendo ceder la rigidez del gobierno nacional; como la lenta pero segura caída de una dictadura sin sentido.
Cómo olvidar el tremendo dolor de quienes no pudieron despedir a sus seres queridos que murieron en centros asistenciales de acceso restringido. Nada se podía habilitar si previamente no se publicaba el decreto presidencial correspondiente. Como una acción de facto. Más de 130.000 muertes en el frío de la soledad. ¿Fue el número lógico para el excesivo control que hubo? El tiempo lo dirá.
Cómo olvidar la desfachatez de una funcionaria nacional de entonces, que dijo que el memorial con piedras que los familiares de muertos por Covid-19 que no pudieron despedir a sus familiares y amigos hicieron en la Plaza de Mayo fue inspirado por “la derecha”.
La oficialización de la trama estuvo a cargo de una voz inesperada, pero que reconoció con sinceridad parte de la trama de la ofensa a los argentinos. En una entrevista de setiembre del año pasado, el ex ministro de Economía Martín Guzmán admitió que “la administración de la pandemia es lo que hacía fuerte al Gobierno” y que por ese motivo “la extensión de las restricciones sanitarias fue más larga de lo que debió haber sido”, porque las encuestas favorecían. Infame admisión del uso del encierro para colmar aspiraciones autoritarias