Ante el imperio de otra aventura bélica

La invasión rusa a Ucrania rememora las tristes guerras del siglo pasado y sus terribles consecuencias humanas y materiales.

Llamas y humo se elevan de los escombros de una casa de ligustro después del bombardeo ruso en las afueras de Kiev, Ucrania
Llamas y humo se elevan de los escombros de una casa de ligustro después del bombardeo ruso en las afueras de Kiev, Ucrania

La concreción del ataque de Rusia a Ucrania lleva al mundo a rememorar imágenes no deseadas de los trágicos conflictos bélicos de los últimos 100 años.

El destino de Ucrania, en gran medida, ya se encontraba marcado desde 2014, cuando el gobierno de Vladimir Putin decidió anexar a su dominio la península de Crimea.

Los hechos parecieran demostrar que Rusia no tolera que países cercanos, y que en su momento pertenecieron a la órbita de la ex Unión Soviética, pasen a formar parte de Europa Occidental.

Los ucranianos comprueban una vez más, a la luz de los hechos que se viven por estas horas, el desprecio del régimen de Moscú a esa válida pretensión soberana de inserción en el mundo democrático, inclinación que muchas otras naciones fueron adoptando desde la caída emblemática del Muro de Berlín.

Por ello, no es descabellado deducir que detrás de los argumentos guerreros de Vladimir Putin exista una suerte de nostalgia del poder que en su momento tuvo, en lo bélico y de expansión territorial, el régimen soviético al que él supo pertenecer.

De nada sirvieron las sanciones económicas preventivas que lanzaron, ante la inminencia de las acciones, Estados Unidos y sus aliados.

El ataque “a gran escala” que avizoraban desde Washington y las principales capitales europeas se hizo realidad.

Hasta el momento de esta decisión de ataque por parte de Rusia hubo desde los países nucleados en la OTAN, y liderados por Estados Unidos, insistentes advertencias al gobierno de Putin sobre la inconveniencia de optar por la invasión.

Se sucedieron encuentros diplomáticos de altas jerarquías con el propósito de evitar el enfrentamiento.

Sin embargo, la reticencia rusa para cesar en sus aprestos llevó a EEUU y potencias europeas a prepararse para salir en auxilio de Ucrania en caso de ser necesario, lo que no hace descartar el uso de la fuerza.

Es de esperar que, más allá de esta realidad bélica a la que condujo el afán de protagonismo del líder ruso, se puedan reencauzar negociaciones diplomáticas que permitan descomprimir la actual tensión, lograr una tregua en los enfrentamientos y hacer recapacitar al gobierno de Moscú sobre la inconveniencia de anexar por la fuerza a Ucrania a su órbita.

El papa Francisco, incluso, ha contactado a las iglesias cristianas rusas y ucranianas para analizar si es posible interponer la fe religiosa de millones de habitantes de aquella región a los instintos bélicos de los protagonistas de este choque, de modo de poner fin a la actual situación.

A nadie escapa que esta decisión rusa puede conducir a una escalada no deseada que ponga en riesgo la vida de millones de personas y genere a las partes involucradas un deterioro económico significativo.

Como indicábamos al comienzo de este artículo editorial, todo rememora las tristes guerras del siglo pasado y sus terribles consecuencias humanas y materiales.

Como también señalamos en un editorial anterior al referirnos a este conflicto, todos los países del mundo, sin excepción, fueron alcanzados por el golpe de la pandemia de coronavirus en sus respectivas economías.

Por lo tanto, es tiempo de recomponer la vida normal de los países, no de destruirlos aún más con injustificadas guerras.

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